jueves, 27 de junio de 2013

El Estado Antimperialista


por V. Haya de la Torre

Nuestro doctrinarismo político en Indoamérica es casi todo de repetición europea. Con excepción de uno que otro atisbo de independencia y realismo, filosofía y ciencia de gobierno, jurisprudencia y teorización doctrinaria, no son en nuestros pueblos sino plagios y copias. A derecha o a izquierda hallaremos la misma falta de espíritu creador y muy semejantes vicios de inadaptación y utópico extranjerismo. Nuestros ambientes y nuestras importadas culturas modernas no han salido todavía de la etapa prístina del trasplante. Con ardor fanático hacemos nuestros, sin ningún espíritu crítico, apotegmas y voces de orden que nos llegan de Europa. Así, agitamos férvidos, hace más de un siglo, los lemas de la revolución francesa. Y así, podemos agitar hoy las palabras de orden de la revolución rusa o las inflamadas consignas del fascismo. Vivimos buscando un patrón mental que nos libere de pensar por nosotros mismos. Y aunque nuestro proceso histórico tiene su propio ritmo, su típico proceso, su intransferible contenido, lo paradojal es que nosotros no lo vemos o no queremos verlo. Le adjudicamos denominaciones de prestado o lo interpretamos antojadizamente desde ángulos de visión que no son los nuestros. Esto nos ha llevado a la misma falsa seguridad de los que durante siglos creyeron que la tierra estaba quieta y el sol era el que giraba en torno de ella. Para nuestros ideólogos y teóricos de derecha e izquierda, nuestro mundo indoamericano no se mueve. Es el sol europeo el único que gira. Para ellos, nuestra vida, nuestra historia, nuestro desarrollo social sólo son reflejos y sombras de la historia y desarrollo de Europa. No conciben por eso, sino estimarlos, medirlos, denominarlos y seguirlos, de acuerdo con la clasificación histórica y las normas políticas que dicta el viejo mundo.
  Este colonialismo mental ha planteado un doble extremismo dogmático; el de los representantes de las clases dominantes -imperialista, reaccionario y fascista-, y el de los que llamándose representantes de las clases dominadas vocean un lenguaje revolucionario ruso que nadie entiende. Sobre esta oposición de contrarios, tesis y antítesis de una teorización antagónica de prestado, el APRA erige como síntesis realista su doctrina y su programa. Parte esencial de él es la teoría "el Estado Antimperialista" mencionada ya ocasionalmente en las páginas anteriores.
De nuevo la Revolución Mexicana nos ofrece puntos de referencia interesantes. Se oye frecuentemente a los estudiosos de política y a los marxistas europeos o europeizantes formular una pregunta grave: ¿Qué tipo de Estado es el actual Estado mexicano post-revolucionario, dentro de la concepción clasista de su origen y formación? Los ortodoxos marxistas han buscado en la evolución estatal que estudia Engels en su libro sugerente "El Origen de la Familia, de la Propiedad Privada y del Estado", el momento presente del Estado mexicano, después de la revolución, sin encontrarlo. Algunos de los más autorizados portavoces de la Revolución Mexicana han intentado una definición cuando nos dicen: "El Estado Mexicano acepta la división de la sociedad en oprimidos y opresores pero no quiere, considerarse incluido en ningún grupo. Considera necesario elevar y proteger las condiciones actuales del proletariado hasta colocarle en condiciones semejantes al del capital en la lucha de clases; pero quiere mantener intacta su libertad de acción y su poder, sin sumarse a ninguna de las clases contendientes, para seguir siendo el fiel de la balanza el mediador y el juez de la vida social".[63] Empero, si esta opinión confirma que evidentemente el Estado Mexicano post-revolucionario no cabe dentro de las clasificaciones conocidas no explica clasistamente su real y característico significado.
  Vencido con la dictadura porfiriana el Estado Feudal representativo de los grandes terratenientes y aliado del imperialismo, el nuevo Estado mexicano no es ni un Estado patriarcal campesino, ni es el Estado burgués, ni es el Estado proletario, exclusivamente. La Revolución Mexicana -revolución social, no socialista- no representa definitivamente la victoria de una sola clase. El triunfo social correspondería, históricamente, a la clase campesina; pero en la Revolución Mexicana aparecen otras clases también favorecidas: la clase obrera y la clase media. El Partido vencedor -partido de espontáneo frente único contra la tiranía feudal y contra el imperialismo- domina en nombre de las clases que representa y que en orden histórico a la consecución reivindicadora, son: la clase campesina, la clase obrera y la clase media.
  Conviene, sí, distinguir bien los elementos activos y representativos del partido revolucionario vencedor que en México -como en la lucha revolucionaria de Indoamérica contra España- han sido casi exclusivamente hombres de armas, verificadores de la acción libertadora y aprovechadores temporales de las ventajas de la fuerza victoriosa. Este aspecto meramente episódico y necesariamente transitorio de lo que se puede denominar "el militarismo revolucionario"[64] complica aparentemente el cuadro histórico de la Revolución Mexicana. No es extraño que algunos comentaristas interesados o poco agudos, hayan juzgado ese gran movimiento social como un mero cambio de posiciones oligárquicas o una primitiva y sangrienta disputa de caudillos y facciones. Contrariamente, muchos simplistas, del otro extremo, han creído ver también en la Revolución Mexicana la aparición ya definida de un auténtico movimiento socialista obrero. Mas es necesario recordar -punto de vista insistentemente sostenido en el Capítulo III- que la Revolución Mexicana, sin un programa científico previo, sin una definida orientación doctrinaria -movimiento biológico, instintivo, insurreccional de masas-, no ofrece a primera vista un panorama claro que precise clasificadamente su contenido social.
  En la Revolución Mexicana se ubica bien el período inicial de la lucha por los derechos electorales suprimidos brutalmente por la larga dictadura porfiriana[65]. Pero a la etapa de romanticismo democrático -ahogado en la propia sangre de sus apóstoles- sucede el violento empuje social de las masas campesinas, aprovechando las condiciones objetivas favorables a un movimiento de franca reivindicación económica. Las masas obreras secundan el movimiento y contribuyen a dar a la revolución sus verdaderos perfiles sociales. Distinguiendo lo que hay de meramente militar -rivalidades, caudillismo, barbarie-, o de exclusiva política personalista o de grupo -elementos adjetivos-, la Revolución Mexicana aparece y queda en la historia de las luchas sociales como el primer esfuerzo victorioso de un pueblo indoamericano contra la doble opresión feudal e imperialista[66]. Confuso, aparentemente, por la tremenda fascinación de sus grandes episodios trágicos, el movimiento social mexicano es, en esencia: primero, el estallido ciudadano contra la dictadura feudal, supresora despótica de los derechos democráticos; después, el alzamiento campesino contra la clase que ese gobierno representaba, y, finalmente, acción conjunta de las masas de la ciudad y del campo --campesino, obrero y clase media- que cristaliza jurídicamente en la Constitución de Querétaro de 1917.[67] El contenido social-económico de esa ley fundamental de la Revolución Mexicana es antifeudal y antimperialista en el artículo 27, obrerista y meso-clasista en el artículo 123, y demo-burgués o liberal en su inspiración total[68].
  Un Estado constituido por este movimiento victorioso de frente único para mantener y cumplir las conquistas revolucionarias que sumariza la Constitución Mexicana, encuentra -como primera y más poderosa barrera para verificarlas- el problema de la soberanía nacional que plantea la oposición imperialista. México post-revolucionario halla que ninguna conquista social contra el feudalismo puede ir muy lejos sin que se le oponga la barrera imperialista en nombre de "los intereses de sus ciudadanos", derecho legado por el estado feudal, instrumento del imperialismo. De nuevo nos encontramos con el argumento formulado en el Capítulo III: la Revolución Mexicana no ha podido avanzar más en sus conquistas sociales porque el imperialismo, dueño de todos los instrumentos de violencia, se lo ha impedido. Consecuentemente, los programas revolucionarios han debido detenerse ante una gran valla: la oposición imperialista. La lucha de diez años, tras la promulgación de la Constitución revolucionaria, nos presenta claramente este conflicto: de un lado el Estado post-revolucionario mexicano tratando de aplicar, con acierto o sin él, las conquistas traducidas en preceptos constitucionales, y, del otro, el imperialismo, ya abiertamente, ya usando de los vencidos sedimentos reaccionarios, oponiéndose siempre a la total aplicación de los principios conquistados. Ejerciendo en gran parte el contralor económico, resultado de su penetración en el período pre-revolucionario, el imperialismo usa de todas sus formas de presión, provoca y ayuda movimientos faccionarios de reacción para recapturar el gobierno estatal y desviarlo de su misión revolucionaria. México, aislado, tiene la posición desventajosa en esta lucha palmariamente desigual.
  ¿Cuál es, pues, en principio, el rol primordial del Estado post-revolucionario en México? ¿Cuál su verdadero tipo clasista? Constituido como resultado del triunfo de tres clases que han conquistado beneficios en proporciones graduales, el adversario histórico no es únicamente el casi vencido poder feudal. Es el imperialismo que reencarna en el enemigo agonizante impidiendo el usufructo de la victoria. El Estado deviene, así, el instrumento de lucha, bien o mal usado, de esas tres clases, contra el enemigo imperialista que pugna por impedir la consumación revolucionaria. El Estado es, pues, fundamentalmente un instrumento de defensa de las clases campesina, obrera y media unidas, contra el imperialismo que las amenaza. Todo conflicto posible entre esas clases queda detenido o subordinado al gran conflicto con el imperialismo, que es el peligro mayor. El Estado, consecuentemente, se ha convertido en un "Estado Antimperialista".
  No importa que esta misión histórica del Estado no se vea, cumplida, fija y absolutamente, en México. No importa que el carácter instintivo e improgramado de la Revolución Mexicana no permita distinguir una clara manifestación permanente de este rol del Estado, haciéndole aparecer a las veces como desviado o como sirviendo alternativamente intereses opuestos. Conviene no confundir Estado con gobierno. Institucionalmente, jurídicamente, el Estado mexicano tiene sus principios normativos en la Constitución de Querétaro, que es antifeudal, antimperialista y democrática.
¿Cuáles los resultados de la experiencia histórica?
  Los estudiosos del movimiento emancipador antimperialista indoamericano -al aprovechar la gran lección mexicana- tienen que distinguir y separar dos elementos importantes para un certero análisis: de un lado, los principios jurídicos del Estado enunciados en la Constitución, que lo caracterizan como un Estado Antimperialista, instrumento de defensa de tres clases simultáneamente amenazadas, que luchan por mantener sus conquistas; y de otro lado, el método o praxis de su verificación política. Los principios jurídicos proclamados por la Revolución Mexicana son inobjetablemente antimperialistas. Su aplicación práctica supone la instauración de un sistema económico y político que concuerde con el nuevo tipo estatal. Es imposible coordinar la teoría de un Estado Antimperialista con la vieja aplicación de un concepto económico, político y social que no corresponda a aquél. Lo más trascendental de la experiencia histórica que México ofrece al presentar el nuevo tipo de Estado, es la contradicción entre sus enunciados teóricos antimperialistas y sus sistemas de aplicación prácticos, parcialmente inconexos. Es de esa contradicción de la que pueden inferirse con mayor claridad los verdaderos lineamientos de todo el gran problema mexicano post-revolucionario. Para algunos, la gran cuestión podría radicar en el conflicto de los intereses, más o menos antagónicos, de las tres clases que han alcanzado su representación en el Estado y que luchan por el predominio de una sobre las demás. O en la lucha de éstas contra la reacción feudal que, perdido el poder político, conserva aún otros elementos de dominación. Pero examinando detenidamente la realidad histórica mexicana encontramos bien pronto que tales antagonismos están subordinados absolutamente a la presión común que el Estado soporta del imperialismo, el que, claro está, se alía a la reacción feudal. El conflicto radica, pues, fundamentalmente, en la inconformidad entre la contextura política del Estado y su estructura económica. En el segundo acápite del breve prefacio a la edición alemana de su Manifiesto, Marx y Engels, refiriéndose a la lección histórica de la revolución de París de 1848, insisten en que ésta ha demostrado que las clases trabajadoras no pueden sencillamente apoderarse del mecanismo que les presenta el Estado tal como existe y hacerlo servir así para sus propios fines. La Revolución Mexicana ha demostrado, también, que la revolución antifeudal y antimperialista triunfante no puede utilizar tampoco el viejo aparato del Estado para hacerlo servir a sus propósitos. Al producirse el movimiento antimperialista que captura de las clases dominantes el Estado -instrumento de opresión del imperialismo-, aquél debe transformarse. La nueva arquitectura del Estado -del que vemos sólo un intento incumplido en México, pero del que aprovechamos la experiencia incomparablemente valiosa para nuestros pueblos- nos sugiere los fundamentos del verdadero Estado Antimperialista indoamericano.
  Un Estado Antimperialista no puede ser un Estado capitalista o burgués del tipo del de Francia, Inglaterra o los Estados Unidos. Es menester no olvidar que si aceptáramos los antimperialistas como objetivo post-revolucionario el tipo característicamente burgués del Estado, caeríamos inexorablemente bajo el rodillo del imperialismo. La cualidad del Estado antimperialista tiene que ser, pues, esencialmente, de lucha defensiva contra el enemigo máximo. Conseguida la derrota del imperialismo en un país dado, el Estado deviene el baluarte sostenedor de la victoria, lo que supone toda una estructuración económica y política. El imperialismo no cesará de atacar y sus ataques tenderán a buscar una nueva adaptación o ensamblaje en el flamante mecanismo estatal erigido por el movimiento triunfante. El Estado Antimperialista debe ser, pues, ante todo, Estado de defensa, que oponga al sistema capitalista que determina el imperialismo, un sistema nuevo, distinto, propio, que tienda a proscribir el antiguo régimen opresor.
Así como la ofensiva imperialista es aparentemente pacífica durante el período de "penetración económica" -y la lucha no se percibe ostensiblemente sino cuando la garra aprieta, cuando la fuerza viene en defensa del interés conquistado-, así, la lucha defensiva, después de producido el derrocamiento del antiguo Estado feudal, instrumento del imperialismo en nuestros países, habrá de ser una lucha aparentemente pacífica, quizás, pero una lucha implacable en el campo económico. Por eso, después de derribado el Estado feudal, el movimiento triunfador antimperialista organizará su defensa estableciendo un nuevo sistema de economía, científicamente planeada y un nuevo mecanismo estatal que no podrá ser el de un Estado democrático "libre", sino el de un Estado de guerra, en el que el uso de la libertad económica debe ser limitado para que no se ejercite en beneficio del imperialismo.
La nueva organización estatal tendría evidentemente algo del llamado Capitalismo de Estado que alcanzó gran desarrollo en la época de la guerra imperialista de 1914-1918 y que en Alemania consiguió un grado de organización verdaderamente extraordinario. Pero precisa establecer diferencias. El Capitalismo de Estado del tipo aludido es una defensa del propio capitalismo concentrado en los momentos de peligro en su instrumento de opresión y de defensa. Durante la guerra europea las potencias imperialistas beligerantes establecieron los llamados monopolios de Estado. La producción y el comercio fueron puestos totalmente o casi totalmente bajo su contralor. La clase burguesa reconcentró su fuerza económica en torno del Estado y le hizo entrega de su soberanía económica[69]. Pero pasado el conflicto, el capitalismo privado recuperó el dominio de la producción y de la circulación de la riqueza y el Capitalismo de Estado- medida de emergencia-, no ha servido sino para reafirmar el poder de su propio sistema. En el Estado Antimperialista, Estado de guerra defensiva económica, es indispensable también la limitación de la iniciativa privada y el contralor progresivo de la producción y de la circulación de la riqueza. El Estado Antimperialista que debe dirigir la economía nacional, tendrá que negar derechos individuales o colectivos de orden económico cuyo uso implique un peligro imperialista[70]. Es imposible conciliar -y he aquí el concepto normativo del Estado antimperialista- la libertad absoluta individual en materia económica con la lucha contra el imperialismo. El propietario nacional, de una mina o de una hacienda, que vende su propiedad o negocio a un empresario yanqui, no realiza una acción contractual privada, porque el comprador no sólo invierte dinero en una operación, sino que invierte soberanía, llamémosle así. Tras el nuevo interés creado por esta operación económica, aparentemente sencilla, está el amparo político, la fuerza de la potencia imperialista que respaldará -con un punto de vista distinto y hasta opuesto al del país que recibe la inversión-, los intereses del extranjero. ¿Será esa una operación privada? Ciertamente, no. El Estado Antimperialista limitará, pues, el ejercicio de uso y abuso -jus utendi, jus abutendi-, individuales, coartará la libertad económica de las clases explotadoras y medias y asumirá, como en el Capitalismo de Estado, el contralor de la producción y del comercio progresivamente.
La diferencia entre el Estado Antimperialista y el Capitalismo de Estado europeo radicará fundamentalmente en que mientras éste es una medida de emergencia en la vida de la clase capitalista, medida de seguridad y afirmación del sistema, el Estado Antimperialista desarrollará el Capitalismo de Estado como sistema de transición hacia una nueva organización social, no en beneficio del imperialismo -que supone la vuelta al sistema capitalista, del que es una modalidad-, sino en beneficio de las clases productoras, a las que irá capacitando gradualmente para el propio dominio y usufructo de la riqueza que producen.
Si el Estado Antimperialista no se apartara del sistema clásico del capitalismo, y alentara la formación de una clase burguesa nacional, estimulando la explotación individualista insaciable -amparada en los enunciados clásicos del demoliberalismo-, caería pronto en el engranaje imperialista del que ningún organismo nacional burgués puede escapar. Por eso ha de ser indispensable en el nuevo tipo de Estado la vasta y científica organización de un sistema cooperativo nacionalizado y la adopción de una estructura política de democracia funcional basada en las categorías del trabajo. Así, por ambos medios, realizará el Estado Antiimperialista la obra de educación económica y política que necesita para consolidar su posición defensiva. Y así, también, canalizará eficiente y coordinadamente el esfuerzo de las tres clases representadas en él. Hacia otro sistema económico que niegue y se defienda del actual por el contralor progresivo de la producción y la riqueza -nacionalización de la tierra y de la industria dice el programa del APRA-, orienta y dirige su camino histórico el Estado Antimperialista. Él ha de ser la piedra angular de la unidad indoamericana y de la efectiva emancipación económica de nuestros pueblos.

Notas

[63] Vicente Lombardo Toledano, La Libertad Sindical en México, op. cit., cap. II, págs. 84 y 85.
[64] El libro de Blasco Ibáñez, Militarismo Mexicano, acusa esa tendencia de interpretación arbitraria y falsa de la Revolución Mexicana. Muchos otros, en inglés y castellano, podrían llenar un catálogo numeroso.
[65] "El proletariado y el peón participaron en la Revolución de Madero, ciegamente, sin objetivo definido, comprendiendo sólo que eso era contra el explotador. Ellos no lucharon por fines políticos o, directamente, para mejorar su situación económica; ellos lucharon sola y exclusivamente para recuperar la dignidad que se les había negado". Cita del discurso de Carlos Glacidos en la Convención Constitucional de Querétaro de 1917, que demuestra las exageraciones y limitaciones para explicar el fenómeno de la participación de las masas mexicanas que, en verdad, no aparece claro para muchos. (Tomado del libro de Carleton Beals, México. An Interpretation. B. W. Huebsch Inc. New York. 1923, pág. 132).
[66] México, bajo la presidencia de Venustiano Carranza, intentó un movimiento de acercamiento hacia los demás pueblos de Indoamérica. Esa gestión de Argentina, Brasil y Chile (ABC) para impedir la intervención armada del imperialismo en México, estimuló esta política de Carranza. Pero sólo fue un intento. Sobre él se han escrito algunos libros: México y la Solidaridad Americana - La Doctrina Carranza, por Antonio Manero. Edit. América, Madrid. La Herencia de Carranza, por el Lic. Blas Urrea, Imp. Nacional, México, 1920. La Revolución Constitucionalista, los EE.UU. y el A.B.C. (Recopilación de documentos y artículos notables, referentes a la intromisión de elementos extranjeros en los asuntos de México y a la patriótica actitud asumida por el Primer Jefe Venustiano Carranza). Talleres de "Revista de Revistas", México, 1916. "El Imperialismo de los Estados Unidos y otros Ensayos". Biblioteca Popular, Veracruz, 1927, etc.
[67] "La Revolución Mexicana, iniciada en 1910, culminó en la reunión de un Congreso Constituyente que aceptando la estructura de la antigua Constitución, formuló una nueva" Vicente Lombardo Toledano. "La Libertad sindical en México", pág. 14.
[68] Vale citar los comentarios de un reaccionario al art. 27 de la Constitución de Querétaro: "En el fondo lo que el artículo 27 se propone es erigir la propiedad privada, estableciendo un principio que parece transplantado de la Europa feudal". C. Díaz Dufoo, La Cuestión del Petróleo. E. Gómez de la Puente Editor, México, 1921, pág. 219. Véase en el Apéndice el texto del artículo 27 y del artículo 123 de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos del 31de Enero de 1917.
[69] "The hastly improvised State Socíalism of the war..." John A. Hobson. The Evolution of Modern Capitalism. London & New York, 1927. Op. cit., pág. 484.
[70] En Indoamérica ya tenemos algunos casos de estatización parcial de la economía. Argentina nacionalizó y administra estatalmente su petróleo. En el Uruguay el insigne hombre de gobierno D. José Batlle y Ordóñez, jefe del Partido Colorado y uno de los más grandes espíritus creadores y constructivos de su país y del Continente, ha logrado el monopolio y administración estatal desde 1911, 12 y 14 de las Compañías de Seguros, del Banco Hipotecario, del Banco de la República -con sección de crédito rural-, de la Electricidad en todo el país, de los ferrocarriles, etc. El ex presidente de la República del Uruguay, Dr. Baltazar Brum, sostuvo en un discurso pronunciado ante los empleados del Banco Hipotecario del Estado, el 7 de julio de 1927, que "...aun cuando fuera cierto que el Estado es un mal administrador por el encarecimiento que comporta en los servicios, siempre sería preferible desde el punto de vista de la economía nacional una mala administración por el Estado a una excelentemente ahorrativa por cuenta de capitalistas extranjeros". Defendiendo en el mismo discurso el Dr. Brum el programa de total nacionalización y estatización económicas de su partido, decía: "¿Cuáles son, por lo tanto, las causas de que algunas veces, en la práctica, una y otra administración (la extranjera y la nacional) conduzcan a resultados diferentes? Es fácil indicarlas: Primero, el Estado-industrial no busca dividendos; segundo el Estado-industrial se interesa por el mejoramiento del servicio público que atiende; tercero, el Estado-industrial paga sueldos y jornales que permiten vivir a los empleados y obreros que lo sirven, a los que siempre debería hacer participar también de 1as ganancias que pudieran producirse. En este sentido al Estado corresponde ser un patrono altruista y humano que se complazca con la felicidad de sus servidores y que trate de hacerles todo el bien que esté a su alcance". En 1919 Batlle y Ordóñez y su Partido presentaron un proyecto de ley cuyo artículo 1º decía: "Se destinará hasta las dos terceras partes de las utilidades que se obtengan en cada una de las empresas industriales del Estado, cuyos servicios se hagan con obreros principalmente, a elevar los salarios y sueldos de sus obreros y empleados hasta el doble, por lo menos, del promedio de los salarios de los obreros particulares de la localidad en que funcione la empresa, debiendo aumentarse todos los sueldos y salarios en una cantidad igual a la que sea necesario agregar a los menores sueldos y salarios en cumplimiento de esta disposición". Véase la obra de Roberto B. Giudici, Batlle y el Batllismo, Imp. Nacional Colorada. Montevideo, 1928, págs. 767 a 829 y 957 a 969.

sábado, 15 de junio de 2013

INSTITUCIONES DEL ESTADO


por Jaime Maria de Mahieu

62. Importancia de las instituciones
El ejercicio de la soberanía exige de parte del Estado una organización interna cuyas constantes estructurales hemos estudiado en el capítulo III. Sabemos que el órgano rector de la Comunidad, por lo menos tan pronto como ésta sobrepasa el nivel político elemental de la tribu, siempre comporta un gobierno y una administración. Pero también tenemos que comprobar que estos rodajes necesarios pueden adoptar formas institucionales diversas, por lo demás debidamente clasificadas por los teóricos.
A menudo se ha querido ver en los distintos regímenes meras variaciones accidentales de un tema único, todas igualmente valederas aunque más o menos adaptadas a los pueblos y a las circunstancias, haciendo de la moralidad de los hombres (Platón, Aristóteles), o del carácter representativo de la capa dirigente (Palacio), el único criterio del orden social. Quienes opinan de este modo se olvidan de la naturaleza funcional del Estado, que sólo existe para desempeñar una misión claramente definida.
No basta, pues, que los individuos que lo encarnan en un momento de la historia sean honestos ni “característicos”  de una situación social dada: deben, sobre todo, ser políticamente capaces, estar obligados por posición a usar su capacidad según el interés comunitario y poseer los medios técnicos que les son imprescindibles. Ahora bien: si la existencia misma del Estado depende de una estructura fundamental invariable, de sus instituciones cambiantes dependen la elección de los hombres, su orientación general y los instrumentos políticos de que disponen para llevar a cabo su tarea.
Por cierto, cualquiera sea el régimen, siempre hay un Estado, una capa dirigente y el pueblo de los gobernados. Pero semejante comprobación es anatómicamente exacta: no lo es biológicamente. El Estado no tiene la misma eficacia cuando sus atribuciones están limitadas por una constitución que cuando su jefe es rey o dictador. La capa dirigente no le suministra, un personal de idéntica eficacia si su criterio de selección es la riqueza o si es el valor funcional. EI pueblo no obedece tan bien si el régimen le atribuye la soberanía como si lo mantiene en su lugar de subordinado.
Eso no significa que tal sistema constituya una panacea política, ni que tal otro dé para, todos los pueblos y en todas las épocas resultados igualmente deplorables. Las mejores instituciones teóricas serán impotentes para devolver a una raza degenerada las cualidades biopsíquicas que le faltan, mientras que una Comunidad en plena expansión podrá acomodarse mejor que otra de un régimen inferior. Ciertas condiciones étnicas, geopolíticas o históricas pueden imponer la unidad a un pueblo que su sistema de gobierno tiende a descomponer, o a la inversa. Pero no por eso deja de ser verdad que el fin buscado por cualquier Estado exige, teniendo en cuenta la naturaleza del hombre y la de la Comunidad, un conjunto de instituciones que bien podrán variar en sus matices y sus relaciones, pero que siempre se imponen ineludiblemente so pena de fracaso.
Por supuesto, sólo hablamos aquí de las instituciones reales y no de aquellas que proclama, en forma de leyes escritas, una constitución eventual. Esta última, sin duda alguna, tiene importancia: ejerce una presión sobre el Estado real, que se ve constreñido, si le falta la fuerza o el propósito de abrogarla, a respetar su letra. Su espíritu resulta más maleable. Bástenos notar, después de muchos, que los Estados Unidos liberales y las colonias camufladas de la América Central poseen constituciones idénticas desde el punto de vista institucional, como también Bolivia, que pudo hacer su revolución nacional sin modificar su sistema teórico de gobierno. Ningún observador, sin embargo, se atrevería a identificar las instituciones políticas reales de Bolivia con las de los Estados Unidos.

martes, 4 de junio de 2013

EL ESTADO DE ISRAEL:ORIGEN DEL TERRORISMO JUDÍO


por Norberto Ceresole

Naturalmente el Estado de Israel ha incrementado la rejudaización física de Jerusalén, al mismo tiempo que aplica los llamados "Acuerdos de Paz" (Madrid-Oslo), que en su momento fueron jubilosamente consensuados por la totalidad de la llamada "comunidad internacional" (1).
No es casual, obviamente, que esos hechos coincidan con los mayores esfuerzos realizados en Occidente para continuar simulando que la política del Estado de Israel -y de las organizaciones de la judería sólidamente implantadas en muchos países del mundo- se desarrolla en un plano puramente angelical, o "celestial" (en el estricto sentido bíblico de pueblo y Estado "elegidos").
Desde hace muchos años, en el mundo Occidental es imposible realizar cualquier crítica política al Estado de Israel o al judaísmo en general. En estas cuestiones toda crítica se transforma en blasfemia, y el crítico es sencillamente estigmatizado, demonizado y, finalmente, reprimido. Ello tiene una lógica profunda que se explica a partir de la sustitución de lo político por lo teológico, que es lo que está ocurriendo en esta etapa de refundación ideológica del Estado de Israel. A esta etapa la denominamos nacional-judía o hiperjudía (2).
La política del Estado de Israel está ya totalmente inscrita dentro del nacional-judaísmo, o del hiperjudaísmo, lo que significa, en primer lugar, que la ideología hegemónica de ese Estado tiene ahora, en un nivel cualitativamente distinto al de la etapa sionista, un fundamento religioso, es decir, bíblico.
Una ideología -única en su caso- basada en una interpretación sui generis del Antiguo Testamento, lo que incluye la existencia de un proyecto de ley en Israel (aprobado hacia fines del mes de febrero de 1997) que castiga con penas de hasta un año de prisión "...la posesión, la impresión, la difusión y la importación de informes o materiales que contengan elementos que persuadan a un cambio religioso" en el Estado Judío. La Biblia Cristiana o Nuevo Testamento entra dentro de esa categoría bibliográfica. A partir de la aprobación definitiva de la ley la práctica del cristianismo devendrá en un delito en la "Tierra Santa" (3).
En segundo lugar se le asigna -en esa ideología de Estado- a los patriarcas y profetas fundadores de los pueblos judíos, cristianos y musulmanes, un rol exclusivamente judío. Ellos son considerados por los actuales dirigentes de Israel, como los padres exclusivos de la nación judía, hecho que transforma a ese Estado y a esa sociedad en algo totalmente diferente del resto del mundo (4), y al judaísmo nacional israelí (hiperjudaísmo) en algo contradictorio y hasta opuesto a los otros dos grandes monoteísmos abrahámicos.
El hiperjudaísmo, por ejemplo, es lo que ha convertido a uno de los profetas del Antiguo Testamento o Biblia Hebrea, Josué, en el campeón del nacionalismo judío. Desde 1990 cada soldado judío lleva en su mochila un ejemplar de la Biblia (Antiguo Testamento) donde se ha adjuntado un mapa del Eretz Israel que incluye no solamente Judea y Samaria (Cisjordania), sino Jordania y el famoso espacio del Nilo al Éufrates. El prefacio a esa Biblia Nacional que es para el hiperjudaísmo el Antiguo Testamento fue redactado por el rabino general de las fuerzas armadas judías Gad Navon, quien subraya que Josué es, por así decirlo, el primer jefe militar del nacionalismo judío (5).
Estamos en presencia de una gran complicación teológica y política. Años atrás -durante la etapa de la guerra fría- el concepto sionista era extremadamente útil, porque servía para caracterizar una política, la del Estado de Israel, diferenciada de una religión, el judaísmo. ¿Qué hacer ante el hecho consumado por el cual el judaísmo -una religión- ha sido transformado en ideología oficial de un Estado, es decir, en una política? Toda crítica concreta adquiere así las dimensiones de crítica teológica, que además afecta decisivamente a los otros dos grandes monoteísmos: el cristianismo y el Islam. Las tres religiones aceptan a los mismos patriarcas y profetas con excepción de Cristo y Mahoma -los judíos-, y Mahoma, los cristianos (6).
De esta forma la política del Estado de Israel pretende lograr el blindaje religioso y cultural más invulnerable. ¿Cómo decir, por ejemplo, que ese Estado ha cometido y comete acciones criminales? De hecho ya no estamos hablando de sionistas sino de judíos, los "hermanos mayores", como indica oficialmente la Iglesia Católica Romana desde hace casi una década, del monoteísmo del mundo antiguo.
Dentro de la Iglesia Católica la polémica sobre los "hermanos mayores" es muy antigua. En determinados momentos ella tuvo relación con la existencia de numerosos cuadros eclesiásticos de origen converso. Julio Caro Baroja, en el Cap. 10, Vol. 2 de Los Judíos en la España Moderna y Contemporánea, hace relación al problema en "los jesuitas y los conversos" (p.227).
El hecho es que una lectura sin prevenciones -sin "interpretaciones" previas - de los principales libros que componen la Biblia Hebrea o Antiguo Testamento nos muestra a patriarcas y a profetas judíos sosteniendo proyectos políticos y métodos de acción que corresponden exactamente a las interpretaciones que en la actualidad hace el hiperjudaísmo en esta refundación ideológica del Estado de Israel (7). Y esta realidad es la que mejor explica la unidad de acción estratégica que hoy existe entre los Estados Unidos de América e Israel, que surge y se fundamenta en dos lecturas similares del Antiguo Testamento (la judía y la evangélico-calvinista).
Aunque con diferencia de grado e intensidad, el Estado de Israel y los Estados Unidos de América (EUA) son los únicos poderes fácticos del mundo cuyas acciones se sustentan en "grandes principios". Los (norte)americanos son maestros en proclamar la moralidad perenne de su política exterior; y ello emerge de una lectura muy especial -evangélico-calvinista- de la Biblia Hebrea (Antiguo Testamento) (8). Por esa razón el mito del "Holocausto" se convierte en la piedra angular de la política exterior norteamericana a partir de su derrota militar en Vietnam, y en la base de un chantaje permanente de Israel a Occidente en su conjunto (Ver: Capítulo 7, El Mito del Holocausto y la Conciencia Occidental).
De una lectura sin interpretaciones del Antiguo Testamento surge un indudable sentimiento de superioridad nacional y racial: "Se es más hombre en tanto que se es más judío". "Lo judío es lo que más próximo está de la humanidad". Y así sucesivamente. El origen de esta lectura es ciertamente talmúdico, pero recién en esta contemporaneidad pos-sionista existen las condiciones militares para que la misma se transforme en un hecho estratégico de gravitación extraordinaria.
El Talmud es el gran libro sagrado del judaísmo, donde se ponen por escrito, a partir del siglo II d.C., sus tradiciones orales. La Ley oral es indispensable en el judaísmo, tanto o más que la Torah o Biblia Hebrea, ya que esa tradición (oral) pretende extraer su legitimidad del propio Moisés. En los dos libros del Talmud y en la Mishnah (9) es donde se manifiesta con toda su claridad la violencia anticristiana del judaísmo. Jesús es un traidor que merece eterna condenación ("Cuál es el castigo de este hombre?: excrementos en ebullición -B. Guit 56b-57a). Toda la historia del judaísmo pos-talmúdica es una militancia anticristiana. Es por ello que no se debe entender al cristianismo como "antisemitismo", como propone la hermenéutica católica posmoderna, sino a la inversa, al judaísmo como anticristianismo, como ya sostuvo Lutero en 1543 (ver nota 33).
Por eso es que hoy todo ataque a la política del Estado de Israel, se convierte en una escisión trascendente, en una fractura teológica entre el crítico y lo criticado: se abre un foso insalvable entre un "nosotros" y un "ellos". El crítico se transforma así en "extranjero", en el sentido del Libro de Josué, lo que significa: en enemigo.
La lectura que hoy hace el hiperjudaísmo del Antiguo Testamento no es una lectura tribal. En realidad es una lectura imperial acorde con el papel que aspira a jugar el Estado de Israel y una gran parte de la comunidad judío (norte)americana en la construcción de un nuevo orden mundial globalizado, con un cristianismo institucional que ya actúa como el hermano menor del judaísmo.
Sólo falta reducir a los núcleos "duros" del Islam y del nacionalismo árabe. Y ello está planificado como una operación militar que puede provocar una catástrofe irreversible. Invito a los lectores a leer a Moisés explicando a sus tribus cómo conquistar la tierra prometida, imaginándolo de pie sobre un arsenal nuclear, táctico y estratégico. Imaginemos la metodología política de Moisés realizada con las tecnologías militares actuales, "armas de destrucción masiva", casi todas a disposición del ejército judío.
Este proceso de refundación ideológica del Estado de Israel hace que toda investigación crítica se convierta en algo "abominable" que proyecta al autor hacia la clandestinidad y hacia la "blasfemia" y, en el campo puramente terrenal, hacia la cárcel, o por lo menos hacia la marginalidad más absoluta. No obstante, Israel sigue siendo un Estado criminal, cualquiera sea la ideología con que se recubra, pertenezca ésta al reino de lo terrestre o al reino de lo "celeste". Un Estado criminal desde su misma fundación sionista -es decir, nacionalista, europea, blanca, laica, racionalista y "civilizadora"- en un territorio usurpado y ocupado a sangre y fuego. Al mejor estilo "Antiguo Testamento".
La cobertura ideológica de base religiosa (talmúdica) que hoy explicita ante el mundo el Estado de Israel es de una gravedad aterradora. Los otros dos grandes monoteísmos originariamente pos-judíos quedan, en principio, atrapados en la red. Salvo que se sostenga, como lo hacen los musulmanes a partir del Corán, que los textos bíblicos en sus actuales versiones son, en su mayor parte, apócrifos. Por lo demás resulta francamente artificial la anterior pretensión "progresista" -es decir, infantil- pretender escindir sionismo y judaísmo, y definir "malo" a uno y "bueno" a otro.
La Biblia judía es un discurso ideológico que emite la propia divinidad. Por lo tanto su texto es un texto sagrado. A partir del propio texto Dios se dirige al lector. Él es el destinatario del mensaje. Si esto es cierto hay, por lo tanto, en la lectura nacionalista del judaísmo, un núcleo irreversible de perversidad. Esa perversidad, esa "abominación" que produce "desolación" (San Juan, Apocalipsis), es la que provoca los sucesivos choques de la comunidad judía contra el resto del mundo en estos últimos 32 siglos, si aceptamos como válida la mitológica datación bíblica por la cual la aparición de las primeras tribus hebreas en Palestina (tierras cananeas) ocurre hacia el siglo XII-XI aC.
Ahora, por primera vez desde sus mismos orígenes, el judaísmo ha adquirido una posición geoestratégicamente dominante en la historia, por lo menos en las grandes áreas de la política occidental y del mundo antiguo. Esa posición dominante comienza con la victoria Aliada en la "segunda guerra mundial" y la inmediata fundación del Estado de Israel. En la actualidad el poder judío se sustenta internacionalmente desde el control de los principales órganos de poder del Estado Norteamericano, y a partir del lobby judío-norteamericano, que es hegemónico en el plano cultural, político y financiero. El supuesto esplendor de la etapa davidiana de la prehistoria mítica de Israel queda totalmente opacado ante la situación actual, ya que, supuestamente, el poder político del Rey David sólo llegó a significar, en el mejor de los casos, la existencia de un pequeño espacio geográfico periférico totalmente ignorado por las grandes civilizaciones de la época.
El poder fáctico de que hoy dispone el Estado de Israel -y que en gran parte le ha sido transferido y conquistado por -y dentro de- esa otra gran potencia bíblica que son los Estados Unidos de América, a través de ese "Tercer Estado" que es el lobby judío (norte)americano- tiene como lógica contrapartida una dimensión ideológica a escala "religión fundadora". Por primera vez, la ideología se engancha con el poder y la palabra con los hechos. Ahora el judaísmo es una política de Estado, sustentada por una potencia que dispone de un poder de alcance global.
De esa confluencia entre poder ideológico y poder fáctico surge una gran capacidad de acción, que no se corresponde ciertamente ni con la cantidad de judíos que habitan hoy en el planeta -unos 15 millones de personas, es decir, una pequeña "mancha" demográfica- ni con las insignificantes dimensiones espaciales del Estado de Israel, ni con ninguna otra medición fáctica del poder, en términos estrictamente sociológicos, geopolíticos y/o económicos.
En definitiva, existe una mutación política, cultural y estratégica que sufre el judaísmo en estos tiempos, desde la existencia del Estado de Israel. El nacional-judaísmo ha reemplazado al sionismo (en su versión nacional-revisionista y/o en su versión socialdemócrata) como ideología fundacional de un hecho político. Es esa cosmovisión ultraviolenta del judaísmo pos-sionista quien está organizando el estallido de una guerra mundial de exterminio con epicentro en Oriente Medio y con proyecciones sobre Asia Central.
Esta nueva ubicación de Israel en un mundo al que se intenta globalizar, se corresponde con la lógica de una guerra civil interior potencial que está ocurriendo dentro de la sociedad israelí -incluyendo en ese concepto (sociedad israelí), por supuesto, a las ramas más importantes de la judería en el mundo. Esta guerra civil potencial tiene, lógicamente, una relación muy estrecha con la evolución de lo que se había llamado hasta este momento "Plan de Paz".
El asesinato del señor Rabin y las investigaciones que sobre él se realizaron y aún se realizan, fueron revelando una trama increíblemente compleja. Los sectores judíos que pueden ser definidos como fundamentalistas no sólo conspiraron -con prolongada anterioridad al asesinato propiamente dicho- contra la concepción original del "Plan de Paz" ("paz por territorios"): están asimismo estructurando una fuerza -ideológica y física- a escala internacional, con el objeto de desatar una guerra "definitiva", una guerra de exterminio que tendrá por escenario principal el Oriente Medio (Siria, en primer lugar) y "zonas contiguas" del Asia Central (Irán). Esa "guerra definitiva" es una "solución final" para exterminar y/o transferir a la población palestina y árabe del Eretz Israel (Gran Israel, o territorio de Israel, con fronteras definidas -"desde el Nilo al Éufrates"- a partir de relatos bíblicos considerados "sagrados" por los fundamentalistas judíos) y lograr así una pureza étnica que el nacional-judaísmo considera imprescindible para la realización de su Plan Mesiánico.
A partir de esa guerra, el lobby judío (norte)americano pretende alcanzar un espacio económico ampliado -en Oriente Medio y Asia Central- según objetivos globalizadores. Lo intentó alcanzar bajo gobierno social-sionista, que pretendió convertir al Estado de Israel -vía "plan de paz"- en el cerebro tecnológico y financiero de un espacio árabe-musulmán totalmente domesticado, por medios "pacíficos" (políticos y diplomáticos) (10). Ese proyecto social-sionista ya no es viable porque la sociedad israelí -incluidos los sectores más poderosos de la diáspora judía- no es una sociedad occidental normal, como ingenuamente pensó el propio Occidente hasta hace muy poco tiempo. En su interior se produjo una mutación profunda que tendrá alcances estratégicos trascendentes que afectarán a la totalidad del "mundo occidental".
Esa guerra ya está pre-diseñada a partir de numerosos ensayos sobre el terreno. El exterminio y la expulsión de grandes masas poblacionales de árabes y de musulmanes será un elemento constitutivo esencial en el nuevo conflicto que se está diseñando. Habrá asimismo una fuerte represión en el interior de la sociedad israelí, en la dirección de eliminar del mapa político y físico a todas las versiones del "liberalismo laico judío".
Este conflicto interior no es nada nuevo en la historia del judaísmo. Se planteó en Alemania entre sionistas y "asimilados" con anterioridad y durante la "segunda guerra mundial". Fracciones del sionismo, especialmente las "revisionistas" (así llamadas posteriormente porque querían "revisar" el mapa de Palestina luego de la "partición" de 1947) negocian con la jefatura del Tercer Reich, por lo menos hasta 1942, la transferencia a Palestina sólo de judíos sionistas, dejando a los judíos asimilados para su posterior traslado a campos de concentración de la Europa del Este. Paralelamente miles de alemanes de origen judío, pero no asumidos como tales, pelearon valientemente en la Wehrmacht por la victoria del III Reich.
Como veremos en el capítulo siguiente, la llamada "solución final" no consistió en el exterminio físico y planificado de los judíos europeos. Por supuesto que hubo asesinatos en masa de judíos y de no judíos. Ello sucedió en todos los frentes y en todos los bandos en pugna. Lo que pretendemos señalar es que todos los documentos existentes hasta el día de hoy demuestran con claridad que el objetivo del nacional-socialismo era excluir a la población judía del Tercer Reich, y no exterminar a esa población, como sostiene la teoría del Holocausto o el Mito de los "seis millones".
No se niega la existencia de crímenes cometidos por el nacional-socialismo alemán. Se sostiene que esos crímenes no son de naturaleza distinta a otros crímenes cometidos por otros Estados o grupos humanos a todo lo largo de la historia humana, incluyendo la segunda guerra mundial. En ese sentido no hubo "Holocausto", es decir, un plan ritual de exterminio -por parte del victimario- y una aceptación (necesidad teológica) de ser exterminados, por parte de las víctimas.
Posteriormente, la "teoría del Holocausto" se constituyó en el gran elemento mítico e ideológico justificativo no sólo de la creación del Estado de Israel; sobre todo propició -muy enfáticamente- la "necesariedad" de los crímenes continuos, sistemáticos y progresivos cometidos por ese Estado, contra Palestina, Líbano y el mundo árabe-musulmán en general. Se pretendió fijar en la conciencia mundial la idea de que el "Holocausto" era superior e irreductible a cualquier otro sufrimiento o sacrificio humano en la historia. Ello permitió sostener que "la creación del Estado de Israel era la respuesta de Dios al Holocausto", y que sus crímenes eran un acto de fidelidad al "gran elector". Al Dios que señala e identifica a su pueblo.
Ahora ese "Estado Divino", habitado por un "Pueblo Elegido", planea y ejecuta una guerra de destrucción y de exterminio, un verdadero genocidio contra los pueblos musulmanes (en principio, árabes y persa), siempre protegido por el escudo ideológico del "mito de los seis millones".
Esa guerra de exterminio, en la escala regional, implicará, en primer lugar, al ejército de Siria, y a los movimientos políticos y militares de resistencia nacional como Hezbollah (Líbano) (11). El objetivo de los mandos fundamentalistas del ejército judío -que en ningún momento fueron ajenos a ninguna de las crisis relacionadas con el llamado "Plan de Paz"- será destruir con la mayor rapidez posible a las fuerzas de Damasco y, luego de tener las manos libres -en un tiempo muy corto- arrasar -utilizando armas nucleares, si fuese necesario- a la República Islámica de Irán. Los territorios bíblicos del Eretz Israel estarían así disponibles para el "pueblo elegido".
El nacional-judaísmo o hiperjudaísmo es, en verdad, una combinación sanguinaria entre mesianismo religioso pos-sionista, militarismo de alta tecnología y capitalismo globalizante. La realización plena y efectiva de cada uno de los elementos de ese trípode pasa inexorablemente por el desarrollo de una guerra ya iniciada cuyas líneas principales podrían ser las señaladas anteriormente. En estos días estamos viendo, en Palestina, algunos aspectos preliminares de esa guerra. Algunos ensayos en pequeña escala, como lo son asimismo los bombardeos cotidianos al Líbano.
Que exista ese plan mesiánico-militar orientado a crear una gran zona de globalidad capitalista en lo que hoy es uno de los grandes "agujeros negros" (12) de la política mundial (grandes "vacíos" que desestabilizan la concepción globalista del "Nuevo Orden Mundial"); que exista ese Plan no quiere decir que el mismo se realizará indefectiblemente. Son numerosas y activas las fuerzas resistentes que actuarán en dura oposición a su desarrollo.
Shimon Peres vuelve a la carga con una de las ideas más peligrosas para la supervivencia del pueblo palestino y, también, para la del mundo árabe-musulmán: el proyecto laborista de la "confederación judío-palestina". El proyecto pretende constituirse en el núcleo de un programa de gobierno alternativo al de la coalición Likud-partidos religiosos, actualmente gobernante. Se trata de hacer efectiva la "alternancia en el poder", mecanismo común en las llamadas "democracias normales" occidentales y, con ello, continuar simulando que la sociedad israelí es una "sociedad normal", según parámetros occidentales.
¿En qué consiste la idea de la "confederación judío-palestina"?
En esencia plantea la necesidad de construir un mercado económico en todo el espacio árabe musulmán del Oriente Medio. Ese espacio económico tendría como centro o núcleo al propio Estado de Israel, quien sería el encargado de suministrar su "capacidad tecnológica", entendida como motor de la totalidad de ese espacio económico. La "confederación judío-palestina" hubiese sido la conclusión lógica de los Acuerdos de Oslo, de no haber mediado la victoria electoral de Netanyahu y la creciente hegemonía del fundamentalismo judío, dentro de las fronteras del Estado de Israel. La totalidad del proyecto está expuesta en un libro firmado por Shimon Peres cuyo título en castellano es: Oriente Medio, Año Cero (Grijalbo, Barcelona, 1993).
Dado que las cuestiones económicas están en el centro del proyecto, europeos y norteamericanos siguen convencidos que la "solución" de la cuestión palestina está dentro de la idea de "confederación". Ello significa que la "confederación" sería el mecanismo adecuado para impulsar la dinámica de la paz. Una vez que israelíes, palestinos y árabes desarrollen la confianza mutua, a partir de un desarrollo económico concreto y ordenado dentro de un mismo espacio, los problemas políticos más espinosos quedarían resueltos casi automáticamente.
La "confederación" deberá, naturalmente, poseer un centro o eje: la unidad de intereses entre israelíes y palestinos, primero, y entre israelíes, palestinos y jordanos, de inmediato. Una especie de Benelux medio-oriental para el desarrollo de proyectos económicos conjuntos. Así, la paz será la consecuencia de un acuerdo sobre cuestiones económicas de fondo. Una vez pactada la cooperación económica, todos los demás problemas (soberanía, tierra, Jerusalén, Estado Nacional Palestino, etc.) encontrarían el marco adecuado de solución.
Para los laboristas israelíes -que cuentan con el apoyo de los europeos y, en parte, de los norteamericanos- la idea de la "integración económica" es la base y la condición de la "seguridad". Exactamente lo contrario a como lo ve Netanyahu. La integración económica es el principal componente del proceso de paz. La seguridad de Israel se ampliaría de esta manera a un marco regional: se habla de una "seguridad regional" para combatir al "terrorismo". La lucha por la reconquista de la dignidad del hombre es una cuestión que no puede ser separada del actual combate mundial de los pueblos -de todos los pueblos- contra una globalidad indiferenciadora y crecientemente perversa. El hiperjudaísmo es una parte constituyente esencial del globalismo que separa a la población mundial trazando una frontera infranqueable entre "elegidos" y humillados. Pero dentro de la "confederación" los palestinos encontrarían, por fin, un lugar en el mundo, aceptando la soberanía judía en lo económico, lo tecnológico y lo político. Ya no sería necesario desangrarse en esas luchas estúpidas por la dignidad, como diría el señor Shimon Peres.