sábado, 28 de diciembre de 2013

EL ENGAÑO SUDAMERICANO


por Luis Alberto de Herrera

Es curioso que la opinión sudamericana parezca no advertir la enorme distancia que media entre sus ensueños democráticos y la realidad de su timbre republicano.
Ya hemos salido, en verdad, de las dominaciones siniestras, del Imperio de nuestros Saint-Just, pero
no es menos exacto que estamos bajo el yugo de los jacobinos, en su segunda época. Despojados, hoy como ayer, de la esencia libre, con el único distingo de que antes no se perdía el tiempo en decorar el atentado y ahora se cumple, en todas sus partes, un grotesco simulacro de derecho.
Cometimos la insensatez lírica de proclamar el sufragio universal, al independizarnos, en hora en que los Estados Unidos consideraban oportuno restringirlo. Jamás se pensó en abonar su ejercicio. Apenas había tiempo para las cargas a lanza de todos los días. Pero es que, ni después ni ahora, ni nunca, ha conocido América el arraigo orgánico de esa institución madre que es tan necesaria a la libertad como la quilla ai barco.
Y sin embargo, porque los ganados procrean, y porque la inmigración salvadora so filtra por las fronteras, y porque se cotizan a alto precio nuestros productos, y porque empezamos a ocupar sitio, menor que nuestra personería geográfica, en el seno de la familia humana, nos olvidamos de que, así como Norteamérica ha salvado ¡ella sola! el honor de la palabra república, nosotros, los sudamericanos, hemos agotado fuerzas ingentes en la tarea doloroso de llevar al naufragio a  ese mismo honor. Al igual de los sordos, que no oyendo ellos creen que a las demás personas les ocurre lo mismo, los sudamericanos estamos persuadidos de ser la promesa mundial del derecho y, tal vez, ya su realización única; mientras Canadá, Australia, Nueva Zelandia y Sudáfrica desfilan por nuestro lado y nos aventajan, en mucho, pero sin comprometer su seriedad con declamaciones, con el ruido de parches y clarines.
También, a impulsos de esa infantil vanidad, creemos que no hay montañas como nuestras montañas, ni coraje como nuestro coraje.
Lejos de nuestro pensamiento la inclemencia lapidaria para aquella borrascosa juventud.
Sólo los soñadores pueden concebir a la libertad como una gran dama, irreprochable en su belleza. Fuera de que pedir a los hechos que sean ideales, sin mancha, es como exigir a los ríos que corran en línea recta por la superficie de la tierra que es espléndida y perfecta por ser negación de esa misma recta.
Los sucesos son monstruosos en tiempos anormales, semejantes al estilo incoherente de un Carlyle, sin perjuicio de tener, ellos también, su clave anormal.
Si rendimos la frente ante el soberano principio de causalidad, que preside la caída de una hoja, ¿es posible no acatarlo también cuando él gobierna, implacable, la evolución de los organismos humanos?
Por esc rumbo de criterio sereno y justo, se ilumina el fondo apocalíptico de la historia y todo se perdona porque todo se explica!
Lo que asombra, cuando el raciocinio parle de esa eminencia equitativa, es que después de comprender el carácter irregular de la sociedad sudamericana; después de aquilatarla adolescente y bajo el letargo colonial, ajena a las fecundaciones del derecho, sin sufragio, tolerancia de cultos, hábito de deliberar, sin prensa, sin contacto recíproco, sin comercio, sólo con el desierto a la espalda y al frente; lo que asombra, repetimos, es que, conocidas las imperfecciones enormes de ese linaje, todavía se insista en describir a los pueblos de Sudamérica como aptos para figurar, con éxito, en las luchas cívicas que sucedieron a la independencia, en suponerlos con el instinto libre y las adivinaciones de su cumplimiento victorioso.
Pero todavía asombra más que al internarse en el laberinto de los orígenes y estudiar las sacudidas y catástrofes subsiguientes al primer vagido libre, se empeñen muchos pensadores en exhibir ese pasado como la lucha entre dos tendencias contradictorias, ilustre, la una, ignominiosa, la otra: las virtudes patricias frente a las delincuencias montoneras.
Es indudable que las jornadas de la emancipación contaron con una pléyade de distinguidos apóstoles y servidores que ofrendaron vida, ideales, fortuna y sinceridad a la aventura augusta; pero nadie ignora que esa hermosísima devoción no satisfizo las exigencias turbulentas de la época, viéndose ella muy pronto vencida por el avance de muchedumbres arremolinadas.
El inmenso desencanto sembrado por el desorden irrefrenable; la persuasión adquirida de que no había manera legal de fundar la estabilidad política; el dolor de ver que se confundía con libertad a la licencia y al atentado con la república, colmaron la derrota de los guías intelectuales y soñadores del movimiento. Algunos de esos varones fuertes tuvieron entonces el hermoso coraje de rendirse al ensayo monárquico, sacrificando la popularidad liviana a la voz honorable de su conciencia cívica. Otros, pactaron con la borrasca, acertados también al someterse a la corriente irresistible de los tiempos. En hora de naufragio no se hace cátedra. Ejemplar en esos días la franqueza del general Belgrano, que decía:
"¿Será posible que, después de seis años de revolución, aún no se haya fijado opinión acerca del sistema de gobierno que nos es más conveniente? ¿Qué especie de gobierno hemos vivido después de la recuperación de nuestros derechos en 1S10, a que tan injustamente se da el título de insurrección? No hemos conocido más que el despotismo bajo los gobernadores y virreyes, y bajo las Juntas, los Triunviros y Directores, pero sin el orden que en aquél proporciona el terror y con todo el compuesto de ideas tan brillantemente pintadas por los escritores de la nación que alborotó al mundo, para darle el ejemplo de los tristes resultados de que todos somos testigos y a que vamos marchando con la mayor aceleración". (1)
También al vencedor de Salta le deberá la posteridad saldo de agradecimiento por esta advertencia profética. Ya en 1816 el general Belgrano señalaba la influencia corrosiva, en el escenario indígena, de las demagogias francesas.
Civilización y barbarie, ha dicho Sarmiento. Sin irreverencia al genial ciudadano, ¿no podría afirmarse que todos padecían de incapacidad para el ejercicio verdadero de la democracia, por girondinos, unos, por jacobinos inconscientes, los otros, y que dentro de la civilización suda­mericana había barbarie y dentro de la barbarie vigorosos gérmenes de civilización?
De un extremo al otro del continente ardió la hoguera anárquica, bien alimentada por todas las fracciones. Todos, por igual, renunciaron al precioso pilotaje de la experiencia y enamorados de los dogmas ensorde­cedores de 1789 se batieron, en nombre de una mentida soberanía del pueblo, porque todos los bandos recogían la imagen con la imperfecta fidelidad del espejo que no da relieve propio a las figuras.
En la oposición, se conspiró; en el poder, se abusó de la autoridad. El ideal afiebrado de la época era batir al adversario, quebrarlo, sustituirlo, y, con tal de llegar a ese fin, no se estilaban grandes escrúpulos. Testimonio preciso de esas incurables agitaciones y motines lo ofrece esa Buenos Aires, cuyos escritores fulminan, desde la altura de su soberbia política, al federalismo, a los bárbaros, que dicen.
Antes de 1820, Balcarce, Soler, Alvear, convirtieron a la capital en foco de sediciones diarias, ahogados por el odio recíproco y ocurriendo a lodos los medios para exterminarse. A las huestes artiguistas pedirían ellos alianza y amparo, [1]
Por lo demás, es curiosa la imputación anárquica lanzada por las plumas unitarias al federalismo cuando, serenada la atmósfera crítica, si alguna tendencia destaca inspirada y próxima a la verdad democrática, en el seno de aquella espantosa vorágine, eso privilegio corresponde al clamor federativo que invocó, sin descanso, el derecho de cada región a , condensar sus emociones cívicas, que tuvo la personería de los localis­mos precursores de la comuna inexistente y que recorrió las campañas desiertas echando, en surco ancho, y tal vez sin saberlo, mucha simiente de autonomía.
Pero la demagogia unitaria que, apoyada triunfal, durante casi un siglo, en las declamaciones a priori de la Revolución Francesa, ha ejercido dominio absoluto en el campo de las ideas americanas, negó hasta sombra honrada y fecunda a los anhelos discrepantes con sus decretos soberbios.
Apoderada de la prensa, tenaz en su propaganda calumniosa y gozando de todos los prestigios radicales, ella ha impuesto opinión a la opinión pública. El Uruguay, así intrigado en el culto de su fundador y héroe nacional, ofrece dato elocuente de ese proceso hecho en nombre del sofisma y de exclusivismos de partido. Chile, con su libertador el general Carrera, y sus hermanos, disfrazados de bandidos por el odio unitario, rarifica la probanza, si no bastara, en otro campo, el alud provocado de las invasiones portuguesas.
Habla así el general Mitre:
"Esta palabra es Federación. Pronunciada por la primera vez por Moreno, el numen de la Revolución de Mayo, en 1810, los diputados nombrados par a formar el primer Congreso Nacio­nal la renegaron falseando su mandato. Repelida por e l Paraguay, por es­píritu de localismo y aceptada solemnemente por un tratado público, la segregación de esta provincia fue el primer golpe dado a la antigua unidad colonial. Adoptada, sin comprenderla, por Artigas y los suyos, se convir­tió en sinónimo de barbarie, tiranía, antinacionalismo, guerra y liga de caudillos contra pueblos y gobiernos". [2]
Pero aunque la enorme autoridad de un gran historiador plantee la antítesis infernal: los pueblos y los gobiernos de un lado y, en fila opuesta, socavando sus cimientos nacionales, la tiranía, la barbarie y la liga de caudillos, el sentido lógico se rebela contra esa clasificación caprichosa, irreal, que, por definir mucho, no define nada. Porque si en la actualidad marcamos con estigma a esa fuerza irregular, nacida, como el torrente,
en el fondo de las soledades americanas, no hacemos otra cosa que sellar la infamación de nuestra evolución autonómica. Porque la libertad de un mundo voló en alas de esa titulada barbarie que, rival del viento, venció fronteras y montanas. Porque ese gauchaje, ese artiguismo -orgánico en todas las regiones- de cáscara ruda, inculta, salvó al verbo como defiende a la perla la concha rústica de la ostra. [3]
Así califica un autor mexicano el primer alzamiento, en su país, de los patriotas: "Despoblábanse las rancherías, peones, niños, mujeres, ancia­nos a pie, a caballo, en muía y en asnos, lodos seguían en tropel a ¡os caudillos del pueblo gritando vivas, desfogando caler as, prorrumpiendo en desahogos, no para explicados, contra la dominación española y a favor de Fernando VII; en una palabra, toaos los delirios de la venganza, el fanatismo y la barbarie, y todos los instintos de la libertad y del derecho".[4]
Tarea difícil, imposible, la de sostener en pie aquellas denominaciones antagónicas, en el comentario clínico de la epopeya sudamericana, cuando todos nuestros
despotismos han sido la obra cooperativa de todos, tan solicitados ellos por el exceso doctrinario y atentatorio de los unos como por el exceso activo y también atentatorio de los otros.
Exacto afirmar que la emancipación se honró con la labor selecta de un grupo de hombres de primera fila, superiores a su tiempo y a las dolorosas circunstancias en que actuaron y, por ese preciso mérito, sacrificados por la ingratitud pública. Abren la lista cruel Bolívar y San Martín. Pero, ¿cómo podría extenderse esa calificación excepcional a ésta o a aquélla de las muchedumbres contradictorias que, movidas por la ambición, por el despecho, por el odio, por la revancha -todo eso muy distante del sufragio, de la comuna y de los grandes fueros sociales-, se mataron, se vencieron y volvieron a matarse, para vencerse de nuevo y matarse, otra vez, en el curso de cincuenta años? No; aunque su filo corte,  es necesario someterse a la ley de los hechos y recordar siempre que la América despoblada de 1810, ajena al culto inicial de la democracia y dibujada por el modelo de la España de Felipe II, no la de Carlos III, sólo por obra de milagro sociológico pudo dejar de ser un desastre republica­no; levantisca, anárquica, dictatorial, despótica.
Esas eran las únicas tradiciones doradas a fuego en su memoria. Las multitudes pastoras adquirirían pronto, ensenadas por las ciudades, el gusto de ese desenfreno, pero de sus entrañas saldría también la curación del mal: las crecientes destruyen y construyen.
Injusticia máxima fulminar a la arcilla porque, extendida sobre una superficie, ella repita sus rugosidades. El delito social de los americanos ha estribado sólo en parecerse a América, en ser idénticos, como el destino adverso los hizo, a sus mayores.
Muchas irregularidades democráticas han empalidecido nuestro ensa­yo libre; pero esos contrastes fueron engendrados por causas orgánicas, casi científicas, y ya no se satisfacen las impaciencias de la investigación retrospectiva con la referencia de los agravios sectarios y con el recuerdo iracundo de las épocas muertas. Tomando un ejemplo al caso, ya es recurso baladí presentar como elemento de juicio fundamental, adverso a Rosas, las tablas de sangre de Rivera Indarte, los versos de Juan Cruz Várela, o los artículos de los diarios de entonces.
Con idéntico criterio tampoco hacen volumen, en su favor, la espada enviada por el general San Martín, como obsequio, las notas de don Felipe Arana, ni los escritos cortesanos de Angelis. Para todo espíritu recto presentará siempre carácter odiosísimo aquella sombría dominación personal; pero, basta recordar que ella perduró por espacio de veinticinco años, para comprender su profundo arraigo social y penetrarse de que ella respondió, en ancho concepto, a los vacíos y oscuridades de los tiempos. Fueron sus solidarios, en mayoría, ilustres guerreros de la Independencia; las más distinguidas damas porteñas creyeron honrarse arrastrando en un carruaje el retrato del Restaurador; la religión le prestó hospitalidad en sus altares; las provincias le rindieron acatamiento unificado, como no lo conocieran los gobiernos anteriores, ninguno menos que el de Rivadavia; millares de hombres se sacrificaron, gustosos, en su defensa; otros millares encontraron placer en ser sus instrumentos; las clases inferiores del pueblo estaban de su lado.
¡Tenía muchos poderosos tentáculos la oprobiosa tiranía! Más que la obra de un hombre era aquel el fruto de un sistema, necesitándose el peso de la intervención extranjera -brasileña y oriental- para atacarlo, con éxito, en sus centros vitales.
¿El medio hacía a Rosas, o Rosas hacía al medio?
Sin soñar en decidirlo, basta estudiar los antecedentes de su ascensión despótica para apercibirse de que ella fue la consecuencia obligada de todos los errores acumulados y, sobre todo, de una incurable impotencia republicana.
Porque Rosas, al igual de sus congéneres continentales, no llega al poder por favor de un zarpazo felino, sorprendiendo a sus conciudadanos con la audacia de un inesperado asalto. Si algo puede vaticinarse, al leer la historia de su época, es el crecimiento de su dañina influencia, arrancada a las pampas por el petitorio de la ciudad, que luego lo aclama salvador, agradecida al socorro decisivo prestado en la guerra civil.
Dice Ayarragaray:
"Si recorremos los anales argentinos, después del año 26, se presiente el advenimiento de un gobierno fuerte y personalista, capaz de asegurar mecánicamente, al menos, el orden público y los intereses sociales más rudimentarios. El descrédito de los ensayos institucionales, la extenuación de los sistemas violentos, el cansancio y la displicencia pública, eran factores suficientes para precipitar la evolu­ción. Existía una fuerte aspiración social y el órgano correspondiente no podía faltar; si Rosas no hubiera surgido, cualquier otro caudillo habríalo quizás reemplazado. ..Y se llega a Rosas después de haberse agotado, durante veinte años, los procedimientos más irregulares y monstruosos, sin el precedente de una elección legal, sin la práctica leal de un derecho político, sin una renovación de poderes que no hubiera tenido por origen, o el motín militar o las maquinaciones del fraude; más aun: habiéndose encarnado en los hábitos la legitimidad de lodos los excesos demagógi­cos, Rosas fue confirmado en sus facultades extraordinarias por comicios unánimes de la población de Buenos Aires, con una disidencia de tres votos".
Así, con valentía dolorosa, exhibe la verdad entera un argentino distinguido que se niega a aceptar, sin inventario, el lote de las viejas iracundias.
Si alguna esperanza prometieron las entrañas sudamericanas, después de la independencia, esa esperanza fue la tiranía, que cruza las fronteras de sus nacionalidades como una diagonal de sangre y de vergüenza. La ley de esa fecundación regresiva estaba escrita en sus propios orígenes. De mentidas instituciones y de mentidos derechos y tolerancias debía derivar una mentida república, apoyada en las deficiencias ambientes. Cuando estadistas de la talla de Rivadavia intentan adelantarse a su época, ellos reciben, en premio, la caída fatal, porque ellos interpretan la voluntad avanzada de la minoría. No así los dueños y señores de las provincias, al estilo de Quiroga, López y Bustos, bien comprendidos por la masa y fortificados por sus enormes excesos, porque los días son de exceso.                                                            
Al tirano Rosas lo derroca su teniente Urquiza, también de horca y cuchillo, para ser, a su vez, combatido por la orgullosa provincia liberada. Idéntico espectáculo se desenvuelve desde México hasta el Cabo de Hornos.
Es que todas las fuerzas sociales se agitan en la más pavorosa descomposición y todas llaman al toro, es decir, a las multitudes, con el trapo rojo de la misma demagogia. [5]
Según el pensamiento exacto de Quinet, en el seno de los pueblos sin libertad las palabras juegan el papel inmenso que juegan las cosas en el seno de los pueblos libres.
Todas nuestras tiranías han sido cabezas del cáncer despótico, que recibimos íntegro de los siglos coloniales; la revancha póstuma de las indiadas sacrificadas por la crueldad de los encomenderos; la herencia impuesta de las generaciones que vivieron en el analfabetismo y en la servidumbre, "Profesábase por aquellos tiempos y en todos los dominios españoles, el axioma de que sin la ignorancia, la sujeción de los indios y su esclavitud, no sólo no se sacaría fruto alguno de la conquista, sino que ésta se perdería perjudicando entretanto a la Península". [6]
Arrancados, de súbito, a esas tinieblas, nos abrazamos al ideal ardoro­so, olvidando que él también enceguece como la luz intensa mirada de frente.
Quisimos saltar del pasado al porvenir, sin hacer alto en las escabro­sidades del presente, cuando hasta la sabia naturaleza no viola en vano el curso ordenado de las estaciones, La liquidación de ese vértigo no podía dejar de ser explosiva: el despotismo era el punto de llegada de la loca carrera.. Por eso define el resabio hueco de la historia romántica el estribillo desacreditado de las fulminaciones implacables a nuestro ciclo feudal.
Ahora bien, ¿es creíble que la copia servil, que hiciéramos en 1810, de los principios de la Revolución Francesa fuera la indicada para atenuar el vuelo de nuestros defectos anárquicos y antisociales?
En su primer esfuerzo autonómico América del Sur debía ser soñado­ra, porque en todos los órdenes de la vida la inexperiencia es sonadora y lírica; fuera también de que en la propia sangre bullían su credo las leyendas apasionadas.
Pero ese lirismo que, contenido, se resuelve en lluvia mansa, capaz de las altas fecundaciones, puede degenerar, si exagerado, en verdaderas tempestades.
Los dogmas de 1789 -sin perjuicio de algunos bienes- desempeñaron ese cometido huracanado en el desarrollo de los destinos continentales.
Ellos agregaron, a nuestros defectos orgánicos y de visión, el grueso capital de los ajenos defectos, con la agravante de venir abrillantados por  seductores sofismas.
En medio dé las desorientaciones colectivas cayeron los ejemplos transatlánticos como hechos de medida para resolver las dificultades inmensas del momento histórico.
Se estaba en lucha con la monarquía y esos ejemplos enseñaban a condenar, como maldita, a esa forma de gobierno. Francia había decla­rado guerra a muerte a la realeza; pues América del Sur debía alistarse en esa actitud rabiosa. ¿A qué fin? ¿Con qué resultado útil? ¿En respuesta a qué exigencia pública? Estas interrogaciones estaban de sobra.
Idéntico criterio de cerrada imitación nos llevó a implantar el sufragio universal, a perseguir la conquista inmediata de los más temerarios anhelos políticos, a preparar, por su intermedio, el acceso de todas las demagogias, a aplicar, aquí, en este mundo inocente de vejeces sociales, las doctrinas del Contrato Social, a vestir, con declamaciones deslum­brantes y embriagadoras, el texto de nuestras cartas constitucionales, a hacer bandera legítima de la intolerancia, a recoger agravios seculares que no teníamos; en resumen, a gobernarnos entregados a influencias exóticas, reñidas con nuestro medio.
Porque la Revolución Francesa nos causó el daño positivo que produce, en ciertas ocasiones, el mal consejo: extravió nuestro criterio. Ella nos lanzó en la senda de las ideas generales. Por ella hicimos leyes prescindiendo de los hechos, para precipitarnos de cabeza en el abismo de la anarquía.
Ella nos dijo, y lo creímos, con Rousseau, que era deber humanitario reconstituir a la sociedad suprimiendo jerarquías, convencionalismos y preconceptos y, sobre todo, ella nos empujó al desvarío democrático, con su interpretación descabellada de la soberanía del pueblo.
Fuera de nuestro propósito desconocer el intenso significado de la Revolución, en el escenario europeo, al que concurrió, en mucho, la misma índole de sus agitaciones volcánicas. Localizando opiniones, renunciando al afáncorriente y jactancioso de ser ciudadanos del mundo, consideramos que, en el escenario sudamericano, ese torrente de lava humana sembró muchos desconciertos apartándonos del buen rumbo republicano.
Bien sabemos que este aserto hiere conceptos establecidos entre nosotros. Estamos tan dominados por los sectarismos de 1789 que todavía les guardamos fidelidad de enamorados, más entusiastas por ellos que la sociedad que los engendrara.
Es que, respecto a esa jornada, se nos ha enseñado un culto idolátrico, de intensidad universal. Creemos en América, y nuestras multitudes y nuestros universitarios lo juran a pie juntillas, que todos los bienes democráticos de que gozamos en la actualidad derivan de la Revolución Francesa, siendo deudores a ella de su libertad todas las naciones del orbe, cuyo régimen de derecho cívico parte de allí, como arrancan del mismo punto polar imaginario todos los meridianos que abrazan el haz de la Tierra.
En alas de esa hipérbole, el criterio exagerado vuela hacia las grandes caídas.
Ha acentuado el perjuicio de ese entusiasmo parcial la circunstancia de haber los sudamericanos cristalizado sus ideas políticas en los sucesos de 1789, no queriendo convencerse de que, con posterioridad a aquella borrasca, nuevas ideas han cruzado el ambiente social, exigiendo otras orientaciones. Mientras este ingenuo mundo nuestro continúa repitiendo el credo de la Revolución Francesa, el criterio moderno sólo ve en ella una crisis formidable, lápida de una época: del feudalismo y de la vieja monarquía.
Encarnadas en la realidad inconcusa las aspiraciones libres engendra­das por el espíritu del siglo y surgidos nuevos motivos de preocupación colectiva -ignorados en 1789- Europa ya ha dejado atrás aquel capítulo clamoroso y tiende la mirada hacia debates más militantes. En cambio, nosotros estamos bajo la impulsión anticuada de las lecturas clásicas.
Lo singular es que no declina esa pasión juvenil. Vencedora de la edad y del tiempo, ella continúa inspirando a la opinión continental en lodos los asuntos ligados al ejercicio de la democracia. Vivimos en pleno auge jacobino y, tanto el problema político, como el religioso, como el social y el económico, piden luces de solución turbulenta a los procedimientos violatorios del derecho y de la equidad que recibieron carta de ciudadanía en los días de la Convención.
La Revolución Francesa sigue, pues, desde la tumba, gobernando nuestros destinos independientes. Esa imantación exclusiva señala otro de sus trastornos morales. Con ímpetu sincero, creemos que, como ocurre con la preferencia del italiano para escribir óperas, sólo en idioma francés se ha sabido honrar a la libertad. Esta ofuscación la hemos purgado con muchos desastres internos.
Si hubiéramos sido menos limitados en nuestro horizonte, el pensa­miento habría descubierto más felices perspectivas, otros países gober­nados con alta sabiduría, donde la declamación no usurpa terreno a la autoridad, ni el despotismo se confunde con la soberanía, ni se erige el dogma filosófico en norma de la organización pública, ni se extirpa al adversario como a raíz de veneno, ni se persigue al culto en nombre de la tolerancia, ni se confisca, ni se ahoga en sangre a los disidentes, ni se hace una mentira del derecho y una verdad del crimen y del latrocinio.
La confirmación de estos asertos, que son el eje de nuestra tesis, nos impone entrar en el comentario más preciso de la gran marejada pasional que caracterizó el final de una centuria célebre.
Tenaces en sostener que su ejemplo candente fue pernicioso para el desarrollo cívico de América del Sur, debemos empezar por exhibir al modelo en sus rasgos contradictorios con el prestigio de las instituciones libres.


capitulo IV de LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y SUDAMÉRICA

NOTAS

1. AYARRAGARAY, —La Anarquía Argentina, "El Cabildo de Buenas Aires felicitó a Artigas por haber contribuido a libertar la dudad de la 'tiranta ominosa y bárbara de la Asamblea General Constituyente'",
2. MITRE. —Historia de Belgrano.
3. Nota del general Belgrano: "Tampoco deben los orientales al terrorismo la gente que se les une ni las victorias que lo   anarquistas han conseguido sobre las armas del orden: aquélla se les ha aumentado y les sigue, por la indisciplina de nuestras tropas y los excesos horrorosos que han cometido, haciéndose odioso hasta el nombre de patria. La menor parte ha tenido el terror en la agregación de hombres y familias".
4. PRIETO. —Lecciones de Historia Patria.
5. MITRE. —
Historia de Belgrano. "Como única satisfacción de ¡a guerra provocada por las autoridades nacionales (y derribadas por las mismas fuerzas de Buenos Aires) se pedía el juicio público de ellos; en el cual no hacían sino Imitar el ejemplo de los partidos de principios, que, desde al año de 1812 hasta 1815, se habían perseguido implacablemente, unos a otros, procesándose mutuamente con menos motivo y con más crueldad que tos mismos montoneros, según ha podido verse en el curso de esta historia".
6. PRIETO. – Lecciones de Historia Patria. México

sábado, 21 de diciembre de 2013

Organización del Nuevo Estado

por Haya de la Torre

El importante tema de la nueva organización del Estado antimperialista será tratado con mayor amplitud en un estudio más especializado y más orgánico. Vale, por ahora, insistir en que de la gran experiencia de la Revolución Mexicana -la más profunda y valiosa hasta hoy de la historia política de Indoamérica-, pueden deducirse conclusiones fundamentales y plantearse con ellas valiosos puntos de vista. Un estudio científico de ese extraordinario fenómeno social dará a Indoamérica mucha luz en el camino de su liberación. México, histórica, geográfica, étnica, social y económicamente, es una síntesis de todos los problemas que vemos ampliados en el resto de nuestra gran nación continental. México es el campo de experiencia de toda la vasta complejidad de fenómenos que encierran los pueblos indoamericanos.
Como la Revolución Francesa, "el 48" y la Comuna de París para la Europa prerrevolucionaria del siglo pasado, la Revolución Mexicana ha sido el primer movimiento social contemporáneo que pudiera ofrecer a nuestros pueblos una invalorable experiencia. Sus aciertos y sus errores -principalmente sus errores-, aportan un fecundo acervo de enseñanzas trascendentes que conviene recoger y analizar con método científico y con nítido y firme sentido de nuestra realidad.
La tesis del Estado Antimperialista, sugerida por la gran experiencia histórica de la Revolución Mexicana, suscitará sin duda objeciones numerosas. Con riesgo de incurrir en excesiva insistencia, y sin dejar de reconocer que la cuestión en sí debe tratarse más extensa y minuciosamente, es necesario detenerse a examinar y respaldar algunos de los posibles puntos polémicos que han de formular seguramente nuestros europeizantes obsedidos. Lo que primero se objetará, sin duda, es la colaboración de las clases medias en la nueva estructura estatal. En la colaboración de las clases medias, tal como el APRA lo preconiza, radica una de las diferencias fundamentales entre el Capitalismo de Estado adoptado en Rusia, al plantear la revisión a que dio lugar la Nueva Política Económica o NEP, y el Capitalismo de Estado Antimperialista o Aprista. Lenin define esta Nueva Política como "un contrato, un block, una alianza entre el Estado Sovietista, es decir, proletario, y el Capitalismo de Estado contra el pequeño propietario (patriarcal y pequeño burgués)"[71]. El Capitalismo de Estado, en Rusia, se ejercita, pues, bajo la dictadura del proletariado y contra la pequeña burguesía y clases medias, como transición hacia el socialismo integral. Pero hemos demostrado ya que la dictadura del proletariado es históricamente imposible en nuestros países, mientras no se realice su previa desfeudalización, o mientras -como ocurre en la gran mayoría de ellos-, no exista realmente una definida clase proletaria con conciencia de tal.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

EL MITO DEL HOLOCAUSTO Y LA CONCIENCIA OCCIDENTAL


por Norberto Ceresole


El mundo actual es "judío hasta en su núcleo más íntimo".
"El significado definitivo de la emancipación de los judíos
lo constituirá realmente la emancipación de la humanidad
del judaísmo". Karl Marx, La cuestión judía.


"La creación del Estado de Israel aparece en la conciencia occidental como la justa compensación de la Historia, la cura de una gran herida en la marcha de la historia `universal'. El rechazo árabe de este acontecimiento es percibido como un residuo de irracionalidad en el movimiento general del progreso de la humanidad, una supervivencia de los tiempos perimidos del nacionalismo o una expresión adicional de una genética de la violencia propia de la religión musulmana que rechaza la coexistencia con las otras religiones y las concepciones modernas de la laicidad... El error cometido en el primer siglo de nuestra era por el Imperio Romano, que dispersó a los judíos de Palestina y destruyó el templo de David, ha sido por fin reparado. El mundo cristiano europeo... acepta reconocer al judaísmo, tanto bajo su forma teológica como bajo su forma nacional de restauración de una soberanía sobre la tierra de Palestina... El retorno de Israel es entonces altamente simbólico en la conciencia occidental del progreso de la historia"(1) .
En toda esta evolución no del pensamiento sino del sentimiento occidental, claramente manipulado desde la confluencia teológica y estratégica existente entre los Estados Unidos de América y el Estado de Israel, la cuestión del "Holocausto" es absolutamente vital. No vamos a "justificar" ni a "glorificar" a uno de tantos genocidios ocurridos en la historia. Vamos a tratar de comprender un proceso histórico humano, un genocidio no deseado que fue el producto de una expulsión sí deseada.
Para lo cual comenzaremos por definir y separar dos conceptos distintos y distantes, a partir del Diccionario de la Lengua Española (Real Academia Española, decimonovena edición, 1970). Holocausto: "Sacrificio especial entre los israelitas, en que se quemaba toda la víctima. Acto de abnegación que se lleva a cabo por amor". Genocidio: "Exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de religión o de política".
Nuestra crítica histórica estará orientada a desmontar el concepto ideológico de "Holocausto", entendido como el más grande Mito desestabilizador del mundo contemporáneo. El Mito del "Holocausto" constituye el epicentro, el punto de inflexión de un cordón umbilical entre Occidente y el Estado de Israel. Es la aceptación a priori de todos los actos políticos del Estado de Israel, y los de las juderías poderosamente instaladas en el propio mundo occidental, por muy demenciales que éstos sean.
Asimismo muchas dirigencias árabes adoptaron finalmente posiciones "... que los israelíes habían dispuesto previamente"(2). Así, esas dirigencias se vieron caracterizadas ante el mundo, "... no como las víctimas del sionismo, sino como sus hoy arrepentidos asesinos de ayer; como si los miles de muertos por los bombardeos israelíes sobre los campos de refugiados, hospitales y escuelas en el Líbano; las 800.000 personas expatriadas en 1948 (cuyos descendientes alcanzan ahora los tres millones de personas, muchos de ellos refugiados sin nacionalidad); la conquista de sus tierras y propiedades, la destrucción de unas 400 aldeas palestinas, la ocupación del Líbano, para no hablar de los estragos de 26 años de ocupación militar... se pudiera reducir a la condición de violencia y terrorismo, como si se debiera renunciar a ello e ignorarlo. Dado que Israel siempre ha llamado a la resistencia palestina violencia y terrorismo, incluso en el plano del lenguaje (Israel) ha recibido (con la firma de los Acuerdos de Oslo) un regalo moral histórico"(3).
Todos buscan lavar y hacerse perdonar de sus pecados, las más de las veces ficticios, cometidos en el pasado. Y todo para convalidar una situación de poder, carente de cualquier fundamento moral, existente en el presente. Es por ello que la destrucción del Mito no puede ser sino un acto re-fundacional abarcante de la totalidad del mundo contemporáneo.
La destrucción del Mito, trabajosamente elaborado, será el corte de ese cordón umbilical legitimador de la irracionalidad más abyecta. La imagen del "Holocausto" es lo que legitima, ante Occidente, y ante una parte de las dirigencias árabes, todos los actos criminales del judaísmo político en el Oriente Medio y otras regiones del mundo. Más aún, la construcción de esa imagen le permitió al judaísmo diseñar y, en parte, comenzar a realizar, a partir del Estado de Israel, un "golpe de Estado teológico y cultural" abarcante de la casi totalidad del mundo occidental.
Fue la construcción de esa imagen moral la que le otorgó al judaísmo contemporáneo un potencial de poder real que nunca antes había tenido en la historia, a excepción, tal vez, de los momentos de máximo esplendor de al-Ándalus (el poder político "terrenal" del judaísmo en el Siglo I de nuestra era fue, comparativamente, residual, respecto del poder alcanzado por los judíos en al-Ándalus y, aún, en la España visigoda). Fueron los sefardíes españoles de al-Ándalus los que más cerca estuvieron de conquistar el poder en la España musulmana.
Lo realmente sorprendente de todo este proceso es que la construcción de esa imagen mítica fue un puro ejercicio de algunas memorias individuales. Contra lo que mucha gente piensa, no existe ni una sola prueba documental, ni un solo documento que pueda ser aceptado como tal por un historiador normal, de que haya existido algo, siquiera remotamente parecido, a lo que proclama el Mito.
El historiador alemán Ernst Nolte, profesor emérito de historia contemporánea de la Universidad Libre de Berlín(4), reemplaza prudentemente el concepto de "Holocausto" por el de "genocidio"(5), (en lo que estamos totalmente de acuerdo) y relativiza esas acciones -aunque, naturalmente, condenándolas- adjudicándolas, con toda razón, a las practicadas por un gran conjunto de Estados(6), culturas, ideologías y épocas históricas. "Era abierto y franco el genocidio implícito en la intención expresada por Churchill el 8 de julio de 1940..., según él había una sola manera de vencer a Hitler: ... un ataque de destrucción absoluta efectuado por bombarderos muy pesados contra Alemania... De hecho los ingleses y los estadounidenses sostuvieron una guerra de exterminio... mediante sus ataques aéreos contra la población alemana, en los cuales fueron sacrificadas aproximadamente 700.000 personas, que en su mayoría fallecieron entre angustias mortales y tormentos antes inconcebibles"(7).
La crítica del "Holocausto" en tanto mito no es nada nuevo. Si nos limitamos sólo al revisionismo francés, constatamos que esa escuela produce su primer trabajo importante ya en 1950. En efecto, en dicho año aparece el libro de Paul Rassinier Le Mensonge d'Ulisses (La Mentira de Ulises, no hay traducción española). Rassinier muere el 28 de julio de 1967, un mes después de editar el último de sus trabajos: Les Responsables de la Seconde Guerre Mondiale.
El continuador de la obra de Rassinier es Robert Faurisson. En el anexo documental de este Capítulo reproducimos dos trabajos de Faurisson, tal como aparecen en su Archivo (Ver Archive Faurisson.). Ya desde los estudios de Rassinier el "Holocausto" aparece como Mito, como sostén cultural del Estado de Israel ante Occidente.
Se puede decir con toda propiedad que Faurisson genera una escuela de pensamiento, con su "izquierda", su "derecha" y su "post". En un contexto analítico diferente al de Nolte, Rassinier y Faurisson, Roger Garaudy expone la naturaleza mítica del "Holocausto" amparándose, aunque sin citarlos, en Paul Rassinier y Robert Faurisson(8).

jueves, 28 de noviembre de 2013

ACTA DE LA SESIÓN DEL CONGRESO DE TRES CRUCES EN LA QUE SE CONVINO EL RECONOCIMIENTO DE LA SOBERANA ASAMBLEA GENERAL CONSTITUYENTE Y LEGISLATIVA DE LAS PROVINCIAS UNIDAS


CAMPO ORIENTAL DELANTE DE MONTEVIDEO.

ABRIL 5 DE 1813

EN a campo Oriental, delante de Montevideo, a cinco días del mes de abril de mil ochocientos trece; juntos y congregados en el alojamiento del ciudadano José Artigas, Jefe de los Orientales, los vecinos emigrados de aquella Plaza, los habitantes de sus extramuros, y los Diputados de cada uno de los pueblos de la Banda Oriental del Uruguay, hecha la manifestación de los poderes de éstos, y representado as al Pueblo Oriental como soberano, después de haberse cerciorado bastantemente de las órdenes con que se hallaba el predicho ciudadano José Artigas para el reconocimiento y jura de la Asamblea Soberana de las Provincias Unidas del Río de la Plata, con la meditación más seria sobre el particular, se decidió por el voto sagrado de su voluntad general, el reconocimiento indicado bajo las condiciones siguientes:

1.— Se dará una pública satisfacción a los orientales por la conducta antiliberal que han manifestado en medio de ellos los señores Santea, Viana, y demás expulsos. Y en razón de que el general Don José Artigas y sus tropas han garantido la seguridad de la Patria, especialmente en la campaña de mil ochocientos once, contra las agresiones de la Nación Portuguesa, serán declarados como verdaderos defensores del sistema de libertad proclamado en América.
2.— No se levantará el sitio puesto a la plaza de Montevideo ni se desmembrará su fuerza de modo que se inutilice el proyecto de su ocupación.
3.— Continuará suministrándose de Buenos Aires los auxilios que sean posibles para el fin del asedio.
4.— No se enviará de Buenos Aires otro jefe para el ejército auxiliador de esta Banda ni se removerá el actual.
5.— Se devolverá el armamento perteneciente al regimiento de Blandengues (de la Frontera de Montevideo) que han conducido Los que marcharon conduciendo los expulsos.
6.— Será reconocida y garantida la Confederación Ofensiva y Defensiva de esta Banda con el resto de las Provincias Unidas, renunciando cualquiera de ellas La subyugación a que se ha dado lugar por la conducta del anterior Gobierno.
7,— En consecuencia de dicha Confederación, se dejará a esta Banda en la plena libertad que ha adquirido como Provincia compuesta de pueblos libres, pero queda desde ahora sujeta a la Construcción que emane y resulte del Soberano Congreso General de la Nación, y a sus disposiciones consiguientes, teniendo por base la libertad.
8.— En virtud de que en la Banda Oriental existen cinco Cabildos en veintitrés pueblos, se ha acordado deban reunirse en la Asamblea General cinco diputados, cuyo nombramiento, según la espontánea voluntad de Los pueblos, recayó en los ciudadanos Don Dámaso Larrañaga y Don Mateo Vidal, por la ciudad de Montevideo; Don Dámaso Fonseca, por la de Maldonado y su jurisdicción; Don Marcos Salcedo, por San Juan Bautista y San José; Dr. Francisco Unino de Rivarola, por Santo Domingo Soriano y pueblos de su jurisdicción.
Siendo estas las condiciones por las cuales han estipulado los señores comisionados el reconocimiento de dicha Soberana Asamblea, Las presentan a sus constituyentes para que, si son de su aprobación, las firmen con ellos.
Banda Oriental, 5 de abril de 1813.
Ramón de Cáceres-León Pérez-Juan José Durán-Felipe Pérez- Pedro Fabián Pérez-Pedro Vidal—Francisco Bustamante-Manuel del Valle-José Ramírez-Manuel Haedo-Fran cisco Sierra -Antonio
- Díaz, secretario.



Existe otra versión del mismo documento. Dice así en su encabezamiento: “El pueblo de la Banda Oriental de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, habiendo concurrido por medio de sus respectivos diputados a manifestar su parecer sobre el reconocimiento de la soberana Asamblea Constituyente. Después de examinada la voluntad general convinieran en el reconocimiento de dicha soberana asamblea, bajo las condiciones que fijasen los señores diputados don León Pérez, don Juan José Durán y don Pedro Fabián Pérez, que para el efecto comisionaron, las cuales, después de una bien meditada discusión sobre la decisión de can importante objeto, resolvieron lo siguiente: Condiciones:” - En el texto de las condiciones no existen diferencias en los dos documentos.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Al pueblo de Chile


Comunicado en repuesta al acuerdo de la Cámara de Diputados del 22 de Agosto de 1973, declarando la ilegitimidad del Gobierno y llamando al golpe.

“Al país:

La Cámara de Diputados ha aprobado, con los votos de la oposición, un acuerdo político destinado a desprestigiar al país en el extranjero y crear confusión interna. Facilitará con ello la intención sediciosa de determinados sectores.

Para que el Congreso se pronuncie sobre el comportamiento legal del Gobierno, existe un solo camino: la acusación constitucional según el procedimiento expresamente contemplado por la Constitución. En las elecciones parlamentarias últimas sectores opositores trataron de obtener dos tercios de los senadores para poder acusar al Presidente. No lograron suficiente respaldo electoral para ello. Por eso, ahora, pretenden, mediante un simple acuerdo, producir los mismos efectos de la acusación constitucional. El inédito acuerdo aprobado no tiene validez jurídica alguna para el fin perseguido, ni vincula a nadie. Pero contiene el símbolo de la renuncia por parte de algunos sectores a los valores cívicos más esenciales de nuestra democracia.

En el día de anteayer, los diputados de oposición han exhortado formalmente a las Fuerzas Armadas y Carabineros a que adopten una posición deliberante frente al Poder Ejecutivo, a que quebranten su deber de obediencia al Supremo Gobierno, a que se indisciplinen contra la autoridad civil del Estado a la que están subordinadas por mandato de la Carta Fundamental, a que asuman una función política según las opiniones institucionales de la mayoría de una de las ramas del Congreso.

Que un órgano del Poder Legislativo invoque la intervención de las Fuerzas Armadas y de Orden frente al Gobierno democráticamente elegido, significa subordinar la representación política de la Soberanía Nacional a instituciones armadas que no pueden ni deben asumir funciones políticas propias de la representación de la voluntad popular. Esta última en la democracia chilena está delegada exclusivamente en las autoridades que la Constitución establece. Ninguna magistratura, ninguna persona ni reunión de personas puede atribuirse, ni aun a pretexto de circunstancias extraordinarias, otra autoridad o derechos que los que expresamente se les haya conferido por las leyes. Todo acto que contravenga este artículo es nulo. (Artículo 4 de la Constitución vigente).

El Presidente de la República, en uso de sus atribuciones privativas, ha confiado responsabilidades ministeriales a las Fuerzas Armadas y Carabineros para cumplir en el Gabinete un deber superior al servicio de la paz cívica y de la Seguridad Nacional, defendiendo las instituciones republicanas frente a la insurrección y terrorismo. Pedir a las Fuerzas Armadas y Carabineros que lleven a cabo funciones de gobierno al margen de la autoridad y dirección política del Presidente de la República es promover al golpe de Estado. Con ello, la oposición que dirige la Cámara de Diputados asume la responsabilidad histórica de incitar a la destrucción de las instituciones democráticas, y respalda de hecho a quienes conscientemente vienen buscando la guerra civil.

Dicha mayoría ha desnaturalizado el contenido de la facultad fiscalizadora que el Articulo 39 N° 2 otorga a la Cámara que establece que los acuerdos y observaciones adoptadas "se trasmitirán por escrito al Presidente de la Republica" no directamente a los Ministros, como se ha hecho , y que "no afectarán la responsabilidad politica de los Ministros" mientras que si la contempla el acuerdo mencionado.

Con una fundamentación llena de afirmaciones ya antes refutadas en su integridad por el Gobierno por gratuitas o infundadas, en su mayor parte reversibles contra el uso que la oposición ha hecho de su mayoría parlamentaria, ésta pretende destruir el basamento institucional del Estado y del Gobierno republicano, democrático y representativo.

El acuerdo aprobado, más que violar, niega la substancia de toda la Constitución. Y de modo directo los artículos,1, 2, 3, 4, 9, 10, 22, 23, 39, 60, 71, 72 y 78b de nuestra Carta Fundamental. La oposición está abjurando de las bases del régimen político y jurídico establecido solemnemente en la Constitución de 1925 y desarrollado en los pasados cuarenta y siete años. Pretende, asimismo, constituir a la Cámara de Diputados en poder paralelo contra la Constitución y revela su intención de concentrar en el Congreso el poder total al arrogarse funciones del Ejecutivo, además de las legislativas que le son propias.

La democracia chilena es una conquista de todo el pueblo. No es obra ni regalo de las clases explotadoras y será defendida por quienes, con sacrificios acumulados de generaciones, la han impuesto.

Con tranquilidad de conciencia y midiendo mi responsabilidad ante las generaciones presentes y futuras, sostengo que nunca antes ha habido en Chile un Gobierno más democrático que el que me honro en presidir, que haya hecho más por defender la independencia económica y política del país, por la liberación social de los trabajadores. El Gobierno ha sido respetuoso de las leyes y se ha desempeñado en realizar transformaciones en nuestras estructuras económicas y sociales.

Reitero solemnemente mi decisión de desarrollar la democracia y el Estado de Derecho hasta sus últimas consecuencias. Y como dijera el pasado día 2 en carta al presidente del Partido Demócrata Cristiano, “es en la robustez de las instituciones políticas donde reposa la fortaleza de nuestro régimen institucional”.

El parlamento se ha constituido en un bastión contra las transformaciones y ha hecho todo lo que ha estado en su mano para perturbar el funcionamiento de las finanzas y de las instituciones, esterilizando cualquier iniciativa creadora. Anteayer la mayoría de la Cámara de Diputados, al silenciar toda condena al terrorismo imperante, en el hecho lo ampara y lo acepta. Con ello, facilitan la sedición de los que quisieran inmolar a los trabajadores que bregan por su libertad, económica y política plenas. Por ello me es posible acusar a la oposición de querer impedir el desarrollo histórico de nuestra legalidad democrática, elevándola a un nivel más auténtico y alto. En el documento parlamentario se esconde tras la expresión "Estado de Derecho" una situación que presupone una injusticia económica y social entre chilenos que nuestro pueblo ha rechazado.

Pretenden ignorar que el Estado de Derecho sólo se realiza plenamente en la medida que se superen las desigualdades de una sociedad capitalista.

Con estas acciones la reacción chilena descubre ante el país entero y el mundo los intereses egoístas que defiende.

Son muy trascendentes y graves las medidas económicas y políticas que nuestro pais necesita para superar la crisis total a que se nos está queriendo arrastrar, medidas que el Gobierno adoptará pese a los obstáculos que se ponen por delante y en las que ha solicitado la colaboración de los sectores democráticos de oposición.

Pero cuando a la parálisis de las instituciones impuesta por el Congreso sucede el intento de destruir al propio Estado, cuando la formidable ofensiva que se ha desencadenado atenta, directamente contra la democracia y el régimen de derecho, mi deber patriótico me obliga a asumir y usar en su plenitud todos los poderes políticos y administrativos que la Constitución me confiere como Jefe Supremo de la Nación.

Cada ataque, cada peldaño que franquea la reacción en su afán de destruir las vidas, los bienes materiales, las instituciones cívicas y las militares, obra esforzada de décadas de historia, fortalecen mi animo, multiplican mi voluntad de luchar por el presente de tantos millones de chilenos que buscan paz, bienestar y amor para ellos y la patria.

Hoy cuando la reacción embiste de frente contra la razón del derecho y amenaza de muerte a las libertades, cuando los trabajadores reivindican con fuerza una nueva sociedad, los chilenos pueden estar seguros de que el Presidente de la República, junto al pueblo, cumplirá sin vacilaciones con su deber, para asegurar así la plena realidad de la democracia y las libertades dentro del proceso revolucionario. Para esta noble tarea convoco a los trabajadores, a todos los demócratas y patriotas de Chile.

 SALVADOR ALLENDE G.
Presidente de la República de Chile.

martes, 22 de octubre de 2013

CULTURA Y “SER NACIONAL”


por J.J.Hernández Arregui
“Si hay poesía en nuestra América,
ella esta en las cosas viejas, en Palenke y Ulatlán,
en el indio legendario, y en el inca sensual
y fino y en el gran Moctezuma de la silla de oro.”
Rubén Darío

Con la disolución del Imperio Español en América, la filosofía mercantilista anglosajona e influencias culturales francesas, distancian cada vez más a las oligarquías nativas en ascenso económico vertical de las masas horizontalmente aferradas al suelo y a las tradiciones colectivas que siguen iluminando a estas tierras desde el firmamento cultural hispanoamericano. Es inexacto que el período colonial haya carecido de vida activa. En esos siglos se refundieron culturas, costumbres y creencias, y el sistema resistió hasta el siglo xix. Esta solidez no fue ajena a la homogeneidad cultural que España logró en América. Y tal hecho habría de subsistir hasta hoy. En lo exterior predomina lo europeo —derecho, religión, técnica—, pero en la base permanece el substractum nativo, creencias colectivas, arte popular, etcétera.
La España que viene a América es la de Carlos V con su poderío mundial y su culminante vida espiritual en todos los órdenes de la cultura y el arte. Es la España de Vives, de Juan de Valdés, de Vitoria, y sus símbolos universales son el Greco, Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Góngora. Bajo este telón refulgente advienen a La Historia Universal las tierras descubiertas. Y bien pronto las creaciones de América retornarán a Europa con su propio cuño. Grandes poetas americanos, en efecto, tonificaron la cultura española: Ercilla, Mateo Alemán, Garcilaso, Juan Ruiz de Alarcón, Juana Inés de la Cruz. Y no son ya españoles sino americanos.
El hecho no puede extrañar. Los grandes poetas de América —aquellos que merecen tal nombre— manaron de una espesa tradición colectiva, ya sedimentada, y a ella se arquearon y la expresaron, no como europeos, sino como hispanoamericanos, como reflectores de una peculiar estampa estética del mundo, que siempre brota de un paisaje y de una masa de representaciones colectivas. Los individuos geniales de un pueblo, lo son, en la medida que renuevan y sintetizan, en un proceso inagotable, pues la comunidad sobrevive al individuo, las formas alegóricas de una cultura nacional. Esta herencia es la que cualifica a todo arte verdadero. Y es que la cultura, como desde un determinado ángulo lo viera Nietzsche, “es ante todo unidad de estilo artístico en todas las manifestaciones vitales de un pueblo”.
Aún cuando las crea nacidas del milagro de su interioridad, el gran artista nacional toma sus imágenes del contexto social en que vive como criatura humana. Sus representaciones, entornadas por la singularidad venturosa de su espíritu, son colectivas. El verdadero poeta, esencialmente personal en la inmanencia de la forma, pone en sus creaciones algo de impersonal, como es impersonal y exterior al individuo, lo colectivo que lo alumbra. Y así Rubén Darío, individuo, se lamentará:

“Qué queréis. Yo detesto la vida y el tiempo en que me tocó nacer!”

Pero el otro Darío, sin contradecirse, dirá:

“Yo no soy un poeta para las muchedumbres, pero sé que, indefectiblemente, tengo que ir a ellas.”

Y es también el Darío, afrancesado y “poeta maldito” de los comienzos, quien retornará, al fin, a las fuentes eternas de su genio poético:

“Mientras el mundo aliente, mientras la esfera gire... vivirá España.”

Todo gran poeta ha experimentado el sentimiento de este protofondo creador e insondable de lo colectivo:

Que al fundir el corazón
con el alma popular
lo que se pierde de hombre
se gana de eternidad.

Manuel Machado

miércoles, 16 de octubre de 2013

CONCLUSIONES de EL MEDIO PELO en la Sociedad Argentina

por Arturo Jauretche

Al que escribe le suele suceder lo que en el juego, según dice un paisano de Javier de Viana: "Se dentra con un rial pa' despuntar el vicio, y cuand'uno acuerda, está metido con caballo ensillao y todo".
Así me pasó con este libro. Pensé primero en unas notas periodísticas inspiradas en el ridículo del "medio pelo". Algo para el humor fácil, y como todo humor, hijo de una amargura encubierta por la risa. Es cosa de varón esto de esconder la queja aunque más no sea porque el "calavera no chilla".
Pero a medida que iba entrando en el tema fui comprendiendo su importancia, sobre todo cuando percibí que la tilinguería absorbiendo a la burguesía reciente, había destruido una de las fuerzas potenciales para la construcción de la Patria Grande.
Toda mi vida se ha concentrado en ese objetivo que ahora consiste en modernizar las estructuras económicas y sociales argentinas, que es lo que modestamente está a nuestros alcances en el limitado tiempo y espacio de que disponemos. Yo sé que esto le parecerá muy poco a los grandes ideólogos revolucionarios de la intelligentzia; pero sé que este programita sencillo y de vuelo corto los tiene en contra cada vez que se intenta, porque como he dicho en otra parte, preocupados por volar muy alto, le sacan la escalera al que quiere subir un poco con la complacencia de los que quieren que no subamos nada.
Y así fue como me encontré que esto del "medio pe­lo" tenía una proyección que no había percibido en el primer momento. Esto me llevó a analizar la evolución de la sociedad en la historia y constaté enseguida que no se acomodaba a los esquemas transferidos desde otras sociedades y desde los cuales se sacan conclusiones. Al mismo tiempo fui percibiendo la importancia de las pautas en los grupos sociales.
Creo que le debía esta explicación al lector, que a pesar de la advertencia del subtítulo, pudo ser atraído exclusivamente por lo del "medio pelo", como por una trampa.

* * *

Que la alta clase propietaria se aferre al país chico, no será patriótico, pero es congruente, como ya se ha dicho. También se ha dicho que es explicable que la imagen de un status seduzca con su jerarquía supuesta a los “primos pobres” y a la alta clase media. Pero que la burguesía desnaturalice su función histórica adoptando las pautas ideológicas de las clases que se oponen a su desarrollo, es una aberración, porque su posición antinacional significa una posición antiburguesa, ya que el desarrollo de un capitalismo nacional dependen exclusivamente de la modernización de las estructuras. Así, sólo la dirección de los trabajadores aparece cumpliendo su función histórica y teniendo que cubrir, además de su tarea en la conducción del proletariado, el claro, la vacante de la función abandonada por la burguesía, en la expansión hacia la Argentina potencia.

* * *

            La historia vista desde la influencia de las pautas lleva necesariamente a la investigación de las élites que las elaboran. Así vemos que en el comportamiento opuesto en las guerras civiles del pasado, un común origen social y la pertenencia de grupo, no impiden la existencia de pautas distintas que corresponden a la visión del pa­pel de la plebe constituyente de las grandes masas del país.
Los Federales las consideran parte de la historia, porque su idea es la construcción del país según su na­turaleza. Los Unitarios las excluyen porque su ideario es la construcción del país al margen de aquella.
Después de Caseros se impusieron las pautas ideo­lógicas de los Unitarios y se empezó a acomodar la ca­beza al sombrero como quería Florencio Varela. La élite vencedora realizó, con todo, una política del país pues cualquiera sea el juicio que nos merezca, su política de grupo social coincidió con la preocupación de buscar su grandeza; ya se ha dicho que por un camino equivocado que tenía el límite a corto plazo. La política fue antina­cional por la ideología que la inspiró, pero los que la realizaron creían que hacían política para la Nación. Su progresismo dio más frutos en la expansión agropecuaria y el nacimiento de un país nuevo al que aportó la inmigración. Fue una política de Patria Chica que creyó que el litoral era toda la Patria. El roquismo tuvo una visión más integral del espacio. Traía también una visión económica nacional que de cumplirse pudo haber adelantado la integración social con la integración económica e incor­porado el criollaje del interior a niveles sociales modernos.
Pero el roquismo que había ganado la batalla en las trincheras la perdió en los títulos de propiedad de la Provincia de Buenos Aires y fue asimilado por la clase alta terrateniente que impuso definitivamente las pautas del país dependiente.
La generación del 80 que pudo constituir la nueva élite para el nuevo país, se incorporó a la oligarquía porteña y se ahogó en el abrazo del acuerdismo. La presidencia Quintana fue el símbolo de esta renuncia a la grandeza. A su vez, esa vieja élite porteña con sus apén­dices del interior, se desarraigó y perdió toda idea de construcción nacional. Dejó de ser élite desde el punto de vista político porque se hizo conservadora y su conciencia de grupo sólo actuó desde entonces y sigue ac­tuando para mantener al país dentro de lo ya logrado. Es el adversario neto de la modernización de las estructuras y además tiene conciencia de su alianza con las fuerzas extranjeras que nos tiene reservado un destino apendicular.

* * *

Desde entonces el país no tiene élite conductora.
No la dio la inmigración y su integración con el país; tuvo que hacerse a través de un caudillo: Yrigoyen.
Caído el caudillo, careció de conciencia histórica y fue cuestión de tiempo que los descendientes de inmigrantes, en su afán de ascenso en el status, fueran absorbidos por la ideología de la vieja clase que no contrariaba fundamentalmente la promoción de su ascenso vinculado al desarrollo de la expansión agropecuaria.
Cuando el país ya no cabía dentro de los límites previstos en el “progreso ilimitado” el Estatuto Legal del Coloniaje de la Década Infame le impuso un lecho de Procusto. Pero la Gran Guerra lo reventó interrumpiendo la ecuación exportación –importación, y obligando al país a potenciarse por sí mismo. Inmediatamente, éste dio un salto –tan contenido estaba en su expansión—y producto de ese salto fue el hecho económico y social que generó a Perón. Mal o bien, este caudillo rigió la nueva integración argentina: la de los criollos que sucedían a la de los gringos, e imposible sin la modernización de las estructuras, que de hecho produjo la guerra mundial.
Pero faltó la élite burguesa correspondiente al momento histórico que la clase obrera por sí sola no podía reemplazar en una sociedad como la nuestra, que necesita la cohesión vertical de las clases de ascenso para vencer al enorme poder de los intereses preexistentes, nacionales y extranjeros, que se oponen a que seamos potencias.

* * *

La Revolución de 1955 —después de la leve vacila­ción Lonardi— concibió la solución suprimiendo un pe­dazo de historia. Quiso volver atrás borrando el parén­tesis de modernización de las estructuras que cubría 10 años de los más intensamente vividos en el país. En lo económico y lo social, intentó restaurar la situación vi­gente en la Década Infame. En lo político, la vieja ordenación de los partidos. Pero el país había crecido y era otro. Si era imposible restaurar aquella economía y aque­lla sociedad, tampoco era posible restaurar su estructura política. La expresión política Perón era el producto de que ya estaba muerta en 1946. ¿Cómo de otra manera pudo ser posible que un hombre desconocido dos años antes rompiera los cuadros de los partidos y absorbiera al mismo tiempo las nuevas promociones sociales que se incorporaban a la historia?
La historia de estos 10 últimos años con sus idas y vueltas no es más que la documentación de que el viejo país está muerto y sólo puede subsistir transitoriamente y por la imposición de la fuerza, pero así y todo, en las apariencias formales y no en la sustancia. El emparchado traje democrático con que se quiere cubrir la ficción de una sociedad organizada, no da para más y hay que re­galarlo al cotolengo.
Las fuerzas armadas asumen el poder y abandonan también la ficción constitucional, porque la Constitución vigente debe adaptarse al Estatuto de la Revolución ema­nado de la comandancia de las tres armas. Las vestales de la Constitución, ahora ni se tapan el rostro con las manos, ni se arrojan cenizas sobre el pelo (ésta es una ficción literaria, porque la mayoría son peladas). Algu­na, como ha dicho otro, es devorada por el Ministerio del Interior. El juez Botet, que procesó a los legisladores peronistas por un supuesto acuerdo de facultades ex­traordinarias, es funcionario de la nueva estructura jurí­dica que condiciona la Constitución al "dictat" de los comandos. Allá ellos, que son los que sostenían que los pue­blos son para las constituciones y no las constituciones para los pueblos. No es problema mío ni de los que pien­san como yo. Es un problema de honradez intelectual que sólo a ellos se les plantea. El país está al margen.
Tampoco es problema de las Fuerzas Armadas.

* * *

La Revolución enuncia como objetivo fundamental de sus tareas, la modernización de las estructuras, pero esto implica fatalmente la revisión de todos los supuestos de la Revolución Libertadora; modernizar las estructuras supone sustituir estructuras, y la única estructura que se puede sustituir modernamente es la del país viejo, conformado dentro de los límites de la economía depen­diente. Supone acelerar el desarrollo capitalista, y esto sólo es posible por la industrialización y la diversificación de los mercados en lo interno, y la ampliación de los ex­ternos. En lo social apareja acelerar la integración, le­vantando el nivel de las masas por la plena ocupación que trae aparejada su actuación política, económica, so­cial y técnica. Pero esto es precisamente aquello a que se opone la estructura económica perimida.
La suerte de esta revolución está ligada a la concien­cia que tenga de lo que significa la función histórica que ha asumido.
Un publicista de mucha gracia dice que las revolu­ciones militares tienen tres etapas: La víspera, el día siguiente, y el día menos pensado. Es una expresión hu­morística que contiene una verdad incontrastable, apli­cable al caso.
La voluntad de modernizar las estructuras pertenece a la etapa de la víspera; ahora estamos en el día siguien­te, que es una etapa de tanteos en la que la concepción teórica empieza recién a percibir las posibilidades de su aplicabilidad y las fuerzas profundas que se oponen. El día menos pensado ocurre cuando ya se tiene la carta de situación, como dicen les militares, y hay que poner en ejecución el pensamiento de la víspera. O tirarlo al ca­nasto de papeles donde se acumulan las intenciones.

* * *

El país carece de élite conductora y la revolución militar significa que las Fuerzas Armadas se constituyen en ella.
Si actúan como élite conductora, asumirán el papel que se han asignado en la víspera, pero eso implica que deben resignarse a no contar con la unanimidad democrática que es una máscara inconciliable con la tarea a cumplir: tendrán inevitablemente que chocar con las mismas fuerzas que se han opuesto en lo interior y en lo exterior a todo proceso de modernización, y serán dictadura, y también tiranía, porque eso no resulta de la mano fuerte o de la mano blanda, sino de los intereses que se lesionan y disponen de toda la superestructura cultural para crear la imagen política del gobierno. Frente a esas resistencias tendrán que buscar el apoyo de los grandes sectores vinculados a la modernización del país, y esto también las caracterizará como antidemocráticas, porque descubrirán que la democracia es una ficción que no debe trascender de los límites convencionales establecidos por la vieja estructura. Al mismo tiempo tendrán que defenderse de restauraciones aun más remotas que les propondrán aquellos a quienes el país actual nunca les viene bien, porque en lugar de caminar hacia el futuro, fugan hacia un pasado imaginario e imposible.
            Las fuerzas de apoyo a la modernización del país no son hijas de una ideología, sino de la realidad artificialmente contenida; están ahí y las etiquetas que las no­minan no tienen importancia porque los nombres son anécdotas y ellas son hijas de un hecho histórico cuya vigencia tampoco depende de nombres sino de hechos.
Si las Fuerzas Armadas entienden que vienen a cumplir la función de élite que está vacante en el país, tienen un largo proceso para cumplir en el ejercicio de la modernización de las estructuras. Si no lo cumplen, y no comprenden el paralelogramo de las fuerzas del que ellas son una, en que la oportunidad histórica les ha dado la función de élite, sus días son cortos: el día menos pen­sado no estará lejos, y las fuerzas del pasado celebrarán el espíritu civilista con que retornarán a los cuarteles, recogiendo del cotolengo el traje que habían regalado.

* * *

Pero a las Fuerzas Armadas como tales, en su ca­rácter específico se les plantea, mejor dicho se han plan­teado ellas, una hipótesis que se refiere a su propio destino.
La República había renunciado a su grandeza. No tenía destino de potencia y eso llevaba implícito que no había destino para las fuerzas armadas. Sin proyección internacional, a lo sumo con una función apendicular en la hipótesis de un alineamiento mundial para la guerra, como cuerpo expedicionario, las Fuerzas Armadas care­cían de objetivo, al carecer de objetivo el país mismo. Sin la finalidad básica de un pensamiento militar, este se transformaba en un pensamiento policial; el instru­mento de la soberanía devenía inevitablemente en solo instrumento del orden interno: del orden interno de las viejas estructuras que se oponen a la modernización.
El simple enunciado de modernización de las estruc­turas importa ya una idea de potencia. ¿Quiere la Re­volución que la Argentina sea potencia?
Sí; lo quiere. Y por eso enuncia su voluntad modernizadora. Esto significa plantear la política del Estado desde un punto de vista totalmente inverso al de las fuer­zas conservadoras, que consideran que hemos llegado al límite de nuestras posibilidades y aceptan para el país un papel secundario y declinante.

* * *

Pero no sólo en el orden interno hay fuerzas que se oponen a la modernización. En el esquema internacional de las fuerzas imperiales, la Argentina tiene que seguir siendo un proveedor de materias primas y es a nuestro vecino Brasil a quien se ha asignado el papel de potencia industrial. Allí es donde debe hacerse la modernización de las estructuras, si es que esto significa otra cosa que aumentar el número de rejas de los arados, la mejora por la genética, etc., en fin ampliar un poco los límites del país agropecuario. Para esto basta con la encomiable labor del INTA, un buen manejo del crédito y... iba a decir una buena comercialización de la producción agropecua­ria, pero esto no está en los papeles de los asociados en ACIEL.
Para semejante viaje no hacen falta estas alforjas.

* * *

Ocurre así que buscando el país real y sus exigen­cias, las Fuerzas Armadas se encuentran a sí mismas. Pensar el país en dimensión de potencia, le restaura a las Fuerzas Armadas el sentido histórico de su misión específica que no es la que le asignaban los "Regimientos de Empujadores" y los "Batallones de Animémonos y Va­yan" de civilacos que merodean por los cuarteles cuando el país real los descarta, y vuelven a merodear cuando consideran que debe terminar la intervención de los mis­mos, para restablecerlos a ellos.
Hay que hacer de la Argentina una potencia y esa es la tarea que asume la élite.
Si la revolución asume la responsabilidad que se ha atribuido, no sólo se la va a combatir de frente. La van a flanquear, y saber estas cosas del "medio pelo" puede ser muy interesante para sus hombres. A medida que se asciende en todos los grados de la sociedad, la búsqueda del prestigio es una legítima preocupación humana. Hay sucedáneos de la gloria y el honor de cumplir con el deber que impone el culto de la verdadera personalidad.
En el principio del capítulo anterior he hablado del orgullo y de la vanidad haciendo un cotejo entre los mis­mos. Ya se ha visto como a través de las pautas del pres­tigio social la burguesía que se inicia con la moderniza­ción de nuestras estructuras traiciona su destino. He mencionado en muchas oportunidades cómo la carrera de las armas fue marginada del status de la alta clase, a la que excepcionalmente tuvieron acceso los hombres de ar­mas. Pero también la alta clase con su fino sentido de su interés como tal, sabe abrir sus puertas ocasionalmente al acceso de quienes no la constituyen, para por los cau­ces del prestigio social subordinarlos a sus pautas, in­culcándolas primero las de comportamiento, para incul­carles después las ideológicas. Este contacto ocasional dura mientras es necesario, pero la asimilación se hace definitiva en el ''medio pelo" que es el resultado fatal de una ilusión frustrada.
Hablando de los medios de propaganda en 1945 y 1946, dije que los periódicos entraban por la puerta de calle mientras "la voz maldita" de la radio entraba por la cocina y por las ventanas. Ahora puede ocurrir al re­vés, y que las pautas destinadas a destruir la posible élite conductora de la modernización de las estructuras, en lu­gar de entrar por la puerta de calle que ellos cierren, entre subrepticiamente a través de los familiares que están menos defendidos por el sentido de la misión.

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List en su "Sistema de economía nacional" había ya teorizado las bases de la grandeza económica y el movimiento del romanticismo alemán había generado el impulso sentimental tendiente a la cons­titución de una nación poderosa. Pero las clases dominantes, una burguesía preindustrial, y sobre todo una nobleza minimizada, con­servadora de los privilegios vigentes en la anarquía del país atomizado por pequeños reductos de intereses locales opuestos a la realización general, se aferraban a la imagen que corresponde a la ideología de la "Patria Chica" entre nosotros. Correspondió a Bismarck la tarea de cumplir el cometido exigido por la grandeza alemana desborda; do los pasos primarios del "zollverein" hasta lograr la unidad alemana.
Lo que importa es señalar que esa política la cumplió apoyán­dose, frente a la incapacidad de la nobleza y la burguesía, en los "junkers" del oeste alemán y en la formación militar nacida de su seno. Ante la carencia de élites que cumplieran su papel la realizó improvisando la élite conductora con los elementos teóricamente me­nos señalados para cumplir el desarrollo capitalista, y en los que la falta de la mentalidad correspondiente fue suplida por la concepción nacional de la potencia: por una voluntad de destino nacional de que las supuestas élites carecían y contra la cual actuaban negativamente. Paralelamente surgió un poderoso movimiento socialista que realizó la integración nacional en las bases populares. De esa conjunción operativa resultó la gran Alemania que pudo absorber en el proceso la contradicción ideológica de las dos fuerzas con una resultante de interés general cuyo signo positivo expresó la potencialización ger­mánica. Hoy y aquí, podríamos llamar a ese proceso modernización de las estructuras absorbiendo los contradictorios en las pautas co­munes de la grandeza nacional, en cuyo amplio horizonte de Patria Grande caben todas las contradicciones menos las que surgen de la aplicación de las pautas de la Patria Chica.     
Frederick Clairmonte (Op. cit.) dice a este propósito: "Alemania, superpoblada y empobrecida a comienzos de la tercera década del siglo, se encontraría subpoblada veinte años más tarde, viéndose obligada a recurrir a las reservas de fuerza laboral de sus vecinos menos desarrollados. La superpoblación, característico azote del subdesarrollo, había desaparecido".[1] Pero nuestros liberales de la "So­ciedad Rural" y "ACIEL" como los ya citados Fano y Hueyo no pue­den comprender que la superpoblación desaparece por aumento de la receptividad, y sólo atinan a la fórmula de la "Patria Chica": adecuar la población a la economía ya existente, es decir despoblando. Hipó­tesis de Patria Chica conforme a la cual Alemania hubiera continuado siendo la miserable nación de que hablaba Voltaire, esa que Stahl —ministro de finanzas de Austria— describía sarcásticamente como el conjunto "de esos territorios que figuran en los mapas con el nom­bre de Alemania".
¿Esperaremos que sea así descripta la Argentina por el ministro de finanzas de algún vecino poderoso?

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Así he venido desde Juan de Garay a parar en esto que llamo "Conclusiones". He querido mostrar en el trans­curso de este libro, a cuyas últimas líneas llegas lector, si has tenido paciencia, la gravitación que las pautas do­minantes en una sociedad tienen sobre su destino. Esta es la única función docente que tiene la historia: ense­ñarnos el presente y el futuro por lo que sucedió ayer. Esa es la razón por la que se la falsificó sistemáticamente en nuestro país, oponiendo a una historia de la política una "política de la historia" como lo digo en "Política nacional y Revisionismo Histórico".

NOTA

1. Conviene recordar aquí lo que dice el mismo autor al hablar de este desarrollo demográfico, y cuáles fueron los factores que lo determinaron : "El zollverein, los ferrocarriles, el intervencionismo estatal y la industrialización". Porque es inútil pensar la gran nación como un sueño y reverenciar las ideas que la limitaron. (Te lo digo Juan, para que lo entiendas Pedro y no intentes pescar... sin mojarte como corresponde).




APÉNDICE

NOTA

El tema de la "relación adversa de los términos del intercambio", requiere mucha mayor extensión para su tratamiento y será abordado en "Política y Economía" con la latitud adecuada. Me he limitado a señalar algunos de los factores determinantes pero podría objetarse que esta explicación es también válida para los países alta­mente industrializados, donde sin embargo la relación materia prima-producto industrial es mucho menos ad­versa, pero sería olvidar que en los países centros los precios de las materias primas son precios políticos, que se practican en mucha mayor escala en las naciones industrializadas que los liberales nos proponen como ejemplos de anti-intervencionismo de Estado que en las dependientes. Así Prebisch ("Hacia una dinámica del des­arrollo Latinoamericano"), nos dice: "En los Estados Unidos, los precios internos de sostén mantienen una paridad variable con los precios de los productos indus­triales adquiridos por los agricultores, y hay el subsidio de las exportaciones en el mercado internacional. En Eu­ropa occidental, existe el aumento de las restricciones a la importación de productos agrícolas, como medio de am­pliar el mercado por la propia producción y amparar precios internos elevados. Así mismo se contempla acudir al subsidio a las exportaciones al mercado mundial en caso de excedentes". Pero parece que esto no es intervencionismo de Estado, como tampoco lo sería la formación de mercados comunes; en cambio lo eran nuestros tra­tados bilaterales, que en definitiva son el mismo perro con distinto collar. (Ahí anda el Sr. Krieger Vasena dan­do vueltas alrededor del Mercado Común Europeo para que nos dejen un agujerito después que con el Sr. Verrier y el Sr. Alemann destruyeron aquellos tratados y convir­tieron en saldos exigibles a corto plazo las cuentas co­rrientes que nos abrían la puerta. ¡Oh los genios de la ciencia aséptica y extranjera!).
Lo que importa es que el deterioro de los precios de las materias primas es un hecho cierto y aceptado como tal en la teoría económica de los países que pretenden que no los tomemos en cuenta, y que por consiguiente sigamos como exclusivos productores de ellos, con el apoyo de sus cómplices, gobernantes locales, los teóricos de la economía de dependencia, y los "prácticos" grupos eco­nómicos ligados a la misma. Este reconocimiento del he­cho lo hizo Lincoln Gordon, embajador de los Estados Unidos en el Brasil en un discurso pronunciado en el Consejo Económico Nacional Brasileño el 29 de Enero de 1963, cuyo texto reproduce Prebisch.
Heilbroner ("El gran ascenso" - Ed. Fondo de Cul­tura Económica - 1964) dice: "Mientras que el precio de las materias primas fluctúa hacia arriba y hacia abajo, en años recientes el valor de los artículos manufactura­dos, por los que aquella se cambia, se ha movido en una sola dirección: hacia arriba. Y así, los términos del co­mercio (el quid pro quo real de las mercancías recibidas a cambio de las ofrecidas) se ha movido en contra de los intereses del exportador de materias primas: ha dado más y más material bruto por menos y menos maquinaria".
Enseguida agrega, para los que lo esperan todo de la ayuda exterior: "El resultado fue que las naciones pobres recibieron 2.000 millones de dólares menos en su poder adquisitivo real, suma mayor que toda la ayuda que recibieron ese año." (Se refiere a 1957). "Efectivamente las naciones subdesarrolladas subvencionaron in­voluntariamente al mundo desarrollado."
Con razón dice Prebisch en el prólogo (Op. cit.), refiriéndose a sus "colaboradores" en la redacción del Informe y Plan de 1955: "No se quiere leer, no se quiere pensar, se siguen repitiendo trasnochados conceptos del siglo XIX sin vigencia alguna con la realidad actual." Es que los "amigos" locales de Prebisch no quieren ente­rarse de lo que les costaría el apoyo de la gran prensa y los intereses económicos que les dan prestigio y los lle­van a las posiciones claves de la economía. Prebisch ahora ha sido silenciado y de genio a pasado a ser un "punto" desconocido, por haberse enterado; sus "amigos" se curan en salud, pues lo que les importa es su triunfo personal aunque el país reviente, y saben que el precio del triunfo es la traición a la verdad argentina.
Ni remotamente con estas anotaciones me aproximo a la totalidad del tema que como he dicho, no cabe en este libro, pero es inseparable de la actualización de la llamada renta diferencial y de la estructura social de pro­ducción así como de la tecnificación que alteró la primera.

NOTA

Para los "cabecitas negras" no hubo Hotel de Inmi­grantes y la Villa Miseria cumplió las funciones de aquel hotel y del conventillo, respecto de los extranjeros. Vista con los ojos "urbanísticos" de la gran ciudad es efecti­vamente Villa Miseria. Visto con los ojos del economista o del sociólogo es Villa Prosperidad. También con los ojos del "cabecita negra" porque no emigraron de un campo idílico, ni abandonaron cómodas residencias sino rancheríos tan precarios y pobres como las viviendas en que se hacinaron en la gran ciudad, pero con trabajo, es decir con pan, ropa y diversiones que antes no conocían.
Además con medios de cultura accesibles. Hace po­cos días viajando con Carlos Seeber, de Añatuya a Pinto, al pasar por Icaño recogimos un grupo de "changuitos" que salían de la escuela: había dos Corias, un García, un Bazán y tres Rojas (el Almirante es también de Icaño) y los llevamos hasta sus ranchos, el más cercano de los cuales está a una legua de la escuela adonde van todos los días a pie y bajo el sol santiagueño. Lo recuerdo por­que los hijos de los "cabecitas negras" de las villas mi­serias tienen la escuela más a mano.
La Villa Desocupación de la Década Infame, sí era Villa Miseria. La ciudad tenía miles de habitaciones des­ocupadas cuyos avisos se leían por todos los barrios y ocupaban un amplio espacio en los clasificados de los dia­rios. Había habitaciones pero no medios para pagarlas. El caso de la Villa Miseria es inverso: hay medios pero no hay habitaciones que pagar. Además, nadie sabe me­jor que el interesado dónde se está mejor, si en la Villa Miseria con trabajo, o en el Barrio de las Latas pueble­rino, sin ocupación, y la elección de las villas miserias es un plebiscito decisivo.
Pero casi toda la literatura periodística, o de conver­sación entre canasta y canasta, o copa y copa, y conmi­seración que expresa revelan hipocresía: no es la pobreza de la Villa Miseria la que molesta sino su vista. Por eso, cuando algún intendente rodeó con un tapial las Villas Miserias del bajo Belgrano, muchos de estos conmiserativos dieron el problema por resuelto: lo que no se ve no existe o, mejor dicho, lo que no se ve no molesta.
La verdad es que la Villa Miseria es un hogar de trán­sito y que la mayoría de sus habitantes han ido emigrando de las mismas, a medida que el lote en mensualidades y la prefabricada les iba permitiendo realizar la casa propia. (Alguna vez habrá que averiguar quién inventó la prefabricada y dio la solución más positiva que se ha dado a nuestro problema de la vivienda en la forma que he descripto en la "Advertencia preliminar" de este libro).
La población de las Villas Miserias se renueva constantemente y prácticamente hoy, quedan en ellas pocos de sus primeros ocupantes que en los últimos años han sido sustituidos en gran número por bolivianos, paraguayos y chilenos, que van ocupando las vacante, ya que el problema de la desocupación rural es común a toda esta parte de América. Esto no excluye que haya un porcentaje de población permanente, constituido por sectores de extrema pobreza sin posibilidades de ascenso. Por otra parte el fe­nómeno es de carácter universal y está en relación con el progreso industrial. Así en España —que en los últimos quince años ha dado un salto del siglo XVIII cuando Car­los III fracasó en su propósito de construir una España de tipo capitalista— con el desarrollo industrial, se ha gene­rado un fenómeno similar al del "cabecita negra" con to­das sus implicancias; en Bilbao se llamó barrios de "co­reanos", a los equivalentes, porque "coreano" se le dice al trabajador estacional del mediodía español que emigra a los centros de producción industrial.
También irrita a las "señoras gordas" que se vean las antenas de los televisores y la sospecha de que haya heladeras y cocinas a gas, pues no pueden comprender que la búsqueda del confort es una necesidad humana, y que el que no consigue casa adecuada, se provea de lo que está a su alcance dentro de sus recursos.
Afortunadamente, desde que escribí "Los profetas del odio", hace diez años, la actitud de los intelectuales y es­pecialmente los periodistas ha ido cambiando bastante y ahora muchos contribuyen a poner los puntos sobre las íes. Para quien quiera tener una visión aproximada del mundo de la Villa Miseria, visto con otros ojos que los que se ponen detrás de un hipotético "impertinente", y arru­gando la nariz para no sentir olores presumidos, recomien­do la lectura de la novela de Bernardo Verbistky, "Villa Miseria, también es América", que ha incorporado el te­ma, con inteligencia y amor, a su excelente producción novelística. Podrá ver allí un mundo de hombres como cualquier otro, y eliminar esa actitud corriente de obser­vador de infusorios en un estanque de agua putrefacta.

NOTA

"El camino de Buenos Aires" de Albert Londres, tu­vo gran resonancia en el momento de su aparición, pues señalaba Buenos Aires como uno de los centros más im­portantes de la trata de blancas a cargo de los "macró" —versión porteña del término "maquereux", marsellés— que designaba una forma capitalista de la estructura del comercio de mujeres que superaba al primitivo y "artesanal" sistema del "cafishio" criollo.
Estas cosas sólo podían suceder con la divisa fuerte, y así, mientras la alta clase argentina emigraba a Europa en busca del placer, un sector femenino de la baja clase europea emigraba a la Argentina para satisfacer a los argentinos que, por su pobreza, no estaban en condicio­nes de divertirse "in situ". El poder de la divisa se refleja hasta en el amor. Recuerdo que siendo muy joven, en Santiago de Chile, cuya divisa era muy baja, le pregun­tamos a un carabinero por un sitio de diversión, y éste nos indicó uno, diciendo para marcar su calidad excep­cional: —"¡Hay francesas!".
Lo mismo pasa con la clientela de los grandes hote­les internacionales, donde las categorías no están dadas por la jerarquía social de su clientela, sino por la calidad de la divisa del país de donde provienen.

NOTA

Me dicen que la anécdota de Borges no se refiere a Beatriz Guido sino a Mercedes Levinson. Tanto da, por­que no hay mucha diferencia y la ingeniosa ocurrencia de Jorge Luis Borges conserva todo su valor. "Se non é vero é ben trovato". También me dicen que la publica­ción de "Bomarzo" es posterior a "El incendio y las vís­peras", y entonces no habría pastiche, como lo imagino más adelante, y así Bagatelle sería una creación total­mente de la autora. ¡Peor para ella!

NOTA

Mucho se ha batido el parche sobre el éxodo de los trabajadores rurales a las ciudades industriales porque a la clase propietaria de la tierra y a la economía depen­diente, le conviene el estado de desocupación endémico de una masa de trabajadores rurales que sólo cuentan con los trabajos estacionales para subsistir en la semi-ocupación que provoca a miseria rural por la competen­cia de excesiva mano de obra en oferta, y la desocupación industrial, por el achicamiento del poder adquisitivo de los trabajadores. Se añora un estado típico del subdesarrollo que permite bajar los costos de producción creando en la clase patronal rural la ilusión de un mayor margen, cuando en realidad este mayor margen es ab­sorbido por el aparato exterior de comercialización y por los menores precios internacionales que origina la producción argentina a bajo costo. Se olvida que, al aumen­tar el margen la diferencia se transfiere al exterior. Se intenta así, restablecer las bases de la renta diferencial, haciendo absorber al país los efectos de la relación ad­versa de los términos del intercambio, con el achicamiento del costo-hombre, en la pretensión de fundar la prospe­ridad de un grupo en la miseria popular y en la disminu­ción del país. Y al mismo tiempo se habla de tecnificación y diversificación agraria, que son incompatibles con la mano de obra a vil precio.
En cambio, no se habla para nada de la emigración de los propietarios rurales a Buenos Aires. Bastaría una elemental investigación sobre las unidades de vivienda construidas después de 1955 y concentradas casi todas en el Barrio Norte y sus aledaños, para comprobar como, a consecuencia de la transferencia de la renta operada desde entonces, se ha radicado en la Capital una enorme masa de los llamados productores rurales, que antes vi­vían en el campo o en los pueblos cercanos a sus estable­cimientos. El pretexto más usado es la necesidad "de edu­car los chicos", que antes se internaban como pupilos en los colegios, o cumplían su enseñanza secundaria en los colegios de las localidades rurales.
De tal manera el propietario medio, de cuatrocien­tas a mil hectáreas, ha triplicado sus gastos de consumo con la diferencia que va de vivir en Buenos Aires —a ni­vel estanciero— a vivir en el propio campo o en el pueblo cercano, y así los efectos de la transferencia de la renta y las exoneraciones fiscales, que debían traducirse teóricamente en mayor inversión, se traducen en mayores con­sumos superfinos que excluyen la reinversión. Además esta forma de ausentismo implica la imposibilidad de la tecnificación que requiere la conducción de un experto que no puede ser, en el caso de las pequeñas fortunas, otro que el interesado o sus hijos, a diferencia de los grandes establecimientos cuyas condiciones económicas permiten tener un experto a sueldo. Así mismo, las inversiones en máquinas, aprovechando los beneficios dados por réditos, resultan excesivas desde que no son aprovechadas al má­ximo, cuando no se han traducido en automóviles y ca­mionetas de alto precio, en las que la utilización para las necesidades reales de la producción es subsidiaria de la necesidad de “hacer pinta”, y de trasladarse a la lejana base de producción siquiera una vez cada quince días. (Se hace imprescindible determinar qué se entiende por productor rural, que no lo es el rentista de la tierra, aun­que esté eliminado el arrendatario, si el propietario no concentra su vida y su actividad en llevar al máximo la producción del predio. El estudio de la mentalidad del "medio pelo" es imprescindible para conocer la influencia de las pautas porteñas en la actividad agropecuaria, pues este llamado "productor rural" que estoy señalando, se complace en imaginar las posibilidades de desenvolverse como un farmer norteamericano o europeo, pero no ad­mite ni por broma sujetarse a su disciplina de trabajo y de consumo, que es exclusivamente agraria. Porque ese "productor rural" envidiado no vive en las grandes ca­pitales, ni dilapida sus bienes: engorda personalmente el chancho y el vacuno, siembra y cosecha su cereal, etc.

NOTA

Del discurso del Ministro de Hacienda de la Nación, Dr. Federico Pinedo en el Senado Nacional el 17 de No­viembre de 1940:
"He sido o he colaborado en las grandes compañías navieras, las grandes casas financieras, las más impor­tante y se me pagó por él, como correspondía, honorarios portantes compañías de transportes urbanos... porque de todas ellas soy abogado.
"Hoy se ha publicado en los diarios un plan refe­rente a reorganización ferroviaria que yo he dado a mu­chas personas, a todo el que me lo ha pedido, y haciendo presente que ese plan había sido elaborado por mí, en mi calidad de abogado de todas las empresas del país, que me habían consultado sobre esa materia cuando estuve en Londres y después en el país. El trabajo era muy importante y se me pagó por él, como correspondía, honorarios muy importantes: 10.000 libras esterlinas".
El Dr. Pinedo se adelantó a manifestar esto madrugándolo a un senador opositor que le estaba por lanzar el dardo, en el mismo recinto en que fue asesinado el se­nador Bordabehere durante el debate de las carnes, por un guardaespaldas ministerial.
La memoria de la gente suele ser muy flaca y a ve­ces se pregunta por qué esa época se llamó Década Infa­me. Creo que en estos dos hechos, que no son más que modestos botoncitos para muestra, está explicado todo. El Dr. Pinedo escribió después un libro ponderativo de esa época ejemplar que llevó el nombre de "Tiempos de la República". Toda la gente que añora aquella supuesta Jauja coincide con Pinedo en que aquellos eran los tiem­pos de la República, y no la Década Infame: hasta mu­chos que fueron amigos de Bordabehere y de de la To­rre y gran parte de los opositores apaleados para que existiera esa clase de gobierno grato a la evocación del "medio pelo". Y todos son campeones de la moral, de una moral que no exigió el fusilamiento del Dr. Pinedo, sino que permitió que fuera después ministro en dos oportu­nidades, con los resultados que se conocen, y que continúe siendo consejero "in extremis" en los momentos críticos de la economía cuyos males provienen de esos procedi­mientos.
Y no es que el fenómeno imperialista y sus conse­cuencias sea una invención exclusiva de cripto-comunistas y de cripto-nazis, que es la técnica usada para des­prestigiar el patriotismo positivo, que se asienta en la realidad y no en la declamación a fecha y ceremonia fija.
El Dr. Enrique Uriburu, hermano del General Uriburu y Presidente del Banco de la Nación en la presiden­cia de aquel, es autor de una de las más precisas defini­ciones del imperialismo, en el caso concreto, mucho mejor que las de Marx y Lenin:
"El imperialismo tiene dos formas: una es la ane­xión pura y simple, el imperialismo por kilómetro cua­drado. La otra forma es la colocación o infiltración de capitales, su empleo en la producción, transportes, ser­vicios públicos, y luego un banco que corona el edificio con su bandera ajena. Uno de ]os ejemplos más claros de esta forma es nuestro país. Nosotros no vendemos trigo y carne como cree la gente, vendemos un compuesto de intereses, fletes y amortizaciones. Las estadísticas de la comisión de cambios son de una gran claridad a este res­pecto. Deben tenerla los argentinos muy presente: NUES­TRA COSECHA ES LA MASA DE UN CONCURSO".

NOTA

También que la dedicatoria, "murió de delicadeza" puede ser una reminiscencia de Rimbaud. De todos mo­dos, es una forma de exculpar el peronismo paterno y justificarlo ante el "medio pelo'". El Sr. Pradere acep­tando la embajada en el Uruguay para salvar su obra de arte, Bagatelle, sería el sustitutivo del arquitecto Gui­do haciéndose peronista para terminar el monumento a la bandera. ¡Las cosas que hay que hacer por amor al arte!

NOTA

A poco más de un mes de la aparición de este libro, parece que el Dr. Mercier ha querido ratificar lo que digo respecto a la utilización de los neófitos. Es así como en La Nación del día 9 de diciembre de 1960, se manifiesta lesionado por un documento de la Sociedad Rural que pres­cinde del recuerdo de su liderazgo ruralista. Se creía de­finitivamente parte de la alta clase y resulta que lo olvi­dan cuando no lo necesitan. Se había "pillado" en serio lo del liderazgo y resulta que era un préstamo circunstan­cial; en consecuencia renuncia como socio de la Sociedad Rural, seguramente para dedicarse a sus actividades es­pecíficas.

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