martes, 22 de noviembre de 2011

HOMENAJE AL 12 DE OCTUBRE.


por Juan Domingo Perón.

No me consideraría con derecho a levantar mi voz en el solemne día que se festeja la gloria de España, si mis palabras tuvieran que ser tan sólo halago de circunstancias o simple ropaje que vistiera una conveniencia ocasional. Me veo impulsado a expresar mis sentimientos porque tengo la firme convicción de que las corrientes de egoísmo y las encrucijadas de odio que parecen disputarse la hegemonía del orbe, serán sobrepasadas por el triunfo del espíritu que ha sido capaz de dar vida cristiana y sabor de eternidad al nuevo Mundo.
No me atrevería a llevar mi voz a los pueblos que, junto con el nuestro, formamos la Comunidad Hispánica , para realizar tan sólo una conmemoración protocolar del Día de la Raza. Únicamente puede justificarse el que rompa mi silencio, la exaltación de nuestro espíritu ante la contemplación reflexiva de la influencia que, para sacar al mundo del caos que se debate, puede ejercer el tesoro espiritual que encierra la titánica obra cervantina, suma y compendio apasionado y brillante del inmortal genio de España.

Espíritu contra utilitarismo

Al impulso ciego de la fuerza, al impulso frío del dinero, la Argentina , coheredera de la espiritualidad hispánica, opone la supremacía vivificante del espíritu.
En medio de un mundo en crisis y de una humanidad que vive acongojada por las consecuencias de la última tragedia e inquieta por la hecatombe que presiente; en medio de la confusión de las pasiones que restallan sobre las conciencias, la Argentina , la isla de paz, deliberada y voluntariamente, se hace presente en este día para rendir cumplido homenaje al hombre cuya figura y obra constituyen la expresión más acabada del genio y la grandeza de la raza.
Y a través de la figura y de la obra de Cervantes va el homenaje argentino a la Patria Madre , fecunda, civilizadora, eterna, y a todos los pueblos que han salido de su maternal regazo.
Por eso estamos aquí, en esta ceremonia que tiene la jerarquía de símbolo. Porque recordar a Cervantes es reverenciar a la madre España; es sentirse más unidos que nunca a los demás pueblos que descienden legítimamente de tan noble tronco; es afirmar la existencia de una comunidad cultural hispanoamericana de la que somos parte y de una continuidad histórica que tiene en la raza su expresión objetiva más digna, y en el Quijote la manifestación viva y perenne de sus ideales, de sus virtudes y de su cultura; es expresar el convencimiento de que el alto espíritu señoril y cristiano que inspira la Hispanidad iluminará al mundo cuando se disipen las nieblas de los odios y de los egoísmos. Por eso rendimos aquí el doble homenaje a Cervantes y a la Raza.
Homenaje, en primer lugar, al grande hombre que legó a la humanidad una obra inmortal, la más perfecta que en su género haya sido escrita, código del honor y breviario del caballero, pozo de sabiduría y, por los siglos, de los siglos, espejo y paradigma de su raza.
Destino maravilloso el de Cervantes que, al escribir el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha , descubre en el mundo nuevo de su novela, con el gran fondo de la naturaleza filosófica, el encuentro cortés y la unión entrañable de un idealismo que no acaba y de un realismo que se sustenta en la tierra. Y además caridad y amor a la justicia, que entraron en el corazón mismo de América; y son ya los siglos los que muestra, en el laberinto dramático que es esta hora del mundo, que siempre triunfa aquella concepción clara del riesgo por el bien y la ventura de todo afán justiciero. El saber “jugarse entero” de nuestros gauchos es la empresa que ostentan orgullosamente los “quijotes de nuestras pampas”.
En segundo lugar, sea nuestro homenaje a la raza a que pertenecemos.

La raza: superación de nuestro destino

Para nosotros, la raza no es un concepto biológico. Para nosotros es algo puramente espiritual. Constituye una suma de imponderables que hace que nosotros seamos lo que somos y nos impulsa a ser lo que debemos ser, por nuestro origen y nuestro destino. Ella es lo que nos aparta de caer en el remedo de otras comunidades cuyas esencias son extrañas a la nuestra, pero a las que con cristiana caridad aspiramos a comprender y respetamos. Para nosotros, la raza constituye nuestro sello personal, indefinible e inconfundible.
Para nosotros los latinos, la raza es un estilo. Un estilo de vida que nos enseña a saber vivir practicando el bien y a saber morir con dignidad.
Nuestro homenaje a la madre España constituye también una adhesión a la cultura occidental.
Porque España aportó al occidente la más valiosa de las contribuciones: el descubrimiento y la colonización de un nuevo mundo ganado para la causa de la cultura occidental.
Su obra civilizadora cumplida en tierras de América no tiene parangón en la Historia. Es única en el mundo. Constituye su más calificado blasón y es la mejor ejecutoria de la raza, porque toda la obra civilizadora es un rosario de heroísmos, de sacrificios y de ejemplares renunciamientos.
Su empresa tuvo el sino de una auténtica misión. Ella no vino a las Indias ávida de ganancias y dispuesta a volver la espalda y marcharse una vez exprimido y saboreado el fruto. Llegaba para que fuera cumplida y hermosa realidad el mandato póstumo de la Reina Isabel de “atraer a los pueblos de Indias y convertirlos al servicio de Dios”. Traía para ello la buena nueva de la verdad revelada, expresada en el idioma más hermoso de la tierra. Venía para que esos pueblos se organizaran bajo el imperio del derecho y vivieran pacíficamente. No aspiraban a destruir al indio sino a ganarlo para la fe y dignificarlo como ser humano...
Era un puñado de héroes, de soñadores desbordantes de fe. Venían a enfrentar a lo desconocido; ni el desierto, ni la selva con sus mil especies donde la muerte aguardaba el paso del conquistador en el escenario de una tierra inmensa, misteriosa, ignorada y hostil.
Nada los detuvo en su empresa; ni la sed, ni el hambre, ni las epidemias que asolaban sus huestes; ni el desierto con su monótono desamparo, ni la montaña que les cerraba el paso, ni la selva con sus mil especies de oscuras y desconocidas muertes. A todo se sobrepusieron. Y es ahí, precisamente, en los momentos más difíciles, en los que se los ve más grandes, más serenamente dueños de sí mismos, más conscientes de su destino, porque en ellos parecía haberse hecho alma y figura la verdad irrefutable de que “es el fuerte el que crea los acontecimientos y el débil el que sufre la suerte que le impone el destino”. Pero en los conquistadores pareciera que el destino era trazado por el impulso de su férrea voluntad.

América: empresa de héroes

Como no podía ocurrir de otra manera, su empresa fue desprestigiada por sus enemigos, y su epopeya objeto de escarnio, pasto de la intriga y blanco de la calumnia, juzgándose con criterio de mercaderes lo que había sido una empresa de héroes. Todas las armas fueron probadas: se recurrió a la mentira, se tergiversó cuanto se había hecho, se tejió en torno suyo una leyenda plagada de infundios y se la propaló a los cuatro vientos.
Y todo, con un propósito avieso. Porque la difusión de la leyenda negra, que ha pulverizado la crítica histórica serie y desapasionado, interesaba doblemente a los aprovechados detractores. Por una parte, les servía para echar un baldón a la cultura heredada por la comunidad de los pueblos hermanos que constituimos Hispanoamérica.
Por la otra procuraba fomentar así, en nosotros, una inferioridad espiritual propicia a sus fines imperialistas, cuyas asalariados y encumbradísimos voceros repetían, por encargo, el ominoso estribillo cuya remunerada difusión corría por cuenta de los llamados órganos de información nacional. Este estribillo ha sido el de nuestra incapacidad para manejar nuestra economía e intereses, y la conveniencia de que nos dirigieran administradores de otra cultura y de otra raza. Doble agravio se nos infería; aparte de ser una mentira, era una indignidad y una ofensa a nuestro decoro de pueblos soberanos y libres.
España, nuevo Prometeo, fue así amarrada durante siglos a la roca de la Historia. Pero lo que no se pudo hacer fue silenciar su obra, ni disminuir la magnitud de su empresa que ha quedado como magnífico aporte a la cultura occidental.
Allí están, como prueba fehaciente, las cúpulas de las iglesias asomando en las ciudades fundada por ella; allí sus leyes de Indias, modelo de ecuanimidad, sabiduría y justicia; sus universidades; su preocupación por la cultura, porque “conviene –según se lee en la Nueva Recopilación. Que nuestros vasallos, súbditos y naturales, tengan en los reinos de Indias, universidades y estudios generales donde sean instruidos y graduados en todas ciencias y facultades, y por el mucho amor y voluntad que tenemos de honrar y favorecer a los de nuestras Indias y desterrar de ellas las tinieblas de la ignorancia y del error, se crean Universidades gozando los que fueren graduados en ellas de las libertades y franquezas de que gozan en estos reinos los que se gradúan en Salamanca”.
Su celo por difundir la verdad revelada porque –como también dice la Recopilación- “teniéndonos por más obligados que ningún otro príncipe del mundo a procurar el servicio de Dios y la gloria de su santo nombre y emplear todas las fuerzas y el poder que nos ha dado, en trabajar que sea conocido y adorado en todo el mundo por verdadero Dios como lo es, felizmente hemos conseguido traer al gremio de la Santa Iglesia Católica las innumerables gentes y naciones que habitan las Indias occidentales, isla y tierra firme del mar océano”.
España levantó, edificó universidades, difundió la cultura, formó hombres, e hizo mucho más; fundió y confundió su sangre con América y signó a sus hijas con un sello que las hace, si bien distintas a la madre en su forma y apariencias, iguales a ella en su esencia y naturaleza. Incorporó a la suya la expresión de un aporte fuerte y desbordante de vida que remozaba a la cultura occidental con el ímpetu de una energía nueva.
Y si bien hubo yerros, no olvidemos que esa empresa, cuyo cometido la antigüedad clásica hubiera discernido a los dioses, fue aquí cumplida por hombres, por un puñado de hombres que no eran dioses aunque los impulsara, es cierto, el soplo divino de una fe que los hacía creados a la imagen y semejanza de Dios.

España rediviva en el criollo Quijote

Son hombres y mujeres de esa raza los que en heroica comunión rechazan, en 1806, al extranjero invasor, y el hidalgo jefe que obtenida la victoria amenaza con “pena de la vida al que los insulte”. Es gajo de ese tronco el pueblo que en mayo de 1810 asume la revolución recién nacida; esa sangre de esa sangre la que vence gloriosamente en Tucumán y Salta y cae con honor en Vilcapugio y Ayohuma; es la que anima el corazón de los montoneros; es la que bulle en el espíritu levantisco e indómito de los caudillos; es la que enciende a los hombres que en 1816 proclaman a la faz del mundo nuestra independencia política; es la que agitada corre por las venas de esa raza de titanes que cruzan las ásperas y desoladas montañas de los Andes, conducidas por un héroe en una marcha que tiene la majestad de un friso griego; es la que ordena a los hombres que forjaron la unidad nacional, y la que aliente a los que organizaron la República ; es la que se derramó generosamente cuantas veces fue necesario para defender la soberanía y la dignidad del país; es la misma que moviera al pueblo a reaccionar sin jactancia pero con irreductible firmeza cuando cualquiera osó inmiscuirse en asuntos que no le incumbían y que correspondía solamente a la nación resolverlos; de esa raza es el pueblo que lanzó su anatema a quienes no fueron celosos custodios de su soberanía, y con razón, porque sabe, y la verdad lo asiste, que cuando un Estado no es dueño de sus actos, de sus decisiones, de su futuro y de su destino, la vida no vale la pena de ser allí vivida; de esa raza es ese pueblo, este pueblo nuestro, sangre de nuestra sangre y carne de nuestra carne, heroico y abnegado pueblo, virtuoso y digno, altivo sin alardes y lleno de intuitiva sabiduría, que pacífico y laborioso en su diaria jornada se juega sin alardes la vida con naturalidad de soldado, cuando una causa noble así lo requiere, y lo hace con generosidad de Quijote, ya desde el anónimo y oscuro foso de una trinchera o asumiendo en defensa de sus ideales el papel de primer protagonista en el escenario turbulento de las calles de una ciudad.

Señores:

La historia, la religión y el idioma nos sitúan en el mapa de la cultura occidental y latina, a través de su vertiente hispánica, en la que el heroísmo y la nobleza, el ascetismo y la espiritualidad, alcanzan sus más sublimes proporciones. El Día de la Raza , instituido por el Presidente Yrigoyen, perpetúa en magníficos términos el sentido de esta filiación. “ La España descubridora y conquistadora –dice el decreto-, volcó sobre el continente enigmático y magnífico el valor de sus guerreros, el denuedo de sus exploradores, la fe de sus sacerdotes, el preceptismo de sus sabios, las labores de sus menestrales y con la aleación de todos estos factores, obró el milagro de conquistar para la civilización la inmensa heredad en que hoy florecen las naciones a las cuales ha dado, con la levadura de su sangre y con la armonía de su lengua, una herencia inmortal que debemos de afirmar y de mantener con jubiloso reconocimiento”.

Porvenir enraizado en el pasado

Si la América olvidara la tradición que enriquece su alma, rompiera sus vínculos con la latinidad, se evadiera del cuadro humanista que le demarca el catolicismo y negara a España, quedaría instantáneamente baldía de coherencia y sus ideas carecerían de validez. Ya lo dijo Menéndez y Pelayo: “Donde no se conserva piadosamente la herencia de lo pasado, pobre o rica, grande o pequeña, no esperemos que brote un pensamiento original, ni una idea dominadora”. Y situado en las antípodas de su pensamiento, Renán afirmó que “le verdadero hombre de progreso es el que tiene los pies enraizados en el pasado”.
El sentido misional de la cultura hispánica, que catequistas y guerreros introdujeron en la geografía espiritual del Nuevo Mundo, es valor incorporada y absorbido por nuestra cultura, lo que ha suscitado una comunidad de ideas e ideales, valores y creencias, a la que debemos preservar de cuantos elementos exóticos pretenden mancillarla. Comprender esta imposición del destino, es el primordial deber de aquellos a quienes la voluntad pública o el prestigio de sus labores intelectuales, les habilita para influir en el proceso mental de las muchedumbres. Por mi parte, me he esforzado en resguardar las formas típicas de la cultura a que pertenecemos, trazándome un plan de acción del que pude decir –el 24 de noviembre de 1944- que “tiene, ante todo, a cambiar la concepción materialista de la vida por una exaltación de los valores espirituales”.
Precisamente esa oposición, esa contraposición entre materialismo y espiritualidad, constituye la ciencia del Quijote. O más propiamente representa la exaltación del idealismo, refrenado por la realidad del sentido común.
De ahí la universalidad de Cervantes, a quien, sin embargo, es precio identificar como genio auténticamente español, mal que no puede concebirse como no sea en España.
Esta solemne sesión, que la Academia Argentina de Letras ha querido poner bajo la advocación del genio máximo del idioma en el IV Centenario de su nacimiento, traduce –a mi modo de ver- la decidida voluntad argentina de reencontrar las rutas tradicionales en las que la concepción del mundo y de la persona humana, se origina en la honda espiritualidad grecolatina y en la ascética grandeza ibérica y cristiana.
Para participar en ese acto, he preferido traer, antes que una exposición académica sobre la inmortal figura de Cervantes, palpitación humana, su honda vivencia espiritual y su suprema gracia hispánica. En su vida y en su obra personifica la más alta expresión de las virtudes que nos incumbe resguardar.

Resurrección del Quijote

Mientras unos soñaban y otros seguían amodorrados en su incredulidad, fue gestándose la tremenda subversión social que hoy vivimos y se preparó la crisis de las estructuras políticas tradicionales. La revolución social de Eurasia ha ido extendiéndose hacia Occidente, y los cimientos de los países latinos del Oeste europea crujen ante la proximidad de exóticos carros de guerra. Por los Andes asoman su cabeza pretendidos profetas, a sueldo de un mundo que abomina de nuestra civilización, y otra trágica paradoja parece cernirse sobre América al oírse voces que, con la excusa de defender los principios de la Democracia (aunque en el fondo quieren proteger los privilegios del capitalismo), permitan el entronizamiento de una nueva y sangrienta Tiranía.
Como miembros de la comunidad occidental, no podemos substraernos a un problema que de no resolverlo con acierto, puede derrumbar un patrimonio espiritual acumulado durante siglos. Hoy, más que nunca, debe resucitar Don Quijote y abrirse el sepulcro del Cid Campeador.

viernes, 18 de noviembre de 2011

CUARTA CLASE DICTADA EL 12 DE ABRIL DE 1951


por Eva Perón

En mis clases anteriores he hablado de la historia universal, refiriéndome a las dos historias: la de los hombres y la de las masas en su afán por convertirse en pueblo, y a la historia de los grandes hombres hasta llegar a Perón. Aquí nos hemos detenido, como quien se detiene luego de haber recorrido la noche, contemplando en las estrellas la aurora que luego llega con el sol.
Recorrimos la historia de las masas, en su afán por convertirse en pueblo, o sea en sus luchas de superación, hasta llegar al 17 de Octubre, que tal vez es la historia más formidable de un pueblo defendiendo su propio destino.
¿Qué es el pueblo para un peronista? Yo creía que había agotado el tema en la clase anterior y había dispuesto hablar hoy de la historia del capitalismo, pensando que así, por contraste de luz y sombras, nos entenderíamos mejor y entenderíamos mejor al peronismo, pero meditando el tema de mi última clase, advertí que todavía no había terminado y que quedaban muchos puntos, para mí de fundamental importancia. No quiero dejar de insistir sobre el tema de las masas y los pueblos en la historia, porque, para mí, quien no entienda y sienta bien lo que es el pueblo, no podrá ser jamás un auténtico peronista.
Yo siempre digo que los tres grandes amores de un peronista son el pueblo, Perón y la Patria, y vean ustedes, si un peronista puede ser peronista sin tener esos tres grandes amores, tal como lo siento yo, y no solamente como una linda palabra.
El amor es sacrificio, y aunque parezca esto el título de una novela sentimental, es una verdad grande como el mundo y como la historia. No hay amor sin sacrificio, pero nadie se sacrifica por algo que no quiera y nadie quiere algo que no conoce. Nosotros decimos muchas veces que estamos dispuestos a morir por el pueblo, por la Patria y por Perón, pero cuando llegue ese momento, si llega –y no seamos traidores, desleales y vendepatrias-, tenemos que sentir verdaderamente esos tres grandes amores, y por eso debemos conocerlos íntima y profundamente.
Es necesario conocer, sentir y servir al pueblo para ser un buen peronista. Hay muchos peronistas, ya lo son; pero nosotros queremos peronistas en la práctica y no teóricos.
Es urgente que insistamos, dentro de nuestro movimiento, en la necesidad que tenemos de hacer conocer y amar al pueblo –y ustedes verán más adelante por qué es urgente, y más en nuestro movimiento- si es que no queremos perder y malograr esta maravillosa doctrina que nos ha dado el General Perón. Tal vez sea más necesario esto para hacerlo conocer y querer más profundamente a Perón.
El General tiene una grandeza espiritual tan extraordinaria, que está siempre muy presente en nuestros sentimientos y en nuestro corazón; pero mucho me temo que no suceda lo mismo con el pueblo, y a veces pienso que no todos los peronistas me entienden y me creen cuando yo digo que Perón es el pueblo.
No se han dado cuenta todavía de lo que eso significa; no han advertido que eso significa que para quererlo a Perón hay que quererlo al pueblo; que no se puede ser peronista sin conocer, sin sentir y sin querer al pueblo –pero quererlo profundamente- y, sobre todo, servir la causa del pueblo. Un peronista que no conozca, que no sienta y que no sirva al pueblo, para mí no es peronista.
Yo voy a demostrar en esta clase de hoy que la mejor manera de conocer si un peronista es verdaderamente peronista consiste en establecer si tiene un concepto peronista de lo que es el pueblo; si se siente él mismo parte del pueblo y no tiene ambiciones de privilegios; si sirve lealmente al pueblo.
Ustedes dirán que en lugar de dar mi clase de historia del peronismo yo estoy dictando más bien moral peronista. No es eso. Había dicho en la clase anterior que iba a hablar de capitalismo, pero creí que era necesario primero dar una clase sobre ética peronista y, especialmente, sobre oligarquía, para después pasar al capitalismo. Y para no ser oligarca y ser un buen peronista, tenemos que basarnos en un amor profundo por el pueblo y por Perón, sustentado en valores espirituales y en un gran espíritu de sacrificio y de renunciamiento, no proclamados sino hondamente sentidos.
Todas estas cosas no las digo porque sí, ni porque me gusta el tema. Ustedes saben que decir la verdad me ha costado muchos dolores de cabeza, y puedo decir con orgullo que nunca he sido desleal con los que han sido leales a Perón.
Pero también puedo decir con orgullo que jamás he mantenido mi amistad en un círculo ni en un grupo, sino nada más que hacia la lealtad, y la lealtad no me compromete nada más que mientras se es leal a Perón, que es ser leal al pueblo y al movimiento.
Si hablo de estas cosas, es porque sé que al mismo General le preocupa el tema, y nos debe preocupar a todos los que queremos profundamente al movimiento y anhelamos que sea un movimiento permanente. Le preocupa, sobre todo, que todavía haya peronistas que, por su afán de obtener privilegios, más bien parecen oligarcas que peronistas. Mis ataques a la oligarquía ustedes los conocen bien, porque los habrán oído no una, sino muchas veces en mis discursos.
Y estoy segura que algunos de ustedes habrán pensado lo que otros ya me han dicho tantas veces: ¿"Por qué se preocupa tanto, señora, si esa clase de gente no volverá más al gobierno?".
No; yo ya sé que la oligarquía, la del 17 de Octubre, la que estuvo en la plaza San Martín, ésa ya no volverá más al gobierno, pero no es ésa la que a mí me preocupa que pueda volver. Lo que a mí me preocupa es que pueda volver. Lo que a mí me preocupa es que pueda retornar en nosotros el espíritu oligarca. A eso es a lo que le tengo miedo, mucho miedo, y para que eso no suceda he de luchar mientras tenga un poco de vida –y he de luchar mucho- par que nadie se deje tentar por la vanidad, por el privilegio, por la soberbia y por la ambición.
Yo le tengo miedo al espíritu oligarca, por una simple razón. El espíritu oligarca se opone completamente al espíritu del pueblo. Son dos cosas totalmente distintas, como el día y la noche, como el aceite y el vinagre.
Vamos a demostrar el espíritu oligarca en la historia, trayendo algunos ejemplos. Yo, en mis luchas diarias –y ustedes lo habrán visto- para ser una buena peronista, trato de ser más humilde, trato de arrojar fuera de mí cualquier vanidad que pudiera albergar mi corazón. Yo no podría ser la esposa del General Perón, ni buena peronista, si tuviera vanidad, orgullo y, sobre todo, ambición, porque la ambición es el espíritu oligarca que perdería completamente a nuestro movimiento.
Yo no sé qué pensarán de mi los historiadores y los que comentan la historia, pero yo creo firmemente –y de esta idea no me podrán sacar- que la causa de todos los males de la historia de los pueblos es, precisamente, el predominio del espíritu oligarca sobre el predominio del espíritu del pueblo.
¿Cuál es el espíritu oligarca? Para mí, es el afán de privilegio, es la soberbia, es el orgullo, es la vanidad y es la ambición; es decir, lo que hizo sufrir en Egipto a millares y millares de esclavos que vivían y morían construyendo las pirámides; es el orgullo, la soberbia y la vanidad de unos cuantos privilegiados que hacían sufrir en Grecia y en Roma a los ilotas y a los esclavos; es el espíritu de oligarca de unos pocos espartanos y aristócratas y de unos pocos patricios que gobernaban a Esparta, a Atenas y a Roma; el sufrimiento de millones y millones de hindúes se debió al orgullo de las sectas dominantes; el dolor de la Edad Media se debió a la soberbia de los señores feudales, de los reyes y de los emperadores ambiciosos, que sólo pensaban en dominar a sus iguales; el sufrimiento que provocó la rebeldía del pueblo francés en 1789, la Revolución Francesa, tiene su causa en los privilegios de la nobleza y del alto clero; la Rusia de los zares, que hizo nacer en el mundo la revolución comunista, es otra expresión más de los sufrimientos que ha provocado el espíritu oligarca, la vanidad, la ambición, el egoísmo y el orgullo de unos pocos aplastando a las masas.
El peronismo que nace el 17 de Octubre es la primera victoria real del espíritu del pueblo sobre la oligarquía. La Revolución Francesa, tal como la historia lo atestigua –y yo trato de profundizarla y de leer mucho de lo que se ha escritono fue realizada por el pueblo, sino por la burguesía. Esto no lo recordamos muy frecuentemente.
La burguesía explotó el desquicio real en ese pueblo hambriento, desposeído y es por eso que preferimos recordar de la Revolución Francesa tres palabras de su lema: Libertad, Igualdad y Fraternidad, tres hermosas palabras de los intelectualoides franceses que decían cosas muy hermosas, pero que realizaban muy poco. Y es por eso que nos olvidamos de algo extraordinario. Nos olvidamos que la Constitución de 1789 prohibía la agremiación. ¿Puede una revolución ser del pueblo, cuando dicta una Constitución prohibiendo la agremiación?
El pueblo siguió a la burguesía, pero ésta no respondió honrada y lealmente a ese pueblo, que se jugó la vida en la calle.
La Revolución Francesa quiso suprimir, y lo consiguió, hasta con la guillotina, al privilegio aristocrático, pero trajo al mundo el concepto de la libertad individual absoluta, creando con ese concepto otros privilegios, como el de la riqueza, que condujo luego rápidamente al capitalismo.
La revolución rusa también quiso suprimir a la oligarquía aristocrática, utilizando para ello al pueblo, cuya reacción violenta provocó también la muerte de los zares. Pero después se creó en Rusia una nueva oligarquía: la de unos cuantos hombres que no consultan al pueblo, sino que simplemente lo llevan hacia donde quieren. Ellos no hacen lo que el pueblo quiere, sino que el pueblo tiene que hacer lo que ellos quieren. Creo que hay una pequeña diferencia...
Tan oligárquico es el sistema feudal como el absolutismo de los reyes, como el sistema de casta que imperó en nuestro país, sistema cerrado con la "Yale" de los apellidos ilustres que nosotros conocemos. Tanto más ilustres esos apellidos cuanto más dinero tenían en el Banco. Tan oligárquico es el sistema capitalista que domina desde Wall Street como el sistema comunista imperante en Rusia.
Por ello, afirmo que el peronismo nacido el 17 de Octubre es una victoria del auténtico pueblo sobre la oligarquía. Y para que esa victoria no se pierda, como se perdió la Revolución Francesa y la revolución rusa, es necesario que los dirigentes del movimiento peronista no se dejen influenciar por el espíritu oligarca.
Es necesario, para ello, que todas estas cosas que decimos no caigan en el vacío. Yo a veces observo que cuando se dicen cosas importantísimas, nos las aplauden, si tenemos razón, pero en la práctica hacen esos mismos que aplaudieron todo lo contrario. Hay que aplaudir y gritar menos y actuar más. Claro que al decir esto hablo en general.
Nuestro movimiento es muy serio, porque tenemos un hombre, el General Perón, que está quemando su vida por legarnos consolidada su doctrina y por entregarnos y depositar en nuestras manos la bandera justicialista y una Patria socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.
Eso era para nosotros un sueño. Era un sueño para los argentinos pensar que algún día, en nuestro país, un hombre, con sentido patriótico, un hombre extraordinario, y sobre todo con una gran valentía, pudiera anunciarlo y realizarlo.
Pero es que hay que reconocer que el hombre que ha creado su doctrina y que ha realizado esa obra tan extraordinaria, es un hombre de unos valores morales extraordinarios.
Nosotros vemos en Perón a la humildad, a un hombre sencillo, a un hombre que no es vanidoso ni orgulloso, a un hombre que siente alergia por los privilegios.
Entonces nosotros, que lo queremos a Perón, tratamos de acercarnos, tratamos de igualarnos a él, tratamos de sentirnos humildes, de no ser ambiciosos, de no sentir orgullo ni vanidad.
En esto es en lo único en que podemos tratar de igualarnos a Perón, y, si lo logramos, va a ser tan grande que habremos desterrado del peronismo el peligro del espíritu oligarca que, de lo contrario, terminaría con nosotros. Perón no ha venido a implantar otra casta; él ha venido a implantar al pueblo, para que sea soberano y gobierne. Por eso, nosotros tenemos que sentirnos humildes y consultar al pueblo en todo, pero consultarlo también en su humildad. No sentirnos, cuando el movimiento nos llama a una función, importantes ni poderosos.
A mí me preocupa extraordinariamente esta cuestión. He tenido una gran desilusión con gente a la que aprecio, cuando la he visto envanecerse como pavos reales, cuando las he visto sentirse importantes. No hay más importancia, más privilegio, ni más orgullo, que el sentirse pueblo. Pero algunos se sienten señores; ¡y el señor no se siente, el señor se nace, aun en los más humildes! Cuando los he visto en personajes, me ha entrado frío, miedo, angustia y una profunda tristeza. Pero las fuerzas y la esperanza me renacen cuando miro a Perón trabajando incansablemente y al pueblo colaborando con él.
Yo lo observo al General, porque no quiero dentro del movimiento ser nada más que una buena alumna suya; quiero servir al movimiento y no servirme de él. Si actuáramos así siempre, la humanidad sería más feliz y nosotros seríamos mucho más útiles a los pueblos.
El General Perón es humilde a pesar de todo su poder, y no digo poder por ser él el Presidente de la República, sino por su poder espiritual, porque él es mucho más poderoso que por sus títulos, sus galones y sus derechos, porque reina sobre el corazón de millones de argentinos.
Yo lo he visto al General, no con ese empaque humilde y fingido que a veces ustedes advierten en algunos hombres en los pequeños detalles, más que en los grandes, y que es el teatro que hacen muchos políticos que aparecen como humildes para que los vea un grupo, pero que en el fondo son déspotas, soberbios, vanidosos y fríos. A Perón, en cambio, que ha hecho obras extraordinarias, lo veo todas las mañanas, al llegar a la Casa de Gobierno –para dar un ejemplo, porque, como decía Napoleón, un ejemplo lo aclara todo- tocar el timbre y decir, siempre, al ordenanza que acude: "Buenos días, hijo; ¿quiere hacerme el favor de traerme un cafecito?". Y cuando se lo trae, así esté con un embajador, con un ministro o con quien fuera, le da un abrazo agradeciéndole; pero eso es normal en él, le sale de adentro. Eso no es teatro: le sale del corazón. Y yo pienso, entonces, si todos los peronistas seríamos capaces de hacer otro tanto. No podemos tener el privilegio de ser genios y grandes como Perón, pero sí podemos proponernos ser buenos como él.
La gente se olvida muy fácilmente del pueblo, y nosotros, los peronistas, que decimos que queremos a Perón, que amamos profundamente su figura, su nombre, su doctrina y su movimiento, no podemos ni debemos jamás olvidar al pueblo, porque si no traicionamos a Perón, traicionamos su preocupación más grande. No olviden que Perón trabaja, lucha, sueña y se sacrifica por un ideal: su pueblo.
Es que algunos peronistas no se dan cuenta de que todo lo que somos se lo debemos a Perón y al Pueblo, y a veces nos creemos que llegamos por nosotros mismos, nos consideramos importantes e insustituibles, y hasta nos creemos a veces directores de orquesta. ¿De qué orquesta somos directores?
La humildad debe ser una de nuestras grandes preocupaciones, como la bondad, la falta de vanidad y la ausencia de ambición. No debemos tener más que una sola ambición: la de desempeñar bien nuestro cargo dentro del movimiento.
Dijo el General Perón hace unos días: no son los cargos los que dignifican a los hombres, sino los hombres los que honran a los cargos. Nosotros debemos aspirar a ocupar un cargo de lucha, no importa cual fuere, pero cumplirlo honradamente, con espíritu de sacrificio y de renunciamiento, que nos haga ante nuestros compañeros dignos del movimiento y nos eleve en la consideración de todos. Así cumpliremos con el pueblo y con el movimiento. No nos olvidemos del hombre que trabaja de diana hasta ponerse el sol, para construir la felicidad de todo el pueblo argentino y la grandeza de la Nación, y nosotros, bajo su sombra maravillosa, no debemos amargar sus sueños de patriota, con ambiciones mezquinas y desmesuradas como las de algunos peronistas que ya se creen dirigentes importantes.
La característica exclusiva del peronismo, lo que no ha hecho hasta ahora ningún otro sistema, es la de servir al pueblo y, además, la de obedecerlo. Cuando en cada 17 de Octubre, Perón pregunta al pueblo si está satisfecho de su gobierno, tal vez por tenerlo a Perón demasiado cerca, no nos detenemos a pensar en las cosas tan grandes a que nos tiene acostumbrados, a algo que no pasa en la humanidad. ¿Cuándo algún gobernante, alguna vez en el mundo, una vez al año reúne a su pueblo para preguntarle si está conforme con su gobierno?
¿Cuándo algún gobernante en el mundo dijo que no habrá sino lo que el pueblo quiera? En cambio, Perón puede hablar porque tiene su corazón puesto junto al corazón del pueblo. La actitud argentina del General Perón en la Conferencia de Cancilleres: "No saldrán tropas al exterior sin consultar previamente al pueblo", no se ha visto nunca en el mundo, ¿Cuándo algún gobernante ha preguntado, antes de enviar tropas al exterior, si el pueblo está conforme? Nunca loa han hecho, porque cuando han querido, han enviado las tropas en nombre del pueblo sin consultarlo jamás.
Estos tres ejemplos nos demuestran la grandeza de Perón, la honradez de sus procedimientos, el amor profundo y entrañable que él siente por el pueblo y el respeto por "el soberano", que de soberano no tenía, hasta Perón, más que el nombre, porque jamás fue respetado. Eso lo hace el General, y si él lo hace, tratando de auscultar las inquietudes del pueblo, ¿cómo nosotros los peronistas que lo acompañamos y pretendemos ayudarlo, no vamos a extremas nuestras energías y nuestro esfuerzo para acercarnos a él en el deseo de servir leal, honrada y humildemente?
Ese debe ser un deber de los peronistas. Nosotros debemos pensar siempre que el General Perón respeta al pueblo, no sólo en las cuestiones fundamentales sino también en las pequeñas.
Dijo yo los otros días que la masa no hace más que sentir, que no piensa. Por eso los totalitarismos, sean fascistas o comunistas, organizan al pueblo como un militar adiestra al soldado, para que éste sirva mejor a la patria. Perón, en cambio, favorece la agremiación y la organización del pueblo, no para que el pueblo sirva al peronismo, sino para que el peronismo pueda servir mejor al pueblo, entre lo cual hay una gran diferencia. A fin de que el pueblo conserve y conquiste sus derechos, Perón trata al pueblo, no como un militar a sus soldados, sino como un padre a sus hijos. Lo que hace Perón, sirviendo al pueblo, debemos hacerlo nosotros cada día más.
Yo quisiera que a esta clase –y esto es un deseo ferviente mío- ustedes la tengan siempre muy presente en su corazón y en su mente para tratar todos los días de inculcarla a los peronistas y nosotros mismos adoptarla en nuestros procedimientos, y así nos sentiremos más tranquilos en nuestra conciencia de peronistas, de argentinos, de mujeres y hombres del pueblo.
Nuestra consigna debe ser la de servir al pueblo y no servir a nuestro egoísmo, que en el fondo todos tenemos, ni a nuestra ambición, porque eso sería tener lo que yo llamo espíritu oligarca.
Vamos a dar un ejemplo de espíritu oligarca, aunque ya he dado muchos: el funcionario que se sirve de su cargo es oligarca. No sirve al pueblo sino a su vanidad, a su orgullo, a su egoísmo y a su ambición. Los dirigentes peronistas que forman círculos personales sirven a su egoísmo y a su desmesurada ambición.
Para mí, ésos no son peronistas. Son oligarcas, son ídolos de barro, porque el pueblo los desprecia, ignorándolos y a veces hasta compadeciéndolos.
La oligarquía del 17 de Octubre, la que derrotamos ese día, para mí, está muerta. Por eso es que le tengo más miedo a la oligarquía que pueda estar dentro de nosotros que a esa que vencimos el 17 de Octubre, porque aquélla ya la combatimos, la arrollamos y la vencimos. En tanto que ésta puede nacer cada día entre nosotros. Por eso los peronistas debemos tratar de ser soldados para matar y aplastar a esa oligarquía donde quiera que nazca.
Nosotros decimos, con Perón, que no queremos ni reconocemos más que una sola clase de hombres: la de los que trabajan. Esto quiere decir que para nosotros no existe más que una sola clase de argentinos, la que constituye el pueblo, y el pueblo es auténticamente trabajador.
¿Qué diferencia hay entre esta nueva clase y la clase oligárquica que gobernó hasta 1943? Es muy fácil explicarla.
La oligarquía era una clase cerrada, o sea, como lo dije anteriormente, una casta. Nadie podía entrar en ella. El Gobierno les pertenecía, como si nadie más que la oligarquía pudiese gobernar el país. En realidad, como que a ellos los dominaba el espíritu de oligarquía, que es egoísta, orgulloso, soberbio y vanidoso, todos estos defectos y malas cualidades los llevaron poco a poco a los peores extremos y terminaron vendiéndolo todo, hasta la Patria, con tal de seguir aparentando riqueza y poder.
Cuando vemos a un político que no quiere que nadie más que sus amigos entren en el círculo, pensamos que también él es un oligarca. Ese también se quiere preparar otra casta para él, pero se olvida que hay muchos soldados y servidores del General que lo interpretamos, que lo seguimos honradamente, que tendremos el privilegio de ser los eternos vigías de la Revolución.
Por lo tanto, estaremos en guardia permanente para destrozarlos y aplastarlos a esos señores que ustedes conocen, como dije anteriormente.
El peronismo es un movimiento abierto a todo el mundo. Ustedes ven que cualquiera que llega a mí, sea un dirigente de esto o de lo otro, siempre le digo que él, para mí, no es más que un dirigente de Perón. Cuando me dicen que Fulano es un dirigente que responde a Mengano o a Zutano, pienso que no es un dirigente, sino un sinvergüenza, porque bajo el lema Justicialista, el pueblo y la Patria toda constituyen una gran familia, en la que todos somos iguales, felices y contentos, respondiendo sólo a Perón.
Dentro de nuestro movimiento no se necesita tener títulos universitarios, ser intelectual, ni tener cuatro apellidos para integrar el gobierno de Perón. Al lado de él hay hombres de todas las condiciones sociales: médicos, abogados, obreros, ricos y pobres, de todas las clases, pero sin ese espíritu oligarca que es la negación de nuestro movimiento. Por lo menos aspiramos a eso. En ese sentido, tenemos una ardua y larga tarea que realizar. Cualquier peronista puede llegar a ocupar los más altos cargos dentro de nuestro movimiento. Si trabaja honradamente, puede aspirar a cualquiera, y en este sentido debemos tener en cuenta una frase del General Perón que se debería grabar en el corazón de todos los peronistas: "Sean todos artífices del destino común, pero ninguno instrumento de la ambición de nadie".
No sean tontos, aquí no necesitan padrinos; aquí lo único que los valoriza es el sacrificio, la eficacia y el trabajo. Yo siempre he sentido alergia por los recomendados.
Siempre los he atendido muy bien y les he solucionado el asunto, pero siempre me ha dado una profunda pena que esas personas no sepan que no necesitan de la recomendación. En nuestro movimiento no hay más recomendación que la de ser peronista. Es por eso que cualquier peronista, por humilde que sea, puede aspirar, como ya lo he dicho, a los más altos cargos, con sólo tratar de interpretar las inquietudes del General Perón. Esto es fundamental para que nosotros podamos formar un movimiento permanente, consolidado en el espacio y en el tiempo. Nuestro movimiento es el más profundo y maravilloso de todos, porque tiene una doctrina perfecta y un conductor genial como el General Perón.
Yo, que he tenido la debilidad de estudiar profundamente a todos los grandes de la historia, y ustedes, que lo habrán hecho tanto como yo, sabemos que en todos los grandes hombres hay errores y defectos, que se les perdonan porque son genios, y a los genios se les perdona todo. Pero –a veces a los argentinos nos parece mentira- Perón es un genio que no tiene defectos, y si tuviera uno, sería uno solo: tener demasiado corazón, que sería el más sublime de todos los defectos, ya que Cristo perdonó a quienes lo crucificaron. Nosotros debemos pensar en eso, en la grandeza, en las virtudes y en las condiciones morales del General Perón y, sobre todo, en su humildad, que es lo que lo hace más grande.
Deberíamos nosotros elevar todos los días nuestra mirada y nuestro recuerdo hacia la figura patricia del General Perón; seríamos entonces cada día más buenos. Y al acostarnos, deberíamos realizar un balance de lo que hemos hecho, y ver si hemos tratado bien a un compañero, si hemos servido honradamente al pueblo, si hemos cumplido con humildad, con desinterés y con sacrificio nuestra labor. Entonces, nos podremos acostar tranquilos, porque hemos cumplido con la Patria, con Perón y con el Pueblo.
Yo he pretendido que mi despacho sea lo más popular y lo más descamisado; no en sus paredes –porque nosotros no nos vestimos de harapos para recibir al pueblo, sino que nos vestimos de gala para recibirlo con los mejores honores, como se merece-, pero sí descamisado por el cariño, el corazón, la humildad y el espíritu de sacrificio y de renunciamiento. A veces me parece que éstos no son suficientemente grandes como para merecer yo ser la esposa del General Perón; pero pienso que no puedo asemejarme al General, porque Perón hay uno solo, pero trato por lo menos de merecer el cariño y la consideración del General y de los peronistas, trabajando con un gran espíritu de desinterés, de sacrificio, de renunciamiento y de amor. Y es por eso que cuando llegan a mi despacho los ministros, yo me alegro, porque los veo mezclados con los obreros y con los pobres, es decir, con nuestro auténtico pueblo. Y yo creo que así, viéndome trabajar a mí confundida con el pueblo, y viendo lo maravilloso que nuestro pueblo es, no se harán oligarcas.
Eso significa que nosotros queremos una sola clase de argentinos. No quiere decir que querramos que no haya ricos, o que no haya intelectuales ni hombres superiores. Todo lo contrario: lo grande del peronismo es que todos los argentinos pueden llegar a ser lo que quieran, incluso hasta Presidente de la República.
Prueba de que el peronismo quiere eso, es que tenemos un ministro obrero, agregamos obreros en las embajadas, obreros en las Cámaras, obreros en todas partes; y también en el aspecto cultural tenemos el teatro obrero y salones de arte obrero, aunque en este aspecto tenemos mucho, mucho que hacer, para cumplir con los deseos y con las inquietudes del General Perón.
Gracias al General Perón, nosotros hemos logrado tener las universidades abiertas a todo el pueblo argentino. Eso nos demuestra la preocupación del gobierno argentino por elevar la cultura del pueblo y por que nuestro pueblo pueda llegar a las universidades, que ya no estén reservadas a unos pocos privilegiados. Ahora los humildes pueden ser abogados o médicos, según sean sus inclinaciones.
Ellos, con su sentido de pueblo serán más humanos y las futuras generaciones podrán agradecernos que los hayamos comprendido y apoyado.
Ser peronista, para hacer la síntesis de todo lo que he hablado, requiere tener los tres amores a que yo hice mención al principio: el pueblo, Perón y la Patria. El peronismo es la primera victoria del pueblo sobre la oligarquía; por eso hay que cuidarlo y no desvirtuarlo jamás. El peronismo sólo se puede desvirtuar por el espíritu oligarca que pueda infiltrarse en el alma de los peronistas, y perdonen, chicas y muchachos, que les repita tanto esto, pero si así lo hago es porque quisiera que lo llevaran siempre profundamente grabado en su corazón. Es fundamental para nuestro movimiento.
Para evitar que se desvirtúe el peronismo, hay que combatir los vicios de la oligarquía con las virtudes del pueblo. Los vicios de la oligarquía son: en primer término, el egoísmo, Podríamos tomar como ejemplo el de las damas de beneficencia.
Hacían caridad, pero una caridad denigrante. Para dar, hay que hacerse perdonar el tener que dar. Es más lindo recibir que dar, cuando se sabe dar, pero las damas trataban siempre de humillar al que ayudaban. Tras la desgracia de tener que pedir, lo humillaban en el momento de darle la limosna, con la que ni siquiera le solucionaban el problema. En segundo lugar está la vanidad. La vanidad trae consigo la mentira y la simulación, y cuando entra en la mentira y en la simulación, el hombre deja de ser constructivo dentro de la sociedad. En último término, tenemos la ambición y el orgullo, con los cuales se completan los cuatro vicios de la oligarquía: egoísmo, vanidad, ambición y orgullo.
Las virtudes del pueblo son: en primer término, generosidad. Todos ustedes habrán advertido el espíritu de solidaridad que hay entre los descamisados.
Cuando un compañero de fábrica cae en desgracia, en seguida se hace una colecta para ayudarlo, cosa que no ocurre en otros ambientes. Lo mismo es el caso de los obreros y la Fundación. Ellos vieron que la Fundación iba directamente al pueblo, a diferencia de las damas de beneficencia que se guardaban ochenta y daban el veinte de cada cien que recibían, con lo que el pueblo había perdido la esperanza y la fe. ¿Cómo iba a tener prestigio una cosa en la que el pueblo no creía? Cuando vieron que la Fundación realizaba el camino nuevo del peronismo, de ayudar y de defender los centavos como si fueran pesos, los obreros se aglutinaron y desinteresadamente contribuyeron a una obra que iba a servir, honrada y lealmente, a sus propios compañeros. Es así que se ha dado el milagro de que las masas trabajadoras sean las verdaderas creadoras de la obra de la Fundación.
Tenemos luego la sinceridad. La sinceridad es la virtud innata de nuestro pueblo, que habla de su franqueza.
El desinterés: ustedes ven que el descamisado es puro corazón, es desinteresado.
Y la humildad, que debemos tenerla tan presente.
Por lo tanto, las virtudes del pueblo son: generosidad, sinceridad, desinterés y humildad. La humildad debe ser la virtud fundamental del peronista. El peronista nunca dice "yo". Ese no es peronista. El peronista dice "nosotros". El peronista nunca se atribuye sus victorias, sino que se las atribuye siempre a Perón, porque si hacemos algo es por el General, no nos engañemos. Y cuando en el movimiento hay un fracaso, observamos a menudo –ustedes que andan por la calle lo habrán notado mejor que yo- que se dice: "Y, la culpa la tuvo Fulano", siempre viene de "arriba". Los éxitos son de ellos, que tanto influyeron y tanto hicieron, lo trabajaron tanto, que lo consiguieron... El fracaso es siempre de arriba, según ellos. El fracaso, desgraciadamente, es debido a la incomprensión, es producto del caudillismo, de que todavía los peronistas no nos hemos podido desprender, pero de los que nos desprenderemos, cueste lo que cueste...
No me refiero, por lo tanto, a esos que dicen que los fracasos vienen de arriba, sino a los peronistas. Los fracasos son nuestros, desgraciadamente. Yo a veces pienso, cuando me equivoco –también yo cometo grandes errores, ya que nadie está exento de ellos, pues el que no se equivoca nunca es porque no hace nada-, pienso cuánto mal le hago al General. Unicamente los genios como Perón no se equivocan nunca. Pero el pueblo no está poblado de héroes ni de genios, y menos de genios que de héroes.
Repito que los fracasos son nuestros. El peronista se debe atribuir siempre los fracasos, y al decir "peronista" lo decimos en la extensión de la palabra. Las victorias, en cambio, son del movimiento, o sea, de Perón. ¿Habría hecho yo todo lo que hecho en la Fundación, si Perón no nos hubiese salvado de la oligarquía?
¿Habría hecho yo todo el bien que hago a los humildes de la Patria, la colaboración que les presto a los gremios del país, si Perón no hubiera hecho en nuestro país esta revolución social tan extraordinaria, independizándonos de la oligarquía, dándonos, además, la justicia social, la independencia económica, la soberanía política y su maravillosa doctrina? ¿Existiría Eva Perón si no hubiera venido Perón? No. Por eso yo digo que el peronismo empieza con Perón, sigue a Perón y termina en Perón.
Ni aun después podrán desplazar al General, porque el General Perón no será desplazado jamás del corazón del pueblo. El día en que alguno, en su ambición y en sus intereses mezquinos y bastardos, piense que él puede ser bandera del movimiento, ese día él habrá terminado.
Por eso yo digo que no tenemos nada más que a Perón, y nosotros, para consolidar y colaborar en su obra, debemos ser buenos predicadores de su doctrina.
Cuando alguien se enoja y se lamenta de errores entre los católicos, yo les contesto que la doctrina cristiana es lo más grande que hay, que los malos son los predicadores y no la doctrina. Aquello es eterno. En esto, que es terrenal, tenemos que tener además de buenos predicadores, también buenos realizadores.
La doctrina de Perón es genial; los malos seremos nosotros, ya que de barro somos, pero tenemos que tratar de ser cada día más superiores y más dignos del maravilloso pueblo y del ilustre apellido de argentinos. Por eso es que nosotros
aspiramos, cada día más, a ser buenos y mejores predicadores de la doctrina de General, pero no sólo buenos en la prédica, sino también en la práctica. Para lograrlo, el peronista debe ser siempre de una gran humildad, reconocer que él no significa nada y que Perón y el pueblo lo son todo.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Segunda parte de MI VIDA Y MI DOCTRINA


por Hipólito Yrigoyen

XVIII
¡Benditos sean los que piden transigencia en las actitudes personales; pero los que la piden en el orden de los principios, malditos serán para siempre! No habrá poder humano que me haga transigir con las conculcaciones, con las irregularidades, con las agresiones, con la deshonestidad, ni con el vicio, en ningún sentido, en ninguna forma, ni por ninguna razón.
Sabe la Nación que si las cruentas reacciones de la opinión no ensangrentaron los escenarios públicos que provocara la agresión de tantas injusticias, ultrajes y atentados a la dignidad nacional, fue porque impertérrito e inquebrantable puse mis esfuerzos para evitarlo, por más que algunas veces la dimensión de los escarnios se colmara y produjera dolorosos desgarramientos, que signaron viriles gestos de la ciudadanía argentina.
El espectáculo de la absoluta unidad de mi vida, orientada por la ideología fundamental de la reparación nacional y mi inclinación total por todo lo que fuera propio de la obra que realizo por la patria y para la patria, constituyen el testimonio más integral de su significado y la explicación más responsable de mi rectitud en los juicios y de las exactitudes en sus explicaciones.

martes, 8 de noviembre de 2011

Tres héroes


por José Martí

Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba a donde estaba la estatua de Bolívar, Y cuentan que el viajero, solo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca un hijo. El viajero hizo bien, pues todos los americanos deben querer a Bolívar como a un padre. A Bolívar, y a todos los que pelearon como él, porque la América fuese del hombre americano. A todos: al héroe famoso y al último soldado, que es un héroe desconocido. Hasta hermosos de cuerpo se vuelven los hombres que pelean por ver libre a su patria. Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía. En América no se podía ser honrado, ni pensar ni hablar. Un hombre que oculta lo que piensa o no se atreve a decir lo que piensa no es un hombre honrado. Un hombre que obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea bueno, no es un hombre honrado. Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permiten que pisen el país en que nació, los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado. El niño, desde que puede pensar, debe pensar en todo lo que ve, debe padecer por todos los que no pueden vivir en honradez, debe trabajar porque puedan ser honrados todos los hombres, y debe ser un hombre honrado. El niño que no piensa en lo que sucede a su alrededor y se contenta con vivir, sin saber si vive honradamente, es como un hombre que vive del trabajo de un bribón y está en camino de ser bribón. Hay hombres que son peores que las bestias, porque las bestias necesitan ser libres para vivir dichosas; el elefante no quiere tener hijos cuando vive preso, la llama del Perú se echa en la tierra y se muere, cuando el indio le habla con rudeza o le pone más carga de la que puede soportar. El hombre debe ser, por lo menos, tan decoroso como la llama y el elefante. En América se vivía antes de la libertad, como la llama que tiene mucha carga encima. Era necesario quitarse la carga, o morir.
Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, así como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados. Estos tres hombres son sagrados: Bolívar, de Venezuela; San Martín, del Río de la Plata; Hidalgo, de México. Se les deben perdonar sus errores, porque el bien que hicieron fue más que sus faltas. Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz.
Bolívar era pequeño de cuerpo. Los ojos le relampagueaban y las palabras se le salían de los labios. Parecía como si estuviera esperando siempre la hora de montar a caballo. Era su país, su país oprimido que le pesaba en el corazón y no le dejaba vivir en paz. La América entera estaba como despertando. Un hombre solo no vale nunca más que un pueblo entero; pero hay hombres que no se cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie más que a sí mismos, y los pueblos tienen muchos hombres y no pueden consultarse tan pronto. Ese fue el mérito de Bolívar, que no se cansó de pelear por la libertad de Venezuela, cuando parecía que Venezuela se cansaba. Lo habían derrotado los españoles, lo habían echado del país. El se fue a una isla, a ver su tierra de cerca, a pensar en su tierra. Un negro generoso lo ayudó cuando ya no lo quería ayudar nadie. Volvió un día a pelear con trescientos héroes, con los trescientos libertadores. Libertó a Venezuela. Libertó a la Nueva Granada. Libertó al Ecuador. Libertó al Perú. Fundó una nación nueva, la nación de Bolivia. Ganó batallas sublimes con soldados descalzos y medio desnudos. Todo se estremecía y se llenaba de luz a su alrededor. Los generales peleaban a su lado con valor sobrenatural. Era un ejército de jóvenes. Jamás se peleó tanto, ni se peleó mejor en el mundo por la libertad. Bolívar no defendió con tanto fuego el derecho de los hombres de gobernarse por sí mismos, como el derecho de América a ser libre. Los envidiosos exageraron sus defectos. Bolívar murió de pesar del corazón, más que de mal del cuerpo, en la casa de un español, en Santa Marta. Murió pobre, y dejó una familia de pueblos.
México tenía mujeres y hombres valerosos, que no eran muchos, pero valían por muchos; media docena de hombres y una mujer preparaban el modo de hacer libre a su país. Eran unos cuantos jóvenes valientes, el esposo de una mujer liberal y un cura de pueblo que quería mucho a los indios, un cura de sesenta años. Desde niño fue el cura Hidalgo de la raza buena, de los que quieren saber. Los que no quieren saber son de la raza mala. Hidalgo sabía francés, que entonces era cosa de mérito, porque lo sabían pocos. Leyó los libros de los filósofos del siglo XVIII, que explicaron el derecho del hombre a ser honrado, y a pensar y hablar sin hipocresía. Vio a los negros esclavos, y se llenó de horror. Vio maltratar a los indios, que son tan mansos y generosos, y se sentó entre ellos como un hermano viejo, a enseñarles las artes finas que el indio aprende bien: la música, que consuela; la cría del gusano, que da la seda; la cría de la abeja, que da la miel. Tenía fuego en sí, y le gustaba fabricar: creó hornos para cocer los ladrillos. Le veían lucir mucho, de cuando en cuando, los ojos verdes. Todos decían que hablaba muy bien, que sabía mucho nuevo, que daba muchas limosnas el señor cura del pueblo de Dolores. Decían que iba a la ciudad de Querétaro una que otra vez, a hablar con unos cuantos valientes y con el marido de una buena señora. Un traidor le dijo a un comandante español que los amigos de Querétaro trataban de hacer a México libre. El cura montó a caballo, con todo su pueblo, que lo quería como a su corazón; se le fueron juntando los caporales y los sirvientes de las haciendas, que eran la caballería; los indios iban a pie, con palos y flechas o con hondas y lanzas. Se le unió un regimiento y tomó un convoy de pólvora que iba para los españoles. Entró triunfante en Celaya, con músicas y vivas. Al otro día juntó el Ayuntamiento, lo hicieron general y empezó un pueblo a nacer. El fabricó lanzas y granadas de mano. El dijo discursos que dan calor y echan chispas, como decía un caporal de las haciendas. El declaró libres a los negros. El les devolvió sus tierras a los indios. El publicó un periódico que llamó "El Despertador Americano". Ganó y perdió batallas. Un día se le juntaban siete mil indios con flechas y al otro día lo dejaban solo. La mala gente quería ir con él para robar en los pueblos y para vengarse de los españoles. El les avisaba a los jefes españoles que si los vencía en la batalla que iba a darles los recibiría en su casa como amigos. ¡Eso es ser grande! Se atrevió a ser magnánimo sin miedo a que lo abandonase la soldadesca, que quería que fuese cruel. Su compañero Allende tuvo celos de él, y él le cedió el mando a Allende. Iban juntos buscando amparo en su derrota cuando los españoles les cayeron encima. A Hidalgo le quitaron uno a uno, como para ofenderlo, los vestidos de sacerdote. Lo sacaron detrás de una tapia y le dispararon los tiros de muerte a la cabeza. Cayó vivo, revuelto en la sangre, y en el suelo lo acabaron de matar. Le cortaron la cabeza y la colgaron en una jaula, en la Alhóndiga misma de Granaditas, donde tuvo su gobierno. Enterraron los cadáveres descabezados. Pero México es libre.
San Martín fue el libertador del sur, el padre de la República Argentina, el padre de Chile. Sus padres eran españoles, y a él lo mandaron a España para que fuese militar del rey. Cuando Napoleón entró en España con su ejército, para quitarles a los españoles la libertad, los españoles todos pelearon contra Napoleón: pelearon los viejos, las mujeres, los niños; un niño valiente, un catalancito, hizo huir una noche a una compañía, disparándole tiros y más tiros desde un rincón del monte; al niño lo encontraron muerto, muerto de hambre y de frío; pero tenía en la cara como una luz, y sonreía, como si estuviese contento. San Martín peleó muy bien en la batalla de Bailén, y lo hicieron teniente coronel. Hablaba poco; parecía de acero; miraba como un águila; nadie lo desobedecía; su caballo iba y venía por el campo de pelea, como el rayo por el aire. En cuanto supo que América peleaba para hacerse libre, vino a América; ¿qué le importaba perder su carrera, si iba a cumplir con su deber? Llegó a Buenos Aires; no dijo discursos; levantó un escuadrón de caballería; en San Lorenzo fue su primera batalla; sable en mano se fue San Martín detrás de los españoles, que venían muy seguros, tocando el tambor, y se quedaron sin tambor, sin cañones y sin bandera. En los otros pueblos de América los españoles iban venciendo: a Bolívar lo había echado Morillo el cruel de Venezuela; Hidalgo estaba muerto; O' Higgins salió huyendo de Chile; pero donde estaba San Martín siguió siendo libre la América. Hay hombres así, que no pueden ver esclavitud. San Martín no podía; y se fue a libertar a Chile y al Perú. En diez y ocho días cruzó con su ejército los Andes altísimos y fríos. Iban los hombres como por el cielo, hambrientos, sedientos; abajo, muy abajo, los árboles parecían yerba, los torrentes rugían como leones. San Martín se encuentra al ejército español y lo deshace en la batalla de Chacabuco, lo derrota para siempre en la batalla de Maipú. Liberta a Chile. Se embarca con su tropa, y va a libertar al Perú. Pero en el Perú estaba Bolívar, y San Martín le cede la gloria. Se fue a Europa triste, y murió en brazos de su hija Mercedes. Escribió su testamento en una cuartilla de papel, como si fuera el parte de una batalla. Le habían regalado el estandarte que el conquistador Pizarro trajo hace cuatro siglos, y él le regaló el estandarte en el testamento al Perú.
Un escultor es admirable, porque saca una figura de la piedra bruta; pero esos hombres que hacen pueblos son como más que hombres. Quisieron algunas veces lo que no debían querer; pero ¿qué no le perdonará un hijo a su padre? El corazón se llena de ternura al pensar en esos gigantescos fundadores. Esos son héroes, los que pelean por hacer a los pueblos libres, o los que padecen en pobreza y desgracia por defender una gran verdad. Los que pelean por la ambición, por hacer esclavos a otros pueblos, por tener más mando, por quitarle a otro pueblo sus tierras, no son héroes, sino criminales.

viernes, 4 de noviembre de 2011

La Unidad de la América Indo-Española


por José Carlos Mariátegui

Los pueblos de la América española se mueven, en una misma dirección. La solidaridad de sus destinos históricos no es una ilusión de la literatura americanista. Estos pueblos, realmente, no sólo son hermanos en la retórica sino también en la historia. Proceden de una matriz única. La conquista española, destruyendo las culturas y las agrupaciones autóctonas, uniformó la fisonomía étnica, política y moral de la América Hispana. Los métodos de colonización de los españoles solidarizaron la suerte de sus colonias. Los conquistadores impusieron a las poblaciones indígenas su religión y su feudalidad. La sangre española se mezcló con la sangre india. Se crearon, así, núcleos de población criolla, gérmenes de futuras nacionalidades. Luego, idénticas ideas y emociones agitaron a las colonias contra España. El proceso de formación de los pueblos indo-españoles tuvo, en suma, una trayectoria uniforme.

La generación libertadora sintió intensamente la unidad sudamericana. Opuso a España un frente único continental. Sus caudillos obedecieron no un ideal nacionalista, sino un ideal americanista. Esta actitud correspondía a una necesidad histórica. Además, no podía haber nacionalismo donde no había aún nacionalidades. La revolución no era un movimiento de las poblaciones indígenas. Era un movimiento de las poblaciones criollas, en las cuales los reflejos de la Revolución Francesa había generado un humor revolucionario.

Mas las generaciones siguientes no continuaron por la misma vía. Emancipadas de España, las antiguas colonias quedaron bajo la presión de las necesidades de un trabajo de formación nacional. El ideal americanista, superior a la realidad contingente, fue abandonado. La revoluición de la independencia había sido un gran acto romántico; sus conductores y animadores, hombres de excepción. El idealismo de esa gesta y de esos hombres había podido elevarse a una altura inasequible a gestas y hombres menos románticos. Pleitos absurdos y guerras criminales desgarraron la unidad de la América Ido-española. Acontecía, al mismo tiempo, que unos pueblos se desarrollaban con más seguridad y velocidad que otros. Los más próximos a Europa fueron fucundados por sus inmigraciones. Se beneficiaron de un mayor contacto con la civilización occidental. Los países hispano-americanos empezaron así a diferenciarse.

Presentemente, mientras unas naciones han liquidado sus problemaselementales, otras no han progresado mucho en su solución. Mientras unas naciones han llegado a una regular organización democrática, en otras subsisten hasta ahora densos residuos de feudalidad. El proceso del desarrollo de todas las naciones sigue la misma dirección; pero en unas se cumple más rápidamente que en otras.

Pero lo que separa y aísla a los países hispanoamericanos, no es esta diversidad de horario político. Es la imposibilidad de que entre naciones incompletamente formadas, entre naciones apenas bosquejadas en su mayoría, se concerte y articule un sistema o un conglomerado internacional. En la historia, la comuna precede a la nación. La nación precede a toda sociedad de naciones.

Aparece como una causa específica de dispersión la insignificancia de los vínculos económicos hispano-americanos. Entre estos países no existe casi comercio, no existe casi intercambio. Todos ellos son, más o menos, productores de materias primas y de géneros alimenticios que envían a Europa y Estados Unidos, de donde reciben, en cambio, máquinas, manufacturas, etcétera. Todos tienen una economía parecida, un tráfico análogo. Son países agrícolas. Comercian, por tanto, con países industriales. Entre los pueblos hispanoamericanos no hay cooperación; algunas veces, por el contrario, hay concurrencia. No se necesita, no se complementan, no se buscan unos a otros. Funcionan económicamente como colonias de la industria y la finanza europea y norteamericana.

Por muy escazo crédito que se conceda a la concepción materialista de la historia, no se puede desconocer que las relaciones económicas son el principal agente de la comunicación y la articulación de los pueblos. Puede ser que el hecho económico no sea anterior ni superior al hecho político. Pero, al menos, ambos son consustanciales y solidarios. La historia moderna lo enseña a cada paso. (A la unidad germana se llegó a través del zollverein. El sistema aduanero que canceló los confines entre los Estados alemanes, fue el motor de esa unidad que la derrota, la post-guerra y las maniobras del poincarismo no han conseguido fracturar. Austria-Hungría, no obtante, la heterogeneidad de su contenido étnico, constituía, también, en sus últimos años, un organismo económico. Las naciones que el tratado de paz ha dividido de Austria-Hungría resultan un poco artificiales, malgrado la evidente autonomía de sus raíces étnicas e históricas. Dentro del imperio austro-húngaro la convivencia había concluido por soldarlas económicamente. El tratado de paz les ha dado autonomía política pero no ha podido darles autonomía económica. Esas naciones han tenido que buscar, mediante pactos aduaneros, una restauración parcial de su funcionamiento unitario. Finalmente, la política de cooperación y asistencia internacionales, que se intenta actuar en Europa, nace de la constatación de la interdependencia económicamente de las naciones europeas. No propulsa esa política un abstracto ideal pacifista sino un concreto interés económico. Los problemas de la paz han demostrado la unidad económica de Europa. La unidad moral, la unidad cultural de Europa no son menos evidentes; pero sí menos válidas para inducir a Europa a pacificarse.)

Es cierto que estas jóvenes formaciones nacionales se encuentran desparramadas en un continente inmenso. Pero, la economía es, en nuestro tiempo, más poderosa que el espacio. Sus hilos, sus nervios, suprimen o anulan las distancias. La exigüidad de las comunicaciones y los transportes es, en América indo-española, una consecuencia de la exigüidad de las relaciones económicas. No se tiende un ferrocarril para satisfacer una necesidad del espíritu y de la cultura.

La América española se presenta prácticamente fraccionada, escinda, balcanizada (1). Sin embargo, su unidad no es una utopía, no es una abstracción. Los hombres que hacen la historia hispano-americana no son diversos. Entre el criollo del Perú y el criollo argentino no existe diferencia sensible. El argentino es más optimista, más afirmativo que el peruano, pero uno y otro son irreligiosos y sensuales. hay, entre uno y otro, diferencias de matiz más que de color.

De una comarca de la América española a otra comarca varían las cosas, varía el paisaje; pero no varía el hombre. Y el sujeto de la historia es, ante todo, el hombre. La economía, la política, la religión, son formas de la realidad humana. Su historia es, en su esencia, la historia del hombre.

La identidad del hombre hispano-americano encuentra una expresión en la vida intelectual. Las mismas ideas, los mismos sentimientos circulan por toda la América indo-española. Toda fuerte personalidad intelectual influye en la cultura continental. Sarmiento, Martí, Montalvo, no pertenecen exclusivamente a sus respectivas patrias; pertenecen a Hispano- América. Lo mismo que de stos pensadores se puede decir de Darío, Lugones, Silva, Nervo, Chocano y otros poetas. Rubén Darío está presente en toda la literatura hispanoamericana. Actualmente, el pensamiento de Vasconcelos y de Ingenieros son los maestros de una entera generación de nuestra América. Son dos directores de su mentalidad.

Es absurdo y presuntuoso hablar de una cultura propia y genuinamente americana en germinación, en elaboración. Lo único evidente es que una literatura vigorosa refleja ya la mentalidad y el humor hispano-americanos. Esta literatura - poesía, novela, crítica, sociología, historia, filosofía - no vincula todavía a los pueblos; pero vincula, aunque no sea sino parcial y débilmente, a las categorías intelectuales.

Nuestro tiempo, finalmente, ha creado una comunicación más viva y más extensa: la que ha establecido entre las juventudes hispano-americanas la emoción revolucionaria. Más bien espiritual que intelectual, esta comunicación recuerda la que concertó a la generación de la independencia. Ahora como entonces la emoción revolucionaria da unidad a la América indo-española. Los intereses burgueses son concurrentes o rivales; los intereses de las masas no. Con la Revolución Mexicana, con su suerte, con su ideario, con sus hombres, se sienten solidarios todos los hombres nuevos de América. Los brindis pacatos de la diplomacia no unirán a estos pueblos. Los unirán en el porvenir, los votos históricos de las muchedumbres.