martes, 27 de diciembre de 2011

La liberación nacional y las definiciones socialistas


La fuerza política que utilizó en nuestro país el nombre Socialista para definirse, fue el socialismo amarillo, la tradicional ala izquierda de la oligarquía terrateniente que después de Caseros hizo de un país soberano una colonia. Esa oligarquía vendepatria que tuvo originalmente por lema “no ahorrar sangre de gauchos”, luego con el surgimiento del proletariado tampoco economizó sangre del peón de campo ni de obreros de la industria.
El socialismo cipayo del “maestro” Juan B. Justo, para quien el imperialismo era un invento, contribuyó inicialmente a hacer de esa palabra “socialismo” sinónimo del desprecio a las masas nativas y a toda lucha nacional. Socialista y amarillo fueron durante años sinónimos para nuestro pueblo. Aún hoy, en gremios como los de ferroviarios, socialista equivale a antiperonista.
Las masas sólo pueden valorar una política o ideología por su traducción concreta en la práctica y el socialismo fue no sólo expresión del derrotismo, como lo ha calificado Perón recientemente, sino que más allá constituyó la expresión de una concepción antinacional enmascarada tras un ropaje reformador. Social-imperialismo es su justo nombre.
Las excepciones, que las hubo, fueron sólo eso, y desde que el Movimiento Nacional Peronista existe, encontraron en él su encauzamiento natural, como el precursor Ugarte y los dirigentes sindicales que se sumaron al coronel Perón en 1945.
El “socialismo” de quienes estuvieron durante estos 25 años de lucha por la liberación al lado de la oligarquía o del brazo con Braden es repudiado por el pueblo, en razón de que apoyaron a la Unión Democrática en 1945/6, estuvieron con el “Cristo sí, Perón no” en la acción golpista de 1955, elogiaron la fracción “democrática y liberal” de Isaac Rojas, levantaron como consigna ante la proscripción peronista de 1957 “No vote en blanco, vote en rojo”, …hasta presentar su fórmula propia en las elecciones de marzo de 1973 restándole votos al peronismo, con lo que favorecieron objetivamente los planes de la camarilla militar, al darles la posibilidad de una segunda vuelta, que el pueblo hizo imposible, y hoy pretenden denunciar al plan Trienal como proimperialista.
Sólo cuando para los intereses políticos internacionales es conveniente apoyar las fuerzas de liberación en Iberoamérica, ellos, mitristas, liberales y antiperonistas desde la médula, varían su posición de 30 años. Los pocos meses de forzado giro hacia el peronismo no alcanzan a redimirlos de una trayectoria que se definió a sí misma al calificar el 17 de Octubre de 1945 como una acción provocada por lumpen proletariado y bandas fascistas.
Pero las malandanzas de estas expresiones del colonialismo mental, no pueden alterar el curso de la historia, aunque sí complicarlo y atrasar su avance. Todas las Revoluciones Nacionales de los pueblos de nuestro Tercer Mundo, como la que en la patria encabeza el peronismo, son parte del campo socialista mundial, porque enfrentan al imperialismo, al capitalismo de las burguesías monopolistas de las naciones explotadoras. El peronismo no pudo llamar socialista a su doctrina política en 1945, por el equívoco que provocaría en el pueblo, dado su uso por fuerzas que servían objetivamente al colonialismo. Ello llevó a Perón cuando hubo de darle nombre a escoger el de Justicialismo. A partir de entonces el Movimiento ha sido el canal concreto por donde avanzan políticamente las masas de nuestro proletariado nacional y con ellas marcha toda la historia de nuestra liberación.
El desarrollo de las luchas de nuestra clase obrera peronista en estos últimos 18 años hizo avanzar más aún al Movimiento. El cierre de toda perspectiva de legalidad política luego del golpe militar de 1966 para mejor servir a la orientación económica promonopolista de Krieger Vasena se combinaron con la mayor ofensiva destinada a quebrar la ciase obrera peronista y liquidar la jefatura de Perón. En este intento, no por inconfesable menos real, estuvieron comprometidos el participacionismo y vandorismo. Esta acción del enemigo tanto externa como interna, obligaron a la clase trabajadora peronista, a sus organizaciones y a Perón a la adopción de programas, métodos de acción y definiciones de carácter estratégico que nos encuadran expresamente en un contenido socialista. Para diferenciarnos del socialismo cipayo en plena descomposición, se le dio por parte de Perón el nombre de Socialismo Nacional, bandera con la cual se llevó adelante la última etapa de lucha contra la dictadura militar.
Lo que se consolidó en esa definición era la continuidad de un desarrollo que ya se perfilaba en el peronismo resistente. Los programas de Huerta Grande, La Falda, Movimiento Revolucionario Peronista, 62 de Pie Junto a Perón, CGT de los Argentinos, Agrupaciones, Sindicatos y Regionales del peronismo combativo y la Juventud Peronista hasta el 25 de mayo de 1973, todos tienen un desarrollo que apunta definidamente hacia un socialismo de características nacionales, fruto del avance en conciencia de las masas peronistas.
Pero este largo último año nos ensenó, una vez más, que el curso histórico no discurre siempre en permanente avance revolucionario, apresuradamente, ni en línea recta. El Movimiento ha recuperado el gobierno y con él la posibilidad de conducir la Nación, en un punto muy atrasado en la lucha de liberación. “La reacción interna y su apoyo exterior son muy poderosas”, como ha dicho Perón. La definición de los objetivos inmediatos de la etapa como de Reconstrucción Nacional evidencia cuán lejos estamos aún de una política peronista que pueda definirse como socialista. El Pacto Social y la nueva cuota de sacrificio que se le pide a los trabajadores son una evidencia de lo anterior. Pero hoy es Perón quien pide el sacrificio y dentro de una política nacional que tiende a mejorar gradualmente las condiciones sociales de la clase obrera.
La incomprensión de esta realidad, aunque nos disguste, por encima de las buenas intenciones que se puedan tener, coloca a quienes se equivocan con “los pies fuera del plato”. Y el enemigo de la Liberación es quien puede instrumentar todas las oposiciones a Perón. La clase obrera peronista, y peronista de la única clase de peronismo que conoció y reconoció, el peronismo de Perón, ve entonces en definiciones y consignas políticas “socialistas” una concepción ajena a la suya, que se expresó masiva y fervorosamente en el histórico 12 de junio de 1974, cuando “los obreros de Perón” se concentraron en Plaza de Mayo para ratificar la mutua lealtad soldada el 17 de octubre de 1945.
Hoy nos encontramos con que las fuerzas del antiperonismo de la ultraizquierda tienen todas, como en el pasado, una definición que de nombre es “socialista”. Estas banderas “socialistas” las levanta una pequeña burguesía revolucionaria, aún colonizada tras el velo del marxismo dogmático. También es preciso señalar que fuerzas definidas como peronistas pero que alzan un proyecto y una conducción alternativa de la de Perón, cuestionan el Movimiento y el gobierno popular desde definiciones que de palabra también son “socialistas”.
No habrá alternativas pretendidamente socialistas frente a la política peronista. El peronismo tiene en su seno todo el socialismo posible, al poseer un programa liberador, único eje de la unidad nacional contra el imperialismo, y por sostenerse fundamentalmente en el apoyo que le da nuestra clase obrera. Al margen de la política de la clase obrera peronista y de la Unidad Nacional construida en torno de su eje social, con la conducción de Perón, ¿qué desarrollo político hacia el socialismo es posible?
Con el gobierno popular la clase trabajadora ha conquistado un ancho margen de libertad política, aumentó su gravitación social y en el aparato estatal, aunque sea en muchos casos por intermedio de la burocracia sindical vandorista. Luego del 12 de junio comienza a participar orgánicamente en el control económico. Se va avanzando en ese largo camino histórico que deberá colocar al proletariado nacional como conductor de todo el pueblo. Esa hegemonía, sin la cual no puede hablarse de socialismo, se va construyendo lenta y dificultosamente, pero siempre dentro del cauce histórico en que desarrolla sus luchas la clase obrera peronista.
En estas condiciones, las definiciones socialistas se prestan a interpretaciones equivocas. Si bien durante un lapso comenzó a no haber en el Movimiento Nacional Peronista contraposición entre las dos definiciones, otra vez —como dijimos— se hace antiperonismo en nombre del socialismo.
Este hecho determina que políticamente sean de nuevo divergentes, aunque el peronismo llena realmente en nuestra patria de contenido definido y propio la marcha del mundo hacia el socialismo. Por otra parte, nuestra política peronista de hoy es de Liberación Nacional y no tiene objetivos inmediatos que sean socialistas.
Decir Peronismo es decir Liberación Nacional. Pero el peronismo no se agota en la Liberación Nacional tanto por ser nuestra Revolución Nacional parte del campo de las fuerzas que luchan por el socialismo —el futuro de la humanidad— como por el peso de la clase trabajadora, su base fundamental, en la que ya existe un desarrollo socialista, incipiente y fraccionado, pero no por ello menos real. Ya el peronismo no se agota en los objetivos de Liberación de la Patria, sino que se orienta hacia el Socialismo Nacional.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Al pueblo mexicano


El movimiento revolucionario ha llegado a su periodo culminante y, por lo mismo, es ya hora de que el país sepa la verdad, toda la verdad.
La actual revolución no se ha hecho para satisfacer los intereses de una personalidad, de un grupo o de un partido. La actual revolución reconoce orígenes más hondos y va en pos de fines más altos.
El campesino tenía hambre, padecía miseria, sufría explotación, y si se levantó en armas fue para obtener el pan que la avidez del rico le negaba; para adueñarse de la tierra que el hacendado, egoísticamente guardaba para sí; para reivindicar su dignidad, que el negrero atropellaba inícuamente todos los días. Se lanzó a la revuelta no para conquistar ilusorios derechos políticos que no dan de comer, sino para procurar el pedazo de tierra que ha de proporcionarle alimento y libertad, un hogar dichoso y un porvenir de independencia y engrandecimiento.
Se equivocan lastimosamente los que creen que el establecimiento de un gobierno militar, es decir despótico, será lo que asegure la pacificación del país. Esta sólo podrá obtenerse si se realiza la doble operación de reducir a la impotencia a los elementos del antiguo régimen y de crear intereses nuevos, vinculados estrechamente con la revolución, que le sean solidarios, que peligren si ella peligra y prosperen si aquella se establece y consolida.
La primera labor, la de poner al grupo reaccionario en la imposibilidad de seguir siendo un peligro, se consigue por dos medios diversos: por el castigo ejemplar de los cabecillas, de los directores intelectuales y de los elementos activos de la facción conservadora, y por el ataque dirigido contra los recursos pecuniarios de que aquellos disponen para producir intrigas y provocar revoluciones; es decir: por la confiscación de las propiedades de aquellos políticos que se hayan puesto al frente de la resistencia organizada contra el movimiento popular que, iniciado en 1910, ha tenido su coronamiento en 1914, después de pasar por las horcas caudinas de Ciudad Juárez y por la crisis reaccionaria de La Ciudadela, trágicamente desenlazada por la dictadura huertista.
En apoyo de esta confiscación existe la circunstancia de que la mayor parte, por no decir la totalidad, de los predios que habrá que nacionalizar representan intereses improvisados a la sombra de la dictadura porfirista, con grave lesión de los derechos de una infinidad de indígenas, de pequeños propietarios, de víctimas de toda especie, sacrificadas brutalmente en aras de la ambición de los poderosos.
La segunda labor, o sea, la creación de poderosos intereses afines a la revolución y solidarios con ella, se llevará a felíz término si se restituye a los particulares y a las comunidades indígenas los terrenos de que han sido despojados por los latifundistas, y si este gran acto de justicia se completa, en obsequio de los que nada poseen ni han poseído, con el reparto proporcional de las tierras decomisadas a los cómplices de la dictadura o expropiadas a los propietarios perezosos que no quieren cultivar sus heredades. Así se dará satisfacción al hambre de tierras y al rabioso apetito de libertad que se dejan sentir de un confín a otro de la República, como respuesta formidable al salvajismo de los hacendados, quienes han mantenido en pleno siglo XX, y en el corazón de la libre América, un sistema de explotación que apenas soportarían los más infelices siervos de la edad europea.
El Plan de Ayala, que traduce y encarna los ideales del pueblo campesino da satisfacción a los dos términos del problema, pues a la vez que trata como se merecen a los jurados enemigos del pueblo, reduciéndolos a la impotencia y a la inocuidad por medio de la confiscación, establece en sus artículos 6° y 7° los dos grandes principios de la devolución de las tierras robadas (acto exigido, a la vez, por la justicia y la conveniencia).
Quitar al enemigo los medios de dañar, fue la sabia política de los reformadores del 57, cuando despojaron al clero de sus inmensos caudales, que sólo le servían para fraguar conspiraciones y mantener al país en perpetuo desorden con aquellos levantamientos militares que tan grande parecido tienen con el último cuartelazo, fruto, también, del acuerdo entre militares y reaccionarios.
Y en cuanto a la obra reconstructora de la revolución, o sea, la de crear un núcleo de intereses que sirvan de soporte a la nueva obra, esa fue la tarea de la revolución francesa, no igualada hasta hoy en fecundos resultados, puesto que ella repartió entre millares de humildes campesinos las vastas heredades de los nobles y de los clérigos, hasta conseguir que la multitud de los favorecidos se adhiriese con tal vigor a la obra revolucionaria que ni Napoleón, con todo y su genio, ni los Borbón, con su aristocrática intransigencia, lograron nunca desarraigarla del cuerpo y del alma de la nación francesa.
Es cierto que los ilusos creen que el país va a conformarse (como no se conformó en 1910) con una pantomima electoral de la que surjan hombres en apariencia nuevos, que vayan a ocupar los curules, los escaños de la Corte y el alto solio de la presidencia; pero, los que así juzgan parecen ignorar que el país ha cosechado, en las crisis de los últimos cuatro años, enseñanzas inolvidables, que no le permiten ya perder el camino, y un profundo conocimiento de las causas de su malestar y de los medios de combatirlas.
El país no se dará por satisfecho -podemos estar seguros- con las tímidas reformas candorosamente esbozadas por el licenciado Isidro Fabela, Ministro de Relaciones del gobierno carrancista, que no tiene de revolucionario más que el nombre, puesto que ni comprende ni siente los ideales de la revolución; no se conformará el país con tan sólo la abolición de las tiendas de raya si la explotación y el fraude han de subsistir bajo otras formas; no se satisfará con las libertades municipales, bien problemáticas, cuando falta la base de la independencia económica, y menos podrá halagarlo un mezquino programa de reformas a las leyes sobre impuesto a las tierras, cuando lo que urge es la solución radical del problema relativo al cultivo de éstas.
El país quiere algo más que todas las vaguedades del señor Fabela, patrocinadas por el silencio del señor Carranza, quiere romper de una vez con la época feudal; que es ya un anacronismo; quiere destruir de un tajo las relaciones de señor a siervo y de capataz a esclavo, que son las únicas que imperan en materia de cultivos, desde Tamaulipas hasta Chiapas y de Sonora a Yucatán.
El pueblo de los campos quiere vivir la vida de la civilización, trata de respirar el aire de la libertad económica, que hasta aquí ha desconocido y la que nunca podrá adquirir si deja en pie el tradicional señor de horca y cuchillo, disponiendo a su antojo de las personas de sus jornaleros, extorsionándolos con la norma de los salarios, aniquilándolos con tareas excesivas, embruteciéndolos con la miseria y el mal trato, empequeñeciendo y agotando su raza con la lenta agonía de la servidumbre, con el forzoso marchitamiento de los seres que tienen hambre, de los estómagos y de los cerebros que están vacíos.
Gobierno, militar primero y parlamentario después, reformas en la administración para que quede reorganizada, pureza ideal en el manejo de los fondos públicos; responsabilidades oficiales escrupulosamente exigidas; libertad de imprenta para los que no saben escribir; libertad de votar para los que no conocen a los candidatos; correcta administración de justicia para los que jamás ocuparon a un abogado. Todas estas bellezas democráticas, todas esas grandes palabras con que nuestros abuelos y nuestros padres se deleitaron, han perdido hoy su mágico atractivo y su significación para el pueblo. Este ha visto que con elecciones y sin elecciones, con sufragio efectivo y sin él, con dictadura porfiriana y con democracia maderista, con prensa amordazada y con libertinaje de la prensa, siempre y de todos modos él sigue rumiando sus amarguras, padeciendo sus miserias, devorando sus humillaciones inacabables, y por eso teme, con razón, que los libertadores de hoy vayan a ser iguales a los caudillos de ayer, que en Ciudad Juárez abdicaron de su hermoso radicalismo y en el Palacio Nacional echaron en olvido sus seductoras promesas.
Por eso, la revolución agraria, desconfiando de los caudillos que a sí mismos se disciernen el triunfo, ha adoptado como precaución y como garantía el principio justísimo de que sean todos los jefes revolucionarios del país los que elijan al Primer Magistrado, al presidente interino que debe convocar a elecciones, porque bien sabe que del interinato depende el porvenir de la revolución y, con ella, la suerte de la República.
¿Qué cosa más justa que la de que todos los intereses, los jefes de los grupos combatientes, los representantes revolucionarios del pueblo levantado en armas, concurran a la designación del funcionario en cuyas manos ha de quedar el tabernáculo de las promesas revolucionarias, en ara santa de los anhelos populares? ¿Por qué la imposición de un hombre a quien nadie ha elegido? ¿Por qué el temor de los que a sí mismos se llaman constitucionalistas para sujetarse al voto de la mayoría, para rendir tributo al principio democrático de la libre discusión del candidato por parte de los interesados?
El procedimiento, a más de desleal, es peligroso, porque el pueblo mexicano ha sacudido su indiferencia, ha recobrado su brío y no será él quien permita que a sus espaldas se fragüe la erección de su propio gobierno.
Todavía es tiempo de reflexionar y de evitar el conflicto. Si el jefe de los constitucionalistas se considera con la popularidad necesaria para resistir la prueba de la sujeción al voto de los revolucionarios, que se someta a ella sin vacilar.
Y si los constitucionalistas quieren en verdad al pueblo y conocen sus exigencias, que rindan homenaje a la voluntad soberana aceptando con sinceridad y sin reticencias los tres grandes principios que consigna el Plan de Ayala: expropiación de tierras por causa de utilidad pública, confiscación de bienes a los enemigos del pueblo y restitución de sus terrenos a los individuos y comunidades despojados.
Sin ellos -pueden estar seguros- continuarán las masas agitándose, seguirá la guerra en Morelos, en Guerrero, en Puebla, en Oaxaca, en México, en Tlaxcala, en Michoacán, en Hidalgo, en Guanajuato, en San Luis Potosí, en Tamaulipas, en Durango, en Zacatecas, en Chihuahua, en todas partes en donde haya tierras repartidas o por repartir, y el gran movimiento del sur, apoyado por toda la población campesina de la República, proseguirá como hasta aquí venciendo oposiciones y combatiendo rsistencias, hasta arrancar, al fin, con las manos de sus combatientes los jirones de justicia, los pedazos de tierra que los falsos libertadores se hallan empeñados en negarle.
La revolución agraria, calumniada por la prensa, desconocida por la Europa, comprendida con bastante exactitud por la diplomacia americana y vista con poco interés por las naciones hermanas de sudamérica levanta en alto la bandera de sus ideales para que la vean los engañados, para que la contemplen los egoístas y los perversos que no quieren oir los lamentos del pueblo que sufre, los ayes de las madres que perdieron a sus hijos, los gritos de rabia de los luchadores que no quieren ver, que no verán, destruidos sus anhelos de libertad y su glorioso ensueño de redención para los suyos.

Reforma, Libertad, Justicia y Ley

Campamento revolucionario

Milpa Alta, agosto de 1914

El General en Jefe del Ejército Libertador, Emiliano Zapata.

martes, 20 de diciembre de 2011

EL DESTINO DE UN CONTINENTE (9)

por Manuel Ugarte

CAPÍTULO VIII
LA PRIMACÍA EN EL SUR DEL ATLÁNTICO

LA ATRACCIÓN DE LOS GRANDES PUERTOS. – ERRORES DE LA POLÍTICA ARGENTINA. - DIVERGENCIAS CON EL PARTIDO SOCIALISTA. - PELIGROS Y VENTAJAS DE LA INMIGRACIÓN. – CARACTERÍSTICAS URUGUAYAS. - EL AISLAMIENTO DEL PARAGUAY. - LA DIPLOMACIA DEL BRASIL Y EL DOMINIO DEL MAR.

viernes, 16 de diciembre de 2011

LAS EXPROPIACIONES MEXICANAS DEL PETROLEO

por Leon Trotsky

Un desafío al Partido Laborista británico[1]
23 de abril de 1938
Al director del Daily Herald

Londres
Estimado señor:

En el vocabulario de todas las naciones civilizadas existe la palabra “cinismo”. La defensa que hace el gobierno británico de los intereses de una camarilla de explotadores capitalistas debería introducirse en las enciclopedias como un ejemplo clásico de cinismo descarado. Por lo tanto, no estoy equivocado al decir que la opinión pública mundial espera oír al Partido Laborista británico respecto al escandaloso papel de la diplomacia inglesa sobre la cuestión de expropiación de la Eagle, sociedad anónima petrolera, por el gobierno mexicano.
El aspecto jurídico de la cuestión es claro hasta para un niño. Con el objetivo de explotar la riqueza natural de México, los capitalistas británicos se colocaron bajo la protección y al mismo tiempo bajo el control de las leyes y las autoridades mexicanas. Nadie obligó a los señores capitalistas a hacer esto, ni por medio de la fuerza militar ni con notas diplomáticas. Actuaron voluntaria y conscientemente. Ahora el señor Chamberlain[2] y Lord Halifax desean forzar a la humanidad a creer que los capitalistas británicos se han comprometido a reconocer las leyes mexicanas solo dentro de aquellos límites que ellos consideran necesarios. Además, ocurre incidentalmente que la interpretación totalmente “imparcial” de las leyes mexicanas de Chamberlain-Halifax coinciden exactamente con la interpretación de los capitalistas interesados.
Sin embargo, el gobierno británico no puede negar que sólo el gobierno mexicano y la Corte Suprema del país están capacitados para interpretar las leyes de México. A Lord Halifax, quien tiene una calurosa simpatía por las leyes y cortes de Hitler, las leyes y cortes mexicanas le parecerán injustas. ¿Pero quién le dio al gobierno británico el derecho de controlar la política interna y los procedimientos legales de un estado independiente? Esta pregunta contiene ya parte de la respuesta: el gobierno británico, acostumbrado a mandar a cientos de millones de esclavos y semiesclavos coloniales, está tratando de aplicar esos mismos métodos a México. Habiendo encontrado una resistencia valerosa, instruye a sus abogados para que rápidamente inventen argumentos en los cuales la lógica jurídica es reemplazada por el cinismo imperialista.
El aspecto económico y social del problema es tan claro como su aspecto jurídico. En mi opinión, el Comité Ejecutivo de su partido actuaría correctamente, si crease una comisión especial que estudie la medida en que el capital británico y en general el capital extranjero, han aportado a México y han extraído de él. Tal comisión podría, en un corto período, presentarle al público británico, ¡el balance sorprendente de la explotación imperialista!
Una pequeña camarilla de magnates extranjeros succiona, en todo el sentido de la palabra, la savia vital tanto de México como de otra serie de países atrasados o débiles. Los discursos solemnes acerca de la contribución del capital extranjero a la “civilización”, su ayuda al desarrollo de la economía nacional, y demás, representan el más claro fariseísmo. La cuestión, en realidad, concierne al saqueo de la riqueza natural del país. La naturaleza requirió muchos millones de años para depositar en el subsuelo mexicano oro, plata y petróleo. Los imperialistas extranjeros desean saquear estas riquezas en el menor tiempo posible, haciendo uso de mano de obra barata y de la protección de su diplomacia y su flota.
Visiten cualquier centro de la industria minera: cientos de millones de dólares, extraídos por el capital extranjero de la tierra, no le han dado nada, nada en absoluto a la cultura del país; ni autopistas, ni edificios, ni un buen desarrollo de las ciudades. Aún las instalaciones de las mismas compañías a menudo parecen barracas. Ciertamente, ¿por qué hay que gastar el petróleo mexicano, el oro mexicano, la plata mexicana en las necesidades de un México lejano y extraño cuando, con los beneficios obtenidos, es posible construir palacios, museos, teatros en Londres o en Mónaco? ¡Así son los civilizadores! En lugar de las riquezas históricas, dejan agujeros en la tierra mexicana y enfermedades en sus trabajadores.
Las notas del gobierno británico se refieren a la “ley internacional”. Aún la ironía deja caer las manos impotentes ante este argumento. ¿Sobre qué clase de ley internacional estamos hablando? Evidentemente acerca de la ley que triunfó en Etiopía y que el gobierno británico se prepara ahora a sancionar.
Evidentemente de la misma ley que los aeroplanos y tanques de Mussolini y Hitler están anunciando en España desde hace dos años, con el invariable apoyo del gobierno británico.
Este último sostuvo interminables conversaciones acerca de la evacuación de España de los “voluntarios” extranjeros. La opinión pública, ingenua por largo tiempo, pensó que esto significaba el retiro de los bandidos fascistas extranjeros. Realmente el gobierno británico sólo le pidió a Mussolini una cosa: que retirara sus tropas de España únicamente después de garantizar el triunfo de Franco. En este caso, como en todos los demás, el problema consistía no en defender la “ley internacional” o la “democracia”, sino en salvaguardar los intereses de los capitalistas británicos en la industria minera de España de posibles amenazas por parte de Italia.
En México, el gobierno británico realiza básicamente la misma política que en España, pasivamente con relación a España, activamente con relación a México.
Ahora estamos presenciando los primeros pasos de esta actividad. ¿Cuál será su posterior desarrollo? Todavía nadie lo puede predecir. Chamberlain mismo aún no lo sabe. Una cosa podemos afirmar con seguridad: el posterior desarrollo de los atentados del imperialismo británico contra la independencia de México dependerá, en gran parte, de la conducta de la clase obrera británica. Aquí es imposible evadir el asunto recurriendo a fórmulas indefinidas. Es necesaria una decisión firme para paralizar la mano criminal de la violencia imperialista. Por lo tanto, termino como empecé: ¡la opinión pública mundial espera la voz firme del Partido laborista británico!.

NOTAS

[1] Carta al Daily Herald, periódico del Partido Laborista británico. Publicado en Socialist Appeal el 14 de mayo de 1938. Tomado de la versión publicada en Escritos, Tomo IX, pág. 472, Editorial Pluma.
[2] Primer ministro británico.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Relato


por Augusto C. Sandino

Nicaragua será libre solamente a balazos y a costa de nuestra propia sangre, hemos dicho, y esa bola de canallas políticos que se disputan el látigo del invasor, por su culpa quedarán anulados en un futuro no muy lejano y el pueblo tomará las riendas del Poder Nacional.
El suscrito y su Ejército, son solamente la natural consecuencia de la descabellada y criminal política internacional de Norteamérica en Nicaragua, y aun en detrimento del mismo pueblo yanqui; nosotros hemos sido provocados en nuestros propio país, por lo que no somos responsables en nada.
Creo oportuno manifestar que: nací en un pueblecillo del Departamento de Masaya, el 18 de mayo de 1895; crecí en privaciones hasta de lo más indispensable, y nunca me imaginé asumir, en el nombre del pueblo nicaragüense, la actitud en que nos encontramos; hasta que, en vista de los abusos de Norteamérica en Nicaragua, partí de Tampico, Méx., el 18 de mayo de 1926, -en donde me encontraba prestando mis servicios materiales a la compañía yanqui-, para ingresar al Ejército Constitucionalista de Nicaragua, que combatía contra el régimen impuesto por los banqueros yanquis en nuestra República.
Cuando partí de México a estas privilegiadas tierras, aún ignoraba todavía mi espíritu la terrible y pesada tarea que me esperaba. Los acontecimientos me fueron dando la clave de la actitud que debería asumir como hijo legítimo de Nicaragua y en representación del mismo espíritu de nuestro pueblo, ante la claudicación y cobardía de nuestros directores políticos.
Mi buena fe, mi sencillez de obrero y mi corazón de patriota, recibieron la primera sorpresa política, cuando después de haber librado algunos combates contra los intervencionistas en Las Segovias, me dirigí en solicitud de armas a Puerto Cabezas, donde estaba nuestro Gobierno Constitucional, el del doctor Juan Bautista Sacasa. Hablé con el mencionado doctor, y me dijeron que consultarían mi caso con el general Moncada. Este se negó rotundamente y permanecí en aquel puerto cuarenta días en aplazamientos, pues los ministros de Sacasa estaban llenos de ambiciones presidenciales. Por un tercero supe que estaban tratando de enviar la expedición a Las Segovias, al mando de un general Adrián Espinoza, y que me propondrían que acompañase al mencionado general siempre que yo aceptase hacer propaganda por el candidato que se me indicara. En eso sucedió que el 24 de diciembre de 1926 los piratas norteamericanos obligaron a Sacasa a que los militares y elementos bélicos, salieran de aquel puerto en el término de 24 horas; Sacasa no pudo sacar el armamento y los piratas lo hundieron en el mar. La Guardia de Honor de Sacasa salió desorganizada para Prinzapolka, unos por agua y otros por tierra, quedando Sacasa y sus ministros encerrados en un círculo de casas de campaña del ejército yanqui que lo sitió. Yo salí con seis ayudantes atrás de la Guardia de Sacasa y conmigo iba un grupo de muchachas de amores libres, ayudándonos a sacar hasta la distancia impuesta por los invasores, rifles y parque, que fueron en número de 30 rifles y siete mil cartuchos. La flojera de nuestros directores políticos llegó hasta lo inesperado y fue entonces cuando comprendí que los hijos del pueblo estábamos sin directores y que hacían falta hombres nuevos.
Llegué a Prinzapolka y hablé con Moncada, quien me recibió desdeñosamente, ordenándome entregar las armas a un tal general Eliseo Duarte, por lo que dispuse mi rápido regreso a Las Segovias. Pero sucedió que llegaron los doctores Arturo Vaca y Onofre Sandoval, quienes gestionaron con Moncada que se me dieran los treinta rifles y los siete mil cartuchos que yo mismo había llevado a lo que accedió Moncada despectivamente.
Cuando regresé el 2 de febrero de 1927 a Las Segovias, me encontré con que en esos días los conservadores habían destruido en Chinandega a las fuerzas al mando del general Francisco Parajón y que éste y sus jefes, se habían refugiado en la República de El Salvador.
Los hombres segovianos me esperaban llenos de entusiasmo en la zona de El Chipote y en sus manos puse aquellos treinta rifles y siete mil cartuchos, los que, dos días después, utilizamos en el primer triunfo que tuvimos en San Juan, Segovia. Por consunción, el enemigo abandonó la plaza de Ocotal y fue ocupada por nosotros. Allí me encontró el general Camilo López Irías, quien estaba empeñado en reunir las fuerzas dispersas que abandonó el general Parajón en Chinandega.
Convinimos con López Irías que él pasaría a ocupar Estelí, que también estaba abandonado por el enemigo, y que yo con mi gente tomaríamos a balazos la plaza de Jinotega.
En Ocotal dejamos fuerzas militares y autoridades civiles.
López Irías logró acrecentar rápidamente su columna y pocos días después, en el lugar denominado "Chagüitillo" sorprendió al enemigo, quitándole un valioso tren de guerra, que duró poco en su poder por habérselo vuelto a arrebatar el enemigo, con creces, al extremo de que lo desorganizó y lo hizo huir a Honduras.
El enemigo ocupaba las plazas de Estelí y Jinotega y no había columnas organizadas del liberalismo ni en Occidente ni en los departamentos del Norte, a excepción de mi columna segoviana que se encontraba impertérrita en San Rafael del Norte; no obstante que un tal general Carlos Vargas, perteneciente a la columna de López Irías, me aconsejaba huir de aquellos lugares porque estábamos rodeados del enemigo. Vargas venía derrotado y acobardado junto con su jefe aún cuando había visto el heroísmo con que combatieron mis muchachos de una caballería que mandé en su protección, quienes derrotaron al enemigo por su flanco y le arrebataron provisiones y parque.
El enemigo se vio libre en todo el interior y acumuló gran parte de sus fuerzas sobre de las nuestras que venían del Atlántico, al mando de los generales Luis Beltrán Sandoval, José María Moncada y otros jefes constitucionalistas.
Aquellos días eran de desesperación para el Ejército Liberal; me escribió Moncada, pero firmó Luis Beltrán Sandoval, desde "Tierra Azul", ordenándome reconcentrarme con las fuerzas a mi mando, al lugar en que ellos se encontraban, porque de lo contrario me harían responsable del fracaso del Ejército Liberal. (Esta famosa nota se encuentra en mi poder y en aquellos días era secretario de Moncada, el general Heberto Correa, quien puede saber algo a este respecto).
Por mi parte hubiera volado para salvar a Moncada y sus hombres de la desesperación en que se encontraban, pero mi columna era relativamente pequeña y peleábamos casi a diario. Sin embargo, mandé 150 hombres chipoteños al mando de los coroneles Simón Cantarero y Pompilio Reyes, quienes iban desarmados, custodiados por 8 rifles mal equipados y con instrucciones de ponerse a las órdenes del general Moncada y de esperar mi llegada a reunirme con ellos. La fuerza salió y en la misma noche marchó de Yucapuca, a la toma de Jinotega, y a las cinco de la mañana teníamos rodeada aquella plaza, que con la blancura de sus paredes envueltas todas en una sábana de neblina blanca y con sus lucecillas pálidas que recibían los primeros rayos de la luz del día, nos detuvo por un instante la dulce calma en que dormía; pocos minutos más tarde se entabló el sangriento combate que terminó a las cinco de la tarde con el triunfo de nuestras armas libertadoras, avanzándole al enemigo todo el elemento de guerra de que disponía en aquella plaza.
El ejército enemigo había llegado a sentir terror por nuestra columna, pues las mesetas del "Yucapuca" y del "Saraguasca", estaban sembradas de cadáveres habidos en los combates anteriores.
Nuestra columna segoviana la integraban ahora 800 hombres de caballería muy bien equipados y nuestro pabellón rojo y negro, majestuoso, se levantaba en aquellas agrestes y frías colinas.
Los 150 hombres fueron quienes salvaron el tren de guerra de Moncada, que estuvo a punto de caer en poder del enemigo. Mientras tanto el general López Irías desapareció totalmente de Las Segovias, y en esos mismos días supimos que el general Parajón trataba de reorganizarse en Occidente; inmediatamente mandamos una nota desde Jinotega al mencionado general, invitándole a que pasara con su gente a Jinotega, para que juntos cooperáramos a la salvación de Moncada.
Mi carta llegó al poder de Parajón y en la primer quincena de abril de aquel año de 1927, llegó con sus fuerzas a Jinotega, lugar en que le recibimos con marchas triunfales, y por la noche dimos un concierto en su honor, en el parque de aquella ciudad.
El día siguiente, dejamos a Parajón en posesión de la plaza de Jinotega, marché con mis 800 hombres de caballería, a libertar a Moncada, quien había abandonado hasta los cañones, dado el empuje abrumador del enemigo.
En el recorrido que hicimos de Jinotega a "Las Mercedes", lugar en que hallamos a Moncada, tuvimos dos ligeros encuentros en San Ramón y Samulalí.
En Jinotega se reunieron después de mi partida, los generales Parajón, Castro Wassmer y López Irías, formando una sola columna con la que me seguían de cerca.
Una tarde de la última quincena de abril, llegamos a "El Bejuco", en donde hizo alto la cabeza de nuestra caballería pues encontrábamos señales positivas de que el enemigo estaba a corta distancia.
Efectivamente, teníamos al enemigo al frente y toda nuestra caballería tomó posiciones; al instante ordené al coronel Porfirio Sánchez H., que con 50 hombres de caballería descubriera al enemigo; al mismo tiempo manifesté a los generales Parajón, Castro Wassmer y López Irías, la conveniencia de que sus fuerzas se tendieran en línea de fuego, lo que hicieron al instante.
Diez minutos después se trabó entre nuestra caballería y el enemigo un ruidoso combate en el que participaron gran cantidad de ametralladoras del enemigo. Acto continuo, ordené al coronel Ignacio Talavera, jefe de la primera compañía de nuestra caballería, que con las fuerzas a su mando protegiera al coronel Porfirio Sánchez H. Esperé la llegada de los generales Parajón, Castro Wassmer y López Irías, quienes llegaron a mi presencia solamente con sus ayudantes. Hice sentir a ellos mi opinión, a la vez que mi propósito de ir en persona con mis 150 muchachos. Los generales mencionados quedaron en el lugar que me encontraron y yo marché.
A poca distancia de haber caminado entre montañuelas, me encontré con mi gente llena de entusiasmo, por haber capturado el cuartel general del enemigo que afligía a Moncada. Avanzamos al Hospital de Sangre y encontramos muchos heridos, quienes nos informaron que los jefes de aquella fuerza enemiga, eran los generales conservadores, a saber: Bartolomé Víquez, Marcos Potozme, Carlos Chamorro Chamorro, Benavente, Baquedano, Alfredo Noguera Gómez y otros que no recuerdo por el momento. Avanzamos un valioso botín de guerra, consistente en varios miles de rifles y muchos millones de cartuchos. La fuerza de Castro Wassmer, aprovechó para acabarse de equipar hasta por demás.
La noche entró; al amanecer descubrimos unas banderitas rojas que flameaban en el picacho de un cerro y con cien hombres fui a descubrirlas de cerca, pero antes de llegar nos encontramos con tres hombres pertenecientes a las fuerzas de Moncada, quienes nos acompañaron a la casa-hacienda donde se encontraba el mencionado Moncada.
Las fuerzas costeñas, entusiasmadas vivaban a Sandino y a su columna. Cuando llegué al campamento, ya estaba Castro Wassmer y Moncada sentados en una hamaca, pero un soldado se anticipó a decirme que Castro Wassmer decía a Moncada lo mucho que le costó hacer llegar a aquel lugar a Parajón, López, Irías y Sandino.
Efectivamente encontré a los dos hombres en la hamaca y Moncada se levantó con sonrisa irónica tendiéndome el brazo sobre las espaldas.
Moncada hizo leer una orden del día, prohibiendo el traspaso de soldados de una columna a otra, en prevención a que gran parte del ejército constitucionalista ahora reunido, quería pertenecer a mi columna segoviana.
Despechadamente, Moncada me ordenó ocupar la plaza de Boaco, manifestándome que fuerzas de su mando ocupaban aquella plaza, lo que era falso; y su única intención fue la de que fuese asesinado por las fuerzas al mando del coronel José Campos, a quien Moncada tenía sobre el camino que por la noche yo pasaría. Después que me comuniqué con el mencionado coronel, me manifestó que Moncada no le dijo nada de mi pasada por aquel lugar y que a eso se debió que la noche anterior me hubiera emplazado las ametralladoras, tal como lo hizo, porque creyó que se trataba del enemigo.
Cuando llegué a las orillas de Boaco, donde creí encontrar fuerzas de Moncada, el enemigo nos rechazó a balazos y me vi obligado a ocupar posiciones, desde donde mandé correo expresándole a Moncada que: en Boaco estaba reunidas todas las fuerzas conservadoras que derrotamos en "Las Mercedes" y que diera sus órdenes, porque no era cierto que fuerzas de su mando ocupaban aquella plaza.
El correo regresó manifestándome que Moncada había desocupado totalmente "Las Mercedes", y marchado para Boaquito. Me regresé con mi gente y lo seguí hasta alcanzarlo, y entonces fue que el coronel José Campos me contó lo que atrás dejé referido.
En Boaquito me ordenó Moncada que ocupara con mi fuerza el cerro "El Común". Allí permanecí hasta el día que Moncada ahorcó al liberalismo nicaragüense en "El Espino Negro" de Tipitapa.
Todo lo acontecido de aquella fecha al presente ya lo hemos dicho y el público observador ha logrado aquilatar nuestra actitud.
Digo que cuando partí de México, para Nicaragua, en mayo de 1926, lo hice bajo la confianza que el liberalismo nicaragüense luchaba por la restauración de nuestra Independencia Nacional, seriamente amenazada por los ilegales Tratados Bryan-Chamorro, hijos de la criminal política internacional de Norteamérica.
Sin embargo, ya en el teatro de los acontecimientos, nos encontramos con que los dirigentes políticos conservadores y liberales nicaragüenses, son una bola de canallas, cobardes y traidores, incapaces de poder dirigir a un pueblo tan patriota y tan valeroso como el nuestro, digno de mejor suerte, quien, con su actitud patriótica está dando ejemplos de dignidad y moral a los demás pueblos del Continente en donde sus directores están en condiciones análogas a los fracasados nuestros. Nosotros hemos sido abandonados por nuestros directores políticos, quienes se han aliado con los invasores, pero entre nosotros mismos los obreros y campesinos, hemos improvisado a nuestros jefes.
Todavía en estos días de tanta luz y ejemplo para nuestro pueblo, los fracasados políticos siguen disputándose el látigo del invasor siendo lo más irrisorio del caso, que están peleando como perros y gatos dentro de un costal, por alcanzar una presidencia, a base de supervigilancia extraña, que nosotros no se la permitiremos.
Los despechados dicen que Sandino y su ejército son "BANDIDOS", lo que quiere decir, que antes de dos años Nicaragua, toda estará convertida en un país de "BANDIDOS", supuesto que antes de ese tiempo nuestro ejército habrá tomado las riendas del Poder Nacional, para mejor suerte de Nicaragua, en donde ya no tendrán lugar de vivir (SALVO QUE BAJO SIETE CUARTAS DE TIERRA) los patriotas de la clase de Adolfo Díaz, Chamorro, Moncada, Cuadra Pasos y otros.
Nuestro ejército de obreros y campesinos anhela fraternizarse con los estudiantes, porque comprendemos que de nuestro ejército y ellos sacaremos hombres, quienes, con nuevas orientaciones harán de nuestro suelo una Patria luz, que será benéfica hasta para nuestros hombres de política pasada, quienes si rectifican sus errores, podrán merecer nuestros respetos; a excepción de los de la clase mencionada en el párrafo anterior, por haber matado con sus ambiciones materiales el vínculo de nacionalidad que les asistió.
Nicaragua será libre solamente a balazos y a costa de nuestra propia sangre.



Cuartel General del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua, Las Segovias, Nic, C. A., agosto 4 de 1932.
PATRIA Y LIBERTAD.

martes, 6 de diciembre de 2011

¿AZUL O CELESTE?


por José María Rosa

Es vieja la discusión sobre el exacto matiz del azul de nuestra bandera. Sucesivamente ha sido azul-celeste, azul-turquí, nuevamente azul-celeste y ahora predomina el celeste diluido. Tampoco es clara la prueba documental, pues azul, celeste y azul-celeste son usados como sinónimos por Belgrano, el Primer Triunvirato, la Asamblea del XIII y el Congreso de Tucumán. Ateniéndonos al pie de la letra, el Congreso sancionó la ley de banderas el 25 de enero de 1818 estableciendo que “los dos colores” blanco y azul en el modo y la forma hasta ahora acostumbrados”, formarían la insignia nacional.
El color azul, no el celeste, es el usado en heráldica; es el color del espectro solar, mientras el celeste es un sernicolor. El azul admite distintas gradaciones que van del azul oscuro o “azul del mar” también llamado turquí, al azul claro o “azul del cielo”, que no debe confundirse con el celeste diluido que, vuelvo a decir; no es un color sino un semicolor, un tono.
La bandera, creada en Rosario el 27 de febrero de 1812 por Belgrano inspirada en la escarapela azul-celeste del Triunvirato.
Debió ser del color que señala la heráldica. Ni azul-turquí, ni celeste claro: “azul-celeste”, que es el que conocemos generalmente por azul.
De ambos colores de nuestra bandera,, el principal o “jefe” es el blanco, situado en el centro del pabellón, y junto al asta en la bandera de los Andes de San Martín. El blanco o argentino simboliza en heráldica la “plata”, y era lógico que distinguiera a los “argentinos”. Cintas blancas, exclusivamente blancas como hoy se ha probado, distinguieron a los patriotas el 22 de mayo: algunos dicen que en señal de paz, pero creo que fue por su condición de nativos que usaron el color argentino. El azul llegaría después, lucido en la solapa junto al blanco por los integrantes del cuerpo de Patricios; como los de otros regimientos emplearon encarnado y blanco, o los tres colores y hasta un ramito de olivo en el sombrero. Algunos suponen que el azul-celeste de los patricios fue tomado de la Orden de Carlos III, otros, de la inmaculada Concepción. Presumo que ambos colores (el blanco y el azul) fueron sacados del escudo de la ciudad de Buenos Aires, cuyos colores eran precisamente blanco y azul.

Origen del celeste y blanco

La bandera blanca y azul, establecida definitivamente en 1818 en sus tres franjas horizontales, flameó desde entonces en el Fuerte de Buenos Aires, y combatió en la primera guerra contra Brasil.
Artigas había erigido en 1813 otra bandera de tres franjas horizontales azules y blanca, pero le añadió en diagonal un trozo punzó en señal de federalismo. Esta bandera fue adoptada, también por Entre Ríos y Corrientes. No obstante ser la triunfadora en la jornada de Cepeda el 1º de febrero de 1820, no desplazó a la blanca y azul; pero desde entonces el color punzó o colorado sería usado como escarapela o divisa partidaria por los federales, mientras los unitarios emplearon una divisa de color celeste: “celeste diluido”, no azul-celeste como la escarapela nacional.
Al preparar Lavalle en Martín García el ejército llamado “Libertador”, recibió como obsequio una bandera celeste y blanca, ‘ que usó en sus campañas y cayó en Famaillá en poder de sus vencedores. Era un distintivo partidario y no una bandera nacional, como lo dice Miguel Otero en sus Memorias: “ni siquiera enarbolaron (los libertadores) el pabellón nacional azul y blanco, sino el estandarte de la rebelión y la anarquía celeste y blanco para que fuese más ominosa su invasión en alianza con el enemigo” (ed. 1946, pág. 165).
Como el color de la bandera nacional se diluyera por la intemperie semejándose al celeste del enemigo, Rosas o sus partidarios, sin modificar la ley, empezaron después de 1840 a cargar las tintas del azul haciéndolo de color más subido hasta exagerar en azul-turquí o aún en un tono casi negro. Blanca y azul-turquí fue la bandera de la Vuelta de Obligado en 1845, que recibió en 1849 el homenaje de los cañones ingleses por el tratado Southern y en 1850 el desagravio triunfal de la escuadra francesa.
(Entre paréntesis: la bandera que flameó en el Fuerte durante la época de Rosas habrá exagerado el tono de su azul, pero no tuvo el aditamento de gorros frigios colorados como suponen algunos después de ver el pabellón de un barco mercante que existe en el Museo Histórico de Buenos Aires.)
Producida la caída de Rosas el tono de la bandera volvió al azul “del cielo”, aunque muchos regimientos variaban la gradación del color: más oscuro en los estandartes de la Confederación, más claros en los de Buenos Aires; pero siempre azul y no celeste.
Blancas y azules fueron las banderas argentinas en la guerra del Paraguay, como puede verse en los museos de Buenos Aires y Montevideo.
Fue Sarmiento el introductor del celeste unitario en vez del azul de la bandera nacional. En su Oración a la Bandera de 1870, después de denigrar a la “blanca y negra” de la Vuelta de Obligado caída gloriosamente en lucha contra fuerzas superiores, dice aquello que bien pudo ahorrarse: “la bandera blanca y celeste ¡Dios sea loado! no fue atada jamás al carro triunfal de ningún vencedor de la tierra”. A la bandera de Sarmiento, “los vencedores de la tierra” no la ataron jamás a su carro triunfal, porque se ató sola. Tampoco la reconocerían por vencedora con el saludo de 21 cañonazos sin contestación.
Mitre, no obstante no haberla usado durante su presidencia, se agregó entusiasmado a los partidarios del color celeste. En 1878 se publicaban las Memorias del general Espejo donde el viejo compañero de San Martín recordaba como fue originariamente azul el color de la bandera de los Andes conservada desteñida en Mendoza. Mitre lo atribuyó a una disminuida memoria del veterano y trajo en apoyo del celeste dos pruebas que creyeron decisivas: una nota de Belgrano comunicando al Triunvirato la erección de una bandera “blanca y celeste de los colores de la escarapela”, en febrero de 1812 junto al Paraná, y un óleo de San Martín confeccionado en Bruselas en 1828 en el cual el Libertador aparece envuelto en una bandera celeste y blanca. Objetó ambas pruebas Mariano Pelliza, pues Belgrano – decía – en su nota empleaba celeste como sinónimo de azul-celeste pues así era la escarapela sancionada por el Triunvirato; y azul-celeste no era el semicolor diluido de los unitarios que Sarmiento y Mitre pretendían imponer. En cuanto al óleo de San Martín, bien podía haberse perjudicado por el transcurso del tiempo o ser la fantasía de un artista. Finalmente sostuvo Pelliza que el término “azul”, empleado en definitiva, por el Congreso de 1818 y el Director Pueyredón, no admitía tergiversaciones. Su opinión pareció definitiva.
Desde entonces se ha usado indistintamente el azul y el celeste. En 1908, a pedido de la Comisión del Centenario y ante la anarquía existente se estableció el color azul de la ley 1818 para la confección de banderas. Sin embargo, siguió empleándose el celeste y alguno vez se lo tuvo – invocándose a Sarmiento y a Mitre más que a Belgrano y a Pueyrredón – por el color nacional.


Capitulo cuarto de El Revisionismo Responde

viernes, 2 de diciembre de 2011

La relación Iglesia - Estado

por Jorge Abelardo Ramos

La siguiente nota fue publicada en la revista Políticón, de efímera vida, en agosto de 1986. Dirigida por Oskar Blotta, aparecieron dos o tres números de esta revista humorística en la que Jorge Abelardo Ramos y María Julia Alzogaray escribían sobre un mismo tema, propuesto por el editor.



Más bien debería hablarse de las malas relaciones del Estado con la Iglesia Católica. Resulta realmente picante que el gobierno, desvelado por su manía perfeccionista de llevar sus vínculos con el Occidente luterano, y en general con el mundo externo, al nivel de un romance inextinguible, valore tan poco la delicada naturaleza de sus vínculos con la Iglesia argentina y con los católicos.

Estos “progresistas” en el gobierno, aturdidos todavía con un poder que no habían soñado alcanzar jamás, se han vuelto librepensadores decimonónicos. Dicho sea al pasar, el Occidente luterano hace poco caso de las cabriolas y banquetes del ilustre Caputo. Reagan abofetea a la Argentina y vende trigo a bajo precio a los rusos cuando le conviene. A las grandes potencias se les antoja algo ridícula la seudodiplomacia de los países que pretenden ser occidentales y no lo son.

No pasa un solo día, sin embargo, que por casi todas las radios (en poder del gobierno) y en las revistas ilustrdas, aunque sin la menor ilustración, todo género de personajes, y aún de insectos de un nivel cultural equivalente a su especie, no se haga un escarnio de la Iglesia. Pero no se trata, en realidad, de una cuestión de índole religiosa, ni de que un viejo pecador como yo pretenda pasar como beato. Por cierto que los pastores protestantes, los archimandritas, los rabinos, los Testigos de Jehová y los mormones se sienten bien a gusto con el alfonsinismo en el gobierno. De todo lo cual debe inferirse que no hay teologías en discusión, sino más bien una ofensiva indeclarada contra los católicos y su Iglesia. Esta ofensiva cuenta con la “neutralidad benévola” del Estado, a cargo de un gobierno extasiado por una Constitución que establece el sostén del culto católico. Misteriosa contradicción.

He dicho más de una vez que, en América Latina, el indigenismo indicativamente esgrimido por blancos puros de religión protestante esconde, allá en el fondo, la acción político-étnica del imperialismo. Este último se propone fragmentar más todavía la Nación-continente. De la misma manera, los amargos y hasta soeces ataques a la Iglesia que suelen verse en las tapas de las revistas porno-progresistas de Buenos Aires, no suponen un diálogo herético con Dios o el soliloquio de un metafísico, sino la manifestación vulgar de una política extranjera contra la Nación. Esto debe explicarse en el sentido de que la fe católica es profesada por la mayoría de los argentinos y latinoamericanos y es, de algún modo, como la coránica en Medio Oriente, un peculiar escudo de nuestra nacionalidad ante aquellos que quieren dominarnos o dividirnos.

En los pueblos marginados del “estilo de vida occidental” y que, como nosotros, padecen un “estilo de vida accidental”, la religión ejerce un doble papel: el teológico que le es propio y el de ideología nacional defensiva contra el dominador extranjero.

La campaña contra la fe católica, sus símbolos, sus hombres y sus instituciones es tanto secreta como pública. Secreta, en cuanto a la silenciosa poda de los subsidios tradicionalmente otorgados a las escuelas privadas dirigidas por sacerdotes católicos. Y pública, a través de todo género de lenguaraces que han tomado la radio o la televisión por asalto en nombre de la “participación democrática”. Esto debería traducirse en un franco enfrentamiento entre la “progresía” y la “feligresía”. Pero no es tal. La respuesta de los sectores nacionales y, en este caso, de la Iglesia, por dichos medios es medida por un gotero por estos “profesionales de la libertad”.

Si se toma como ejemplo el tema del divorcio, otra muestra de la inventiva inagotable del alfonsinismo, se verá que la truculencia periodística contra la Iglesia tiene pocos precedentes en la Argentina.

¿Cuál es la actitud del gobierno? Adopta el aire pampeano de dejar pasar el tiempo. Se lava las manos como si nada le concerniese. Son sus diputados y senadores de liviano equipaje intelectual los encargados de conducir el tema, seguidos al trote por los peronistas liberales, que con legión y por raleados demócratas cristianos, porco cristianos y dudosos demócratas, aunque alfonsinistas devotos. Cabe imaginar qué diría Irigoyen de sus herederos y Perón de los suyos.

Pero lo que resulta digna de ser señalada es la actitud de la “gran prensa”, cuya unción en otra época arrancaba lágrimas. Eran los tiempos en que el régimen oligárquico, la Iglesia y la “prensa seria” discurrían armoniosamente en el “status quo”. Después de Juan XXIII y de Pablo VI, después de Medellín y de Puebla, cuando la Iglesia descubre América por segunda vez y admite que la liberación del Nuevo Mundo recae en las manos del gran pueblo latinoamericano, la oligarquía tanto como la gran prensa se distancian de la cristiandad. La miran con sospecha, como los coroneles-terratenientes a los Obispos del Brasil. Y es justamente ahora que el Sr. Alfonsín y sus jóvenes ligeros de lengua, ebrios de poder, someten a la Iglesia a burla universal.

Es que el Estado Nacional aguarda su nacionalización. Así como destrata a las Fuerzas Armadas, a las que simula atribuir la responsabilidad común de los excesos en la represión, del mismo modo que condena a los Comandantes que ocuparon las Malvinas y absuelve al General que las rindió, así como trata a la Señora Thatcher con la punta de una pluma, el régimen gobernante dedica a la Iglesia una hostilidad infatigable.

Cabe preguntarse ante estos políticos profesionales la cantidad de cordura que inspira tales actos. Por si nada faltara, el odio indisimulado del gobierno hacia los obreros y sus organizaciones completa la constelación de sus adversarios. En un mundo tormentoso y con un pueblo atormentado en su torno, el gobierno mal lleva sus relaciones con la Iglesia. Enfrentarse a la vez con los obreros, la Iglesia y las Fuerzas Armadas parece demasiado, aún para la frivolidad e incompetencia del gobierno y su fecunda producción de golpes de efecto. Cree saber la orientación exacta de la brisa. Por esa ilusión, supone más valiosa para su perduración en el poder la palabra de un banquero norteamericano que la palabra del Sermón de la Montaña. Es un error, que anotamos con piedad.

martes, 22 de noviembre de 2011

HOMENAJE AL 12 DE OCTUBRE.


por Juan Domingo Perón.

No me consideraría con derecho a levantar mi voz en el solemne día que se festeja la gloria de España, si mis palabras tuvieran que ser tan sólo halago de circunstancias o simple ropaje que vistiera una conveniencia ocasional. Me veo impulsado a expresar mis sentimientos porque tengo la firme convicción de que las corrientes de egoísmo y las encrucijadas de odio que parecen disputarse la hegemonía del orbe, serán sobrepasadas por el triunfo del espíritu que ha sido capaz de dar vida cristiana y sabor de eternidad al nuevo Mundo.
No me atrevería a llevar mi voz a los pueblos que, junto con el nuestro, formamos la Comunidad Hispánica , para realizar tan sólo una conmemoración protocolar del Día de la Raza. Únicamente puede justificarse el que rompa mi silencio, la exaltación de nuestro espíritu ante la contemplación reflexiva de la influencia que, para sacar al mundo del caos que se debate, puede ejercer el tesoro espiritual que encierra la titánica obra cervantina, suma y compendio apasionado y brillante del inmortal genio de España.

Espíritu contra utilitarismo

Al impulso ciego de la fuerza, al impulso frío del dinero, la Argentina , coheredera de la espiritualidad hispánica, opone la supremacía vivificante del espíritu.
En medio de un mundo en crisis y de una humanidad que vive acongojada por las consecuencias de la última tragedia e inquieta por la hecatombe que presiente; en medio de la confusión de las pasiones que restallan sobre las conciencias, la Argentina , la isla de paz, deliberada y voluntariamente, se hace presente en este día para rendir cumplido homenaje al hombre cuya figura y obra constituyen la expresión más acabada del genio y la grandeza de la raza.
Y a través de la figura y de la obra de Cervantes va el homenaje argentino a la Patria Madre , fecunda, civilizadora, eterna, y a todos los pueblos que han salido de su maternal regazo.
Por eso estamos aquí, en esta ceremonia que tiene la jerarquía de símbolo. Porque recordar a Cervantes es reverenciar a la madre España; es sentirse más unidos que nunca a los demás pueblos que descienden legítimamente de tan noble tronco; es afirmar la existencia de una comunidad cultural hispanoamericana de la que somos parte y de una continuidad histórica que tiene en la raza su expresión objetiva más digna, y en el Quijote la manifestación viva y perenne de sus ideales, de sus virtudes y de su cultura; es expresar el convencimiento de que el alto espíritu señoril y cristiano que inspira la Hispanidad iluminará al mundo cuando se disipen las nieblas de los odios y de los egoísmos. Por eso rendimos aquí el doble homenaje a Cervantes y a la Raza.
Homenaje, en primer lugar, al grande hombre que legó a la humanidad una obra inmortal, la más perfecta que en su género haya sido escrita, código del honor y breviario del caballero, pozo de sabiduría y, por los siglos, de los siglos, espejo y paradigma de su raza.
Destino maravilloso el de Cervantes que, al escribir el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha , descubre en el mundo nuevo de su novela, con el gran fondo de la naturaleza filosófica, el encuentro cortés y la unión entrañable de un idealismo que no acaba y de un realismo que se sustenta en la tierra. Y además caridad y amor a la justicia, que entraron en el corazón mismo de América; y son ya los siglos los que muestra, en el laberinto dramático que es esta hora del mundo, que siempre triunfa aquella concepción clara del riesgo por el bien y la ventura de todo afán justiciero. El saber “jugarse entero” de nuestros gauchos es la empresa que ostentan orgullosamente los “quijotes de nuestras pampas”.
En segundo lugar, sea nuestro homenaje a la raza a que pertenecemos.

La raza: superación de nuestro destino

Para nosotros, la raza no es un concepto biológico. Para nosotros es algo puramente espiritual. Constituye una suma de imponderables que hace que nosotros seamos lo que somos y nos impulsa a ser lo que debemos ser, por nuestro origen y nuestro destino. Ella es lo que nos aparta de caer en el remedo de otras comunidades cuyas esencias son extrañas a la nuestra, pero a las que con cristiana caridad aspiramos a comprender y respetamos. Para nosotros, la raza constituye nuestro sello personal, indefinible e inconfundible.
Para nosotros los latinos, la raza es un estilo. Un estilo de vida que nos enseña a saber vivir practicando el bien y a saber morir con dignidad.
Nuestro homenaje a la madre España constituye también una adhesión a la cultura occidental.
Porque España aportó al occidente la más valiosa de las contribuciones: el descubrimiento y la colonización de un nuevo mundo ganado para la causa de la cultura occidental.
Su obra civilizadora cumplida en tierras de América no tiene parangón en la Historia. Es única en el mundo. Constituye su más calificado blasón y es la mejor ejecutoria de la raza, porque toda la obra civilizadora es un rosario de heroísmos, de sacrificios y de ejemplares renunciamientos.
Su empresa tuvo el sino de una auténtica misión. Ella no vino a las Indias ávida de ganancias y dispuesta a volver la espalda y marcharse una vez exprimido y saboreado el fruto. Llegaba para que fuera cumplida y hermosa realidad el mandato póstumo de la Reina Isabel de “atraer a los pueblos de Indias y convertirlos al servicio de Dios”. Traía para ello la buena nueva de la verdad revelada, expresada en el idioma más hermoso de la tierra. Venía para que esos pueblos se organizaran bajo el imperio del derecho y vivieran pacíficamente. No aspiraban a destruir al indio sino a ganarlo para la fe y dignificarlo como ser humano...
Era un puñado de héroes, de soñadores desbordantes de fe. Venían a enfrentar a lo desconocido; ni el desierto, ni la selva con sus mil especies donde la muerte aguardaba el paso del conquistador en el escenario de una tierra inmensa, misteriosa, ignorada y hostil.
Nada los detuvo en su empresa; ni la sed, ni el hambre, ni las epidemias que asolaban sus huestes; ni el desierto con su monótono desamparo, ni la montaña que les cerraba el paso, ni la selva con sus mil especies de oscuras y desconocidas muertes. A todo se sobrepusieron. Y es ahí, precisamente, en los momentos más difíciles, en los que se los ve más grandes, más serenamente dueños de sí mismos, más conscientes de su destino, porque en ellos parecía haberse hecho alma y figura la verdad irrefutable de que “es el fuerte el que crea los acontecimientos y el débil el que sufre la suerte que le impone el destino”. Pero en los conquistadores pareciera que el destino era trazado por el impulso de su férrea voluntad.

América: empresa de héroes

Como no podía ocurrir de otra manera, su empresa fue desprestigiada por sus enemigos, y su epopeya objeto de escarnio, pasto de la intriga y blanco de la calumnia, juzgándose con criterio de mercaderes lo que había sido una empresa de héroes. Todas las armas fueron probadas: se recurrió a la mentira, se tergiversó cuanto se había hecho, se tejió en torno suyo una leyenda plagada de infundios y se la propaló a los cuatro vientos.
Y todo, con un propósito avieso. Porque la difusión de la leyenda negra, que ha pulverizado la crítica histórica serie y desapasionado, interesaba doblemente a los aprovechados detractores. Por una parte, les servía para echar un baldón a la cultura heredada por la comunidad de los pueblos hermanos que constituimos Hispanoamérica.
Por la otra procuraba fomentar así, en nosotros, una inferioridad espiritual propicia a sus fines imperialistas, cuyas asalariados y encumbradísimos voceros repetían, por encargo, el ominoso estribillo cuya remunerada difusión corría por cuenta de los llamados órganos de información nacional. Este estribillo ha sido el de nuestra incapacidad para manejar nuestra economía e intereses, y la conveniencia de que nos dirigieran administradores de otra cultura y de otra raza. Doble agravio se nos infería; aparte de ser una mentira, era una indignidad y una ofensa a nuestro decoro de pueblos soberanos y libres.
España, nuevo Prometeo, fue así amarrada durante siglos a la roca de la Historia. Pero lo que no se pudo hacer fue silenciar su obra, ni disminuir la magnitud de su empresa que ha quedado como magnífico aporte a la cultura occidental.
Allí están, como prueba fehaciente, las cúpulas de las iglesias asomando en las ciudades fundada por ella; allí sus leyes de Indias, modelo de ecuanimidad, sabiduría y justicia; sus universidades; su preocupación por la cultura, porque “conviene –según se lee en la Nueva Recopilación. Que nuestros vasallos, súbditos y naturales, tengan en los reinos de Indias, universidades y estudios generales donde sean instruidos y graduados en todas ciencias y facultades, y por el mucho amor y voluntad que tenemos de honrar y favorecer a los de nuestras Indias y desterrar de ellas las tinieblas de la ignorancia y del error, se crean Universidades gozando los que fueren graduados en ellas de las libertades y franquezas de que gozan en estos reinos los que se gradúan en Salamanca”.
Su celo por difundir la verdad revelada porque –como también dice la Recopilación- “teniéndonos por más obligados que ningún otro príncipe del mundo a procurar el servicio de Dios y la gloria de su santo nombre y emplear todas las fuerzas y el poder que nos ha dado, en trabajar que sea conocido y adorado en todo el mundo por verdadero Dios como lo es, felizmente hemos conseguido traer al gremio de la Santa Iglesia Católica las innumerables gentes y naciones que habitan las Indias occidentales, isla y tierra firme del mar océano”.
España levantó, edificó universidades, difundió la cultura, formó hombres, e hizo mucho más; fundió y confundió su sangre con América y signó a sus hijas con un sello que las hace, si bien distintas a la madre en su forma y apariencias, iguales a ella en su esencia y naturaleza. Incorporó a la suya la expresión de un aporte fuerte y desbordante de vida que remozaba a la cultura occidental con el ímpetu de una energía nueva.
Y si bien hubo yerros, no olvidemos que esa empresa, cuyo cometido la antigüedad clásica hubiera discernido a los dioses, fue aquí cumplida por hombres, por un puñado de hombres que no eran dioses aunque los impulsara, es cierto, el soplo divino de una fe que los hacía creados a la imagen y semejanza de Dios.

España rediviva en el criollo Quijote

Son hombres y mujeres de esa raza los que en heroica comunión rechazan, en 1806, al extranjero invasor, y el hidalgo jefe que obtenida la victoria amenaza con “pena de la vida al que los insulte”. Es gajo de ese tronco el pueblo que en mayo de 1810 asume la revolución recién nacida; esa sangre de esa sangre la que vence gloriosamente en Tucumán y Salta y cae con honor en Vilcapugio y Ayohuma; es la que anima el corazón de los montoneros; es la que bulle en el espíritu levantisco e indómito de los caudillos; es la que enciende a los hombres que en 1816 proclaman a la faz del mundo nuestra independencia política; es la que agitada corre por las venas de esa raza de titanes que cruzan las ásperas y desoladas montañas de los Andes, conducidas por un héroe en una marcha que tiene la majestad de un friso griego; es la que ordena a los hombres que forjaron la unidad nacional, y la que aliente a los que organizaron la República ; es la que se derramó generosamente cuantas veces fue necesario para defender la soberanía y la dignidad del país; es la misma que moviera al pueblo a reaccionar sin jactancia pero con irreductible firmeza cuando cualquiera osó inmiscuirse en asuntos que no le incumbían y que correspondía solamente a la nación resolverlos; de esa raza es el pueblo que lanzó su anatema a quienes no fueron celosos custodios de su soberanía, y con razón, porque sabe, y la verdad lo asiste, que cuando un Estado no es dueño de sus actos, de sus decisiones, de su futuro y de su destino, la vida no vale la pena de ser allí vivida; de esa raza es ese pueblo, este pueblo nuestro, sangre de nuestra sangre y carne de nuestra carne, heroico y abnegado pueblo, virtuoso y digno, altivo sin alardes y lleno de intuitiva sabiduría, que pacífico y laborioso en su diaria jornada se juega sin alardes la vida con naturalidad de soldado, cuando una causa noble así lo requiere, y lo hace con generosidad de Quijote, ya desde el anónimo y oscuro foso de una trinchera o asumiendo en defensa de sus ideales el papel de primer protagonista en el escenario turbulento de las calles de una ciudad.

Señores:

La historia, la religión y el idioma nos sitúan en el mapa de la cultura occidental y latina, a través de su vertiente hispánica, en la que el heroísmo y la nobleza, el ascetismo y la espiritualidad, alcanzan sus más sublimes proporciones. El Día de la Raza , instituido por el Presidente Yrigoyen, perpetúa en magníficos términos el sentido de esta filiación. “ La España descubridora y conquistadora –dice el decreto-, volcó sobre el continente enigmático y magnífico el valor de sus guerreros, el denuedo de sus exploradores, la fe de sus sacerdotes, el preceptismo de sus sabios, las labores de sus menestrales y con la aleación de todos estos factores, obró el milagro de conquistar para la civilización la inmensa heredad en que hoy florecen las naciones a las cuales ha dado, con la levadura de su sangre y con la armonía de su lengua, una herencia inmortal que debemos de afirmar y de mantener con jubiloso reconocimiento”.

Porvenir enraizado en el pasado

Si la América olvidara la tradición que enriquece su alma, rompiera sus vínculos con la latinidad, se evadiera del cuadro humanista que le demarca el catolicismo y negara a España, quedaría instantáneamente baldía de coherencia y sus ideas carecerían de validez. Ya lo dijo Menéndez y Pelayo: “Donde no se conserva piadosamente la herencia de lo pasado, pobre o rica, grande o pequeña, no esperemos que brote un pensamiento original, ni una idea dominadora”. Y situado en las antípodas de su pensamiento, Renán afirmó que “le verdadero hombre de progreso es el que tiene los pies enraizados en el pasado”.
El sentido misional de la cultura hispánica, que catequistas y guerreros introdujeron en la geografía espiritual del Nuevo Mundo, es valor incorporada y absorbido por nuestra cultura, lo que ha suscitado una comunidad de ideas e ideales, valores y creencias, a la que debemos preservar de cuantos elementos exóticos pretenden mancillarla. Comprender esta imposición del destino, es el primordial deber de aquellos a quienes la voluntad pública o el prestigio de sus labores intelectuales, les habilita para influir en el proceso mental de las muchedumbres. Por mi parte, me he esforzado en resguardar las formas típicas de la cultura a que pertenecemos, trazándome un plan de acción del que pude decir –el 24 de noviembre de 1944- que “tiene, ante todo, a cambiar la concepción materialista de la vida por una exaltación de los valores espirituales”.
Precisamente esa oposición, esa contraposición entre materialismo y espiritualidad, constituye la ciencia del Quijote. O más propiamente representa la exaltación del idealismo, refrenado por la realidad del sentido común.
De ahí la universalidad de Cervantes, a quien, sin embargo, es precio identificar como genio auténticamente español, mal que no puede concebirse como no sea en España.
Esta solemne sesión, que la Academia Argentina de Letras ha querido poner bajo la advocación del genio máximo del idioma en el IV Centenario de su nacimiento, traduce –a mi modo de ver- la decidida voluntad argentina de reencontrar las rutas tradicionales en las que la concepción del mundo y de la persona humana, se origina en la honda espiritualidad grecolatina y en la ascética grandeza ibérica y cristiana.
Para participar en ese acto, he preferido traer, antes que una exposición académica sobre la inmortal figura de Cervantes, palpitación humana, su honda vivencia espiritual y su suprema gracia hispánica. En su vida y en su obra personifica la más alta expresión de las virtudes que nos incumbe resguardar.

Resurrección del Quijote

Mientras unos soñaban y otros seguían amodorrados en su incredulidad, fue gestándose la tremenda subversión social que hoy vivimos y se preparó la crisis de las estructuras políticas tradicionales. La revolución social de Eurasia ha ido extendiéndose hacia Occidente, y los cimientos de los países latinos del Oeste europea crujen ante la proximidad de exóticos carros de guerra. Por los Andes asoman su cabeza pretendidos profetas, a sueldo de un mundo que abomina de nuestra civilización, y otra trágica paradoja parece cernirse sobre América al oírse voces que, con la excusa de defender los principios de la Democracia (aunque en el fondo quieren proteger los privilegios del capitalismo), permitan el entronizamiento de una nueva y sangrienta Tiranía.
Como miembros de la comunidad occidental, no podemos substraernos a un problema que de no resolverlo con acierto, puede derrumbar un patrimonio espiritual acumulado durante siglos. Hoy, más que nunca, debe resucitar Don Quijote y abrirse el sepulcro del Cid Campeador.

viernes, 18 de noviembre de 2011

CUARTA CLASE DICTADA EL 12 DE ABRIL DE 1951


por Eva Perón

En mis clases anteriores he hablado de la historia universal, refiriéndome a las dos historias: la de los hombres y la de las masas en su afán por convertirse en pueblo, y a la historia de los grandes hombres hasta llegar a Perón. Aquí nos hemos detenido, como quien se detiene luego de haber recorrido la noche, contemplando en las estrellas la aurora que luego llega con el sol.
Recorrimos la historia de las masas, en su afán por convertirse en pueblo, o sea en sus luchas de superación, hasta llegar al 17 de Octubre, que tal vez es la historia más formidable de un pueblo defendiendo su propio destino.
¿Qué es el pueblo para un peronista? Yo creía que había agotado el tema en la clase anterior y había dispuesto hablar hoy de la historia del capitalismo, pensando que así, por contraste de luz y sombras, nos entenderíamos mejor y entenderíamos mejor al peronismo, pero meditando el tema de mi última clase, advertí que todavía no había terminado y que quedaban muchos puntos, para mí de fundamental importancia. No quiero dejar de insistir sobre el tema de las masas y los pueblos en la historia, porque, para mí, quien no entienda y sienta bien lo que es el pueblo, no podrá ser jamás un auténtico peronista.
Yo siempre digo que los tres grandes amores de un peronista son el pueblo, Perón y la Patria, y vean ustedes, si un peronista puede ser peronista sin tener esos tres grandes amores, tal como lo siento yo, y no solamente como una linda palabra.
El amor es sacrificio, y aunque parezca esto el título de una novela sentimental, es una verdad grande como el mundo y como la historia. No hay amor sin sacrificio, pero nadie se sacrifica por algo que no quiera y nadie quiere algo que no conoce. Nosotros decimos muchas veces que estamos dispuestos a morir por el pueblo, por la Patria y por Perón, pero cuando llegue ese momento, si llega –y no seamos traidores, desleales y vendepatrias-, tenemos que sentir verdaderamente esos tres grandes amores, y por eso debemos conocerlos íntima y profundamente.
Es necesario conocer, sentir y servir al pueblo para ser un buen peronista. Hay muchos peronistas, ya lo son; pero nosotros queremos peronistas en la práctica y no teóricos.
Es urgente que insistamos, dentro de nuestro movimiento, en la necesidad que tenemos de hacer conocer y amar al pueblo –y ustedes verán más adelante por qué es urgente, y más en nuestro movimiento- si es que no queremos perder y malograr esta maravillosa doctrina que nos ha dado el General Perón. Tal vez sea más necesario esto para hacerlo conocer y querer más profundamente a Perón.
El General tiene una grandeza espiritual tan extraordinaria, que está siempre muy presente en nuestros sentimientos y en nuestro corazón; pero mucho me temo que no suceda lo mismo con el pueblo, y a veces pienso que no todos los peronistas me entienden y me creen cuando yo digo que Perón es el pueblo.
No se han dado cuenta todavía de lo que eso significa; no han advertido que eso significa que para quererlo a Perón hay que quererlo al pueblo; que no se puede ser peronista sin conocer, sin sentir y sin querer al pueblo –pero quererlo profundamente- y, sobre todo, servir la causa del pueblo. Un peronista que no conozca, que no sienta y que no sirva al pueblo, para mí no es peronista.
Yo voy a demostrar en esta clase de hoy que la mejor manera de conocer si un peronista es verdaderamente peronista consiste en establecer si tiene un concepto peronista de lo que es el pueblo; si se siente él mismo parte del pueblo y no tiene ambiciones de privilegios; si sirve lealmente al pueblo.
Ustedes dirán que en lugar de dar mi clase de historia del peronismo yo estoy dictando más bien moral peronista. No es eso. Había dicho en la clase anterior que iba a hablar de capitalismo, pero creí que era necesario primero dar una clase sobre ética peronista y, especialmente, sobre oligarquía, para después pasar al capitalismo. Y para no ser oligarca y ser un buen peronista, tenemos que basarnos en un amor profundo por el pueblo y por Perón, sustentado en valores espirituales y en un gran espíritu de sacrificio y de renunciamiento, no proclamados sino hondamente sentidos.
Todas estas cosas no las digo porque sí, ni porque me gusta el tema. Ustedes saben que decir la verdad me ha costado muchos dolores de cabeza, y puedo decir con orgullo que nunca he sido desleal con los que han sido leales a Perón.
Pero también puedo decir con orgullo que jamás he mantenido mi amistad en un círculo ni en un grupo, sino nada más que hacia la lealtad, y la lealtad no me compromete nada más que mientras se es leal a Perón, que es ser leal al pueblo y al movimiento.
Si hablo de estas cosas, es porque sé que al mismo General le preocupa el tema, y nos debe preocupar a todos los que queremos profundamente al movimiento y anhelamos que sea un movimiento permanente. Le preocupa, sobre todo, que todavía haya peronistas que, por su afán de obtener privilegios, más bien parecen oligarcas que peronistas. Mis ataques a la oligarquía ustedes los conocen bien, porque los habrán oído no una, sino muchas veces en mis discursos.
Y estoy segura que algunos de ustedes habrán pensado lo que otros ya me han dicho tantas veces: ¿"Por qué se preocupa tanto, señora, si esa clase de gente no volverá más al gobierno?".
No; yo ya sé que la oligarquía, la del 17 de Octubre, la que estuvo en la plaza San Martín, ésa ya no volverá más al gobierno, pero no es ésa la que a mí me preocupa que pueda volver. Lo que a mí me preocupa es que pueda volver. Lo que a mí me preocupa es que pueda retornar en nosotros el espíritu oligarca. A eso es a lo que le tengo miedo, mucho miedo, y para que eso no suceda he de luchar mientras tenga un poco de vida –y he de luchar mucho- par que nadie se deje tentar por la vanidad, por el privilegio, por la soberbia y por la ambición.
Yo le tengo miedo al espíritu oligarca, por una simple razón. El espíritu oligarca se opone completamente al espíritu del pueblo. Son dos cosas totalmente distintas, como el día y la noche, como el aceite y el vinagre.
Vamos a demostrar el espíritu oligarca en la historia, trayendo algunos ejemplos. Yo, en mis luchas diarias –y ustedes lo habrán visto- para ser una buena peronista, trato de ser más humilde, trato de arrojar fuera de mí cualquier vanidad que pudiera albergar mi corazón. Yo no podría ser la esposa del General Perón, ni buena peronista, si tuviera vanidad, orgullo y, sobre todo, ambición, porque la ambición es el espíritu oligarca que perdería completamente a nuestro movimiento.
Yo no sé qué pensarán de mi los historiadores y los que comentan la historia, pero yo creo firmemente –y de esta idea no me podrán sacar- que la causa de todos los males de la historia de los pueblos es, precisamente, el predominio del espíritu oligarca sobre el predominio del espíritu del pueblo.
¿Cuál es el espíritu oligarca? Para mí, es el afán de privilegio, es la soberbia, es el orgullo, es la vanidad y es la ambición; es decir, lo que hizo sufrir en Egipto a millares y millares de esclavos que vivían y morían construyendo las pirámides; es el orgullo, la soberbia y la vanidad de unos cuantos privilegiados que hacían sufrir en Grecia y en Roma a los ilotas y a los esclavos; es el espíritu de oligarca de unos pocos espartanos y aristócratas y de unos pocos patricios que gobernaban a Esparta, a Atenas y a Roma; el sufrimiento de millones y millones de hindúes se debió al orgullo de las sectas dominantes; el dolor de la Edad Media se debió a la soberbia de los señores feudales, de los reyes y de los emperadores ambiciosos, que sólo pensaban en dominar a sus iguales; el sufrimiento que provocó la rebeldía del pueblo francés en 1789, la Revolución Francesa, tiene su causa en los privilegios de la nobleza y del alto clero; la Rusia de los zares, que hizo nacer en el mundo la revolución comunista, es otra expresión más de los sufrimientos que ha provocado el espíritu oligarca, la vanidad, la ambición, el egoísmo y el orgullo de unos pocos aplastando a las masas.
El peronismo que nace el 17 de Octubre es la primera victoria real del espíritu del pueblo sobre la oligarquía. La Revolución Francesa, tal como la historia lo atestigua –y yo trato de profundizarla y de leer mucho de lo que se ha escritono fue realizada por el pueblo, sino por la burguesía. Esto no lo recordamos muy frecuentemente.
La burguesía explotó el desquicio real en ese pueblo hambriento, desposeído y es por eso que preferimos recordar de la Revolución Francesa tres palabras de su lema: Libertad, Igualdad y Fraternidad, tres hermosas palabras de los intelectualoides franceses que decían cosas muy hermosas, pero que realizaban muy poco. Y es por eso que nos olvidamos de algo extraordinario. Nos olvidamos que la Constitución de 1789 prohibía la agremiación. ¿Puede una revolución ser del pueblo, cuando dicta una Constitución prohibiendo la agremiación?
El pueblo siguió a la burguesía, pero ésta no respondió honrada y lealmente a ese pueblo, que se jugó la vida en la calle.
La Revolución Francesa quiso suprimir, y lo consiguió, hasta con la guillotina, al privilegio aristocrático, pero trajo al mundo el concepto de la libertad individual absoluta, creando con ese concepto otros privilegios, como el de la riqueza, que condujo luego rápidamente al capitalismo.
La revolución rusa también quiso suprimir a la oligarquía aristocrática, utilizando para ello al pueblo, cuya reacción violenta provocó también la muerte de los zares. Pero después se creó en Rusia una nueva oligarquía: la de unos cuantos hombres que no consultan al pueblo, sino que simplemente lo llevan hacia donde quieren. Ellos no hacen lo que el pueblo quiere, sino que el pueblo tiene que hacer lo que ellos quieren. Creo que hay una pequeña diferencia...
Tan oligárquico es el sistema feudal como el absolutismo de los reyes, como el sistema de casta que imperó en nuestro país, sistema cerrado con la "Yale" de los apellidos ilustres que nosotros conocemos. Tanto más ilustres esos apellidos cuanto más dinero tenían en el Banco. Tan oligárquico es el sistema capitalista que domina desde Wall Street como el sistema comunista imperante en Rusia.
Por ello, afirmo que el peronismo nacido el 17 de Octubre es una victoria del auténtico pueblo sobre la oligarquía. Y para que esa victoria no se pierda, como se perdió la Revolución Francesa y la revolución rusa, es necesario que los dirigentes del movimiento peronista no se dejen influenciar por el espíritu oligarca.
Es necesario, para ello, que todas estas cosas que decimos no caigan en el vacío. Yo a veces observo que cuando se dicen cosas importantísimas, nos las aplauden, si tenemos razón, pero en la práctica hacen esos mismos que aplaudieron todo lo contrario. Hay que aplaudir y gritar menos y actuar más. Claro que al decir esto hablo en general.
Nuestro movimiento es muy serio, porque tenemos un hombre, el General Perón, que está quemando su vida por legarnos consolidada su doctrina y por entregarnos y depositar en nuestras manos la bandera justicialista y una Patria socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.
Eso era para nosotros un sueño. Era un sueño para los argentinos pensar que algún día, en nuestro país, un hombre, con sentido patriótico, un hombre extraordinario, y sobre todo con una gran valentía, pudiera anunciarlo y realizarlo.
Pero es que hay que reconocer que el hombre que ha creado su doctrina y que ha realizado esa obra tan extraordinaria, es un hombre de unos valores morales extraordinarios.
Nosotros vemos en Perón a la humildad, a un hombre sencillo, a un hombre que no es vanidoso ni orgulloso, a un hombre que siente alergia por los privilegios.
Entonces nosotros, que lo queremos a Perón, tratamos de acercarnos, tratamos de igualarnos a él, tratamos de sentirnos humildes, de no ser ambiciosos, de no sentir orgullo ni vanidad.
En esto es en lo único en que podemos tratar de igualarnos a Perón, y, si lo logramos, va a ser tan grande que habremos desterrado del peronismo el peligro del espíritu oligarca que, de lo contrario, terminaría con nosotros. Perón no ha venido a implantar otra casta; él ha venido a implantar al pueblo, para que sea soberano y gobierne. Por eso, nosotros tenemos que sentirnos humildes y consultar al pueblo en todo, pero consultarlo también en su humildad. No sentirnos, cuando el movimiento nos llama a una función, importantes ni poderosos.
A mí me preocupa extraordinariamente esta cuestión. He tenido una gran desilusión con gente a la que aprecio, cuando la he visto envanecerse como pavos reales, cuando las he visto sentirse importantes. No hay más importancia, más privilegio, ni más orgullo, que el sentirse pueblo. Pero algunos se sienten señores; ¡y el señor no se siente, el señor se nace, aun en los más humildes! Cuando los he visto en personajes, me ha entrado frío, miedo, angustia y una profunda tristeza. Pero las fuerzas y la esperanza me renacen cuando miro a Perón trabajando incansablemente y al pueblo colaborando con él.
Yo lo observo al General, porque no quiero dentro del movimiento ser nada más que una buena alumna suya; quiero servir al movimiento y no servirme de él. Si actuáramos así siempre, la humanidad sería más feliz y nosotros seríamos mucho más útiles a los pueblos.
El General Perón es humilde a pesar de todo su poder, y no digo poder por ser él el Presidente de la República, sino por su poder espiritual, porque él es mucho más poderoso que por sus títulos, sus galones y sus derechos, porque reina sobre el corazón de millones de argentinos.
Yo lo he visto al General, no con ese empaque humilde y fingido que a veces ustedes advierten en algunos hombres en los pequeños detalles, más que en los grandes, y que es el teatro que hacen muchos políticos que aparecen como humildes para que los vea un grupo, pero que en el fondo son déspotas, soberbios, vanidosos y fríos. A Perón, en cambio, que ha hecho obras extraordinarias, lo veo todas las mañanas, al llegar a la Casa de Gobierno –para dar un ejemplo, porque, como decía Napoleón, un ejemplo lo aclara todo- tocar el timbre y decir, siempre, al ordenanza que acude: "Buenos días, hijo; ¿quiere hacerme el favor de traerme un cafecito?". Y cuando se lo trae, así esté con un embajador, con un ministro o con quien fuera, le da un abrazo agradeciéndole; pero eso es normal en él, le sale de adentro. Eso no es teatro: le sale del corazón. Y yo pienso, entonces, si todos los peronistas seríamos capaces de hacer otro tanto. No podemos tener el privilegio de ser genios y grandes como Perón, pero sí podemos proponernos ser buenos como él.
La gente se olvida muy fácilmente del pueblo, y nosotros, los peronistas, que decimos que queremos a Perón, que amamos profundamente su figura, su nombre, su doctrina y su movimiento, no podemos ni debemos jamás olvidar al pueblo, porque si no traicionamos a Perón, traicionamos su preocupación más grande. No olviden que Perón trabaja, lucha, sueña y se sacrifica por un ideal: su pueblo.
Es que algunos peronistas no se dan cuenta de que todo lo que somos se lo debemos a Perón y al Pueblo, y a veces nos creemos que llegamos por nosotros mismos, nos consideramos importantes e insustituibles, y hasta nos creemos a veces directores de orquesta. ¿De qué orquesta somos directores?
La humildad debe ser una de nuestras grandes preocupaciones, como la bondad, la falta de vanidad y la ausencia de ambición. No debemos tener más que una sola ambición: la de desempeñar bien nuestro cargo dentro del movimiento.
Dijo el General Perón hace unos días: no son los cargos los que dignifican a los hombres, sino los hombres los que honran a los cargos. Nosotros debemos aspirar a ocupar un cargo de lucha, no importa cual fuere, pero cumplirlo honradamente, con espíritu de sacrificio y de renunciamiento, que nos haga ante nuestros compañeros dignos del movimiento y nos eleve en la consideración de todos. Así cumpliremos con el pueblo y con el movimiento. No nos olvidemos del hombre que trabaja de diana hasta ponerse el sol, para construir la felicidad de todo el pueblo argentino y la grandeza de la Nación, y nosotros, bajo su sombra maravillosa, no debemos amargar sus sueños de patriota, con ambiciones mezquinas y desmesuradas como las de algunos peronistas que ya se creen dirigentes importantes.
La característica exclusiva del peronismo, lo que no ha hecho hasta ahora ningún otro sistema, es la de servir al pueblo y, además, la de obedecerlo. Cuando en cada 17 de Octubre, Perón pregunta al pueblo si está satisfecho de su gobierno, tal vez por tenerlo a Perón demasiado cerca, no nos detenemos a pensar en las cosas tan grandes a que nos tiene acostumbrados, a algo que no pasa en la humanidad. ¿Cuándo algún gobernante, alguna vez en el mundo, una vez al año reúne a su pueblo para preguntarle si está conforme con su gobierno?
¿Cuándo algún gobernante en el mundo dijo que no habrá sino lo que el pueblo quiera? En cambio, Perón puede hablar porque tiene su corazón puesto junto al corazón del pueblo. La actitud argentina del General Perón en la Conferencia de Cancilleres: "No saldrán tropas al exterior sin consultar previamente al pueblo", no se ha visto nunca en el mundo, ¿Cuándo algún gobernante ha preguntado, antes de enviar tropas al exterior, si el pueblo está conforme? Nunca loa han hecho, porque cuando han querido, han enviado las tropas en nombre del pueblo sin consultarlo jamás.
Estos tres ejemplos nos demuestran la grandeza de Perón, la honradez de sus procedimientos, el amor profundo y entrañable que él siente por el pueblo y el respeto por "el soberano", que de soberano no tenía, hasta Perón, más que el nombre, porque jamás fue respetado. Eso lo hace el General, y si él lo hace, tratando de auscultar las inquietudes del pueblo, ¿cómo nosotros los peronistas que lo acompañamos y pretendemos ayudarlo, no vamos a extremas nuestras energías y nuestro esfuerzo para acercarnos a él en el deseo de servir leal, honrada y humildemente?
Ese debe ser un deber de los peronistas. Nosotros debemos pensar siempre que el General Perón respeta al pueblo, no sólo en las cuestiones fundamentales sino también en las pequeñas.
Dijo yo los otros días que la masa no hace más que sentir, que no piensa. Por eso los totalitarismos, sean fascistas o comunistas, organizan al pueblo como un militar adiestra al soldado, para que éste sirva mejor a la patria. Perón, en cambio, favorece la agremiación y la organización del pueblo, no para que el pueblo sirva al peronismo, sino para que el peronismo pueda servir mejor al pueblo, entre lo cual hay una gran diferencia. A fin de que el pueblo conserve y conquiste sus derechos, Perón trata al pueblo, no como un militar a sus soldados, sino como un padre a sus hijos. Lo que hace Perón, sirviendo al pueblo, debemos hacerlo nosotros cada día más.
Yo quisiera que a esta clase –y esto es un deseo ferviente mío- ustedes la tengan siempre muy presente en su corazón y en su mente para tratar todos los días de inculcarla a los peronistas y nosotros mismos adoptarla en nuestros procedimientos, y así nos sentiremos más tranquilos en nuestra conciencia de peronistas, de argentinos, de mujeres y hombres del pueblo.
Nuestra consigna debe ser la de servir al pueblo y no servir a nuestro egoísmo, que en el fondo todos tenemos, ni a nuestra ambición, porque eso sería tener lo que yo llamo espíritu oligarca.
Vamos a dar un ejemplo de espíritu oligarca, aunque ya he dado muchos: el funcionario que se sirve de su cargo es oligarca. No sirve al pueblo sino a su vanidad, a su orgullo, a su egoísmo y a su ambición. Los dirigentes peronistas que forman círculos personales sirven a su egoísmo y a su desmesurada ambición.
Para mí, ésos no son peronistas. Son oligarcas, son ídolos de barro, porque el pueblo los desprecia, ignorándolos y a veces hasta compadeciéndolos.
La oligarquía del 17 de Octubre, la que derrotamos ese día, para mí, está muerta. Por eso es que le tengo más miedo a la oligarquía que pueda estar dentro de nosotros que a esa que vencimos el 17 de Octubre, porque aquélla ya la combatimos, la arrollamos y la vencimos. En tanto que ésta puede nacer cada día entre nosotros. Por eso los peronistas debemos tratar de ser soldados para matar y aplastar a esa oligarquía donde quiera que nazca.
Nosotros decimos, con Perón, que no queremos ni reconocemos más que una sola clase de hombres: la de los que trabajan. Esto quiere decir que para nosotros no existe más que una sola clase de argentinos, la que constituye el pueblo, y el pueblo es auténticamente trabajador.
¿Qué diferencia hay entre esta nueva clase y la clase oligárquica que gobernó hasta 1943? Es muy fácil explicarla.
La oligarquía era una clase cerrada, o sea, como lo dije anteriormente, una casta. Nadie podía entrar en ella. El Gobierno les pertenecía, como si nadie más que la oligarquía pudiese gobernar el país. En realidad, como que a ellos los dominaba el espíritu de oligarquía, que es egoísta, orgulloso, soberbio y vanidoso, todos estos defectos y malas cualidades los llevaron poco a poco a los peores extremos y terminaron vendiéndolo todo, hasta la Patria, con tal de seguir aparentando riqueza y poder.
Cuando vemos a un político que no quiere que nadie más que sus amigos entren en el círculo, pensamos que también él es un oligarca. Ese también se quiere preparar otra casta para él, pero se olvida que hay muchos soldados y servidores del General que lo interpretamos, que lo seguimos honradamente, que tendremos el privilegio de ser los eternos vigías de la Revolución.
Por lo tanto, estaremos en guardia permanente para destrozarlos y aplastarlos a esos señores que ustedes conocen, como dije anteriormente.
El peronismo es un movimiento abierto a todo el mundo. Ustedes ven que cualquiera que llega a mí, sea un dirigente de esto o de lo otro, siempre le digo que él, para mí, no es más que un dirigente de Perón. Cuando me dicen que Fulano es un dirigente que responde a Mengano o a Zutano, pienso que no es un dirigente, sino un sinvergüenza, porque bajo el lema Justicialista, el pueblo y la Patria toda constituyen una gran familia, en la que todos somos iguales, felices y contentos, respondiendo sólo a Perón.
Dentro de nuestro movimiento no se necesita tener títulos universitarios, ser intelectual, ni tener cuatro apellidos para integrar el gobierno de Perón. Al lado de él hay hombres de todas las condiciones sociales: médicos, abogados, obreros, ricos y pobres, de todas las clases, pero sin ese espíritu oligarca que es la negación de nuestro movimiento. Por lo menos aspiramos a eso. En ese sentido, tenemos una ardua y larga tarea que realizar. Cualquier peronista puede llegar a ocupar los más altos cargos dentro de nuestro movimiento. Si trabaja honradamente, puede aspirar a cualquiera, y en este sentido debemos tener en cuenta una frase del General Perón que se debería grabar en el corazón de todos los peronistas: "Sean todos artífices del destino común, pero ninguno instrumento de la ambición de nadie".
No sean tontos, aquí no necesitan padrinos; aquí lo único que los valoriza es el sacrificio, la eficacia y el trabajo. Yo siempre he sentido alergia por los recomendados.
Siempre los he atendido muy bien y les he solucionado el asunto, pero siempre me ha dado una profunda pena que esas personas no sepan que no necesitan de la recomendación. En nuestro movimiento no hay más recomendación que la de ser peronista. Es por eso que cualquier peronista, por humilde que sea, puede aspirar, como ya lo he dicho, a los más altos cargos, con sólo tratar de interpretar las inquietudes del General Perón. Esto es fundamental para que nosotros podamos formar un movimiento permanente, consolidado en el espacio y en el tiempo. Nuestro movimiento es el más profundo y maravilloso de todos, porque tiene una doctrina perfecta y un conductor genial como el General Perón.
Yo, que he tenido la debilidad de estudiar profundamente a todos los grandes de la historia, y ustedes, que lo habrán hecho tanto como yo, sabemos que en todos los grandes hombres hay errores y defectos, que se les perdonan porque son genios, y a los genios se les perdona todo. Pero –a veces a los argentinos nos parece mentira- Perón es un genio que no tiene defectos, y si tuviera uno, sería uno solo: tener demasiado corazón, que sería el más sublime de todos los defectos, ya que Cristo perdonó a quienes lo crucificaron. Nosotros debemos pensar en eso, en la grandeza, en las virtudes y en las condiciones morales del General Perón y, sobre todo, en su humildad, que es lo que lo hace más grande.
Deberíamos nosotros elevar todos los días nuestra mirada y nuestro recuerdo hacia la figura patricia del General Perón; seríamos entonces cada día más buenos. Y al acostarnos, deberíamos realizar un balance de lo que hemos hecho, y ver si hemos tratado bien a un compañero, si hemos servido honradamente al pueblo, si hemos cumplido con humildad, con desinterés y con sacrificio nuestra labor. Entonces, nos podremos acostar tranquilos, porque hemos cumplido con la Patria, con Perón y con el Pueblo.
Yo he pretendido que mi despacho sea lo más popular y lo más descamisado; no en sus paredes –porque nosotros no nos vestimos de harapos para recibir al pueblo, sino que nos vestimos de gala para recibirlo con los mejores honores, como se merece-, pero sí descamisado por el cariño, el corazón, la humildad y el espíritu de sacrificio y de renunciamiento. A veces me parece que éstos no son suficientemente grandes como para merecer yo ser la esposa del General Perón; pero pienso que no puedo asemejarme al General, porque Perón hay uno solo, pero trato por lo menos de merecer el cariño y la consideración del General y de los peronistas, trabajando con un gran espíritu de desinterés, de sacrificio, de renunciamiento y de amor. Y es por eso que cuando llegan a mi despacho los ministros, yo me alegro, porque los veo mezclados con los obreros y con los pobres, es decir, con nuestro auténtico pueblo. Y yo creo que así, viéndome trabajar a mí confundida con el pueblo, y viendo lo maravilloso que nuestro pueblo es, no se harán oligarcas.
Eso significa que nosotros queremos una sola clase de argentinos. No quiere decir que querramos que no haya ricos, o que no haya intelectuales ni hombres superiores. Todo lo contrario: lo grande del peronismo es que todos los argentinos pueden llegar a ser lo que quieran, incluso hasta Presidente de la República.
Prueba de que el peronismo quiere eso, es que tenemos un ministro obrero, agregamos obreros en las embajadas, obreros en las Cámaras, obreros en todas partes; y también en el aspecto cultural tenemos el teatro obrero y salones de arte obrero, aunque en este aspecto tenemos mucho, mucho que hacer, para cumplir con los deseos y con las inquietudes del General Perón.
Gracias al General Perón, nosotros hemos logrado tener las universidades abiertas a todo el pueblo argentino. Eso nos demuestra la preocupación del gobierno argentino por elevar la cultura del pueblo y por que nuestro pueblo pueda llegar a las universidades, que ya no estén reservadas a unos pocos privilegiados. Ahora los humildes pueden ser abogados o médicos, según sean sus inclinaciones.
Ellos, con su sentido de pueblo serán más humanos y las futuras generaciones podrán agradecernos que los hayamos comprendido y apoyado.
Ser peronista, para hacer la síntesis de todo lo que he hablado, requiere tener los tres amores a que yo hice mención al principio: el pueblo, Perón y la Patria. El peronismo es la primera victoria del pueblo sobre la oligarquía; por eso hay que cuidarlo y no desvirtuarlo jamás. El peronismo sólo se puede desvirtuar por el espíritu oligarca que pueda infiltrarse en el alma de los peronistas, y perdonen, chicas y muchachos, que les repita tanto esto, pero si así lo hago es porque quisiera que lo llevaran siempre profundamente grabado en su corazón. Es fundamental para nuestro movimiento.
Para evitar que se desvirtúe el peronismo, hay que combatir los vicios de la oligarquía con las virtudes del pueblo. Los vicios de la oligarquía son: en primer término, el egoísmo, Podríamos tomar como ejemplo el de las damas de beneficencia.
Hacían caridad, pero una caridad denigrante. Para dar, hay que hacerse perdonar el tener que dar. Es más lindo recibir que dar, cuando se sabe dar, pero las damas trataban siempre de humillar al que ayudaban. Tras la desgracia de tener que pedir, lo humillaban en el momento de darle la limosna, con la que ni siquiera le solucionaban el problema. En segundo lugar está la vanidad. La vanidad trae consigo la mentira y la simulación, y cuando entra en la mentira y en la simulación, el hombre deja de ser constructivo dentro de la sociedad. En último término, tenemos la ambición y el orgullo, con los cuales se completan los cuatro vicios de la oligarquía: egoísmo, vanidad, ambición y orgullo.
Las virtudes del pueblo son: en primer término, generosidad. Todos ustedes habrán advertido el espíritu de solidaridad que hay entre los descamisados.
Cuando un compañero de fábrica cae en desgracia, en seguida se hace una colecta para ayudarlo, cosa que no ocurre en otros ambientes. Lo mismo es el caso de los obreros y la Fundación. Ellos vieron que la Fundación iba directamente al pueblo, a diferencia de las damas de beneficencia que se guardaban ochenta y daban el veinte de cada cien que recibían, con lo que el pueblo había perdido la esperanza y la fe. ¿Cómo iba a tener prestigio una cosa en la que el pueblo no creía? Cuando vieron que la Fundación realizaba el camino nuevo del peronismo, de ayudar y de defender los centavos como si fueran pesos, los obreros se aglutinaron y desinteresadamente contribuyeron a una obra que iba a servir, honrada y lealmente, a sus propios compañeros. Es así que se ha dado el milagro de que las masas trabajadoras sean las verdaderas creadoras de la obra de la Fundación.
Tenemos luego la sinceridad. La sinceridad es la virtud innata de nuestro pueblo, que habla de su franqueza.
El desinterés: ustedes ven que el descamisado es puro corazón, es desinteresado.
Y la humildad, que debemos tenerla tan presente.
Por lo tanto, las virtudes del pueblo son: generosidad, sinceridad, desinterés y humildad. La humildad debe ser la virtud fundamental del peronista. El peronista nunca dice "yo". Ese no es peronista. El peronista dice "nosotros". El peronista nunca se atribuye sus victorias, sino que se las atribuye siempre a Perón, porque si hacemos algo es por el General, no nos engañemos. Y cuando en el movimiento hay un fracaso, observamos a menudo –ustedes que andan por la calle lo habrán notado mejor que yo- que se dice: "Y, la culpa la tuvo Fulano", siempre viene de "arriba". Los éxitos son de ellos, que tanto influyeron y tanto hicieron, lo trabajaron tanto, que lo consiguieron... El fracaso es siempre de arriba, según ellos. El fracaso, desgraciadamente, es debido a la incomprensión, es producto del caudillismo, de que todavía los peronistas no nos hemos podido desprender, pero de los que nos desprenderemos, cueste lo que cueste...
No me refiero, por lo tanto, a esos que dicen que los fracasos vienen de arriba, sino a los peronistas. Los fracasos son nuestros, desgraciadamente. Yo a veces pienso, cuando me equivoco –también yo cometo grandes errores, ya que nadie está exento de ellos, pues el que no se equivoca nunca es porque no hace nada-, pienso cuánto mal le hago al General. Unicamente los genios como Perón no se equivocan nunca. Pero el pueblo no está poblado de héroes ni de genios, y menos de genios que de héroes.
Repito que los fracasos son nuestros. El peronista se debe atribuir siempre los fracasos, y al decir "peronista" lo decimos en la extensión de la palabra. Las victorias, en cambio, son del movimiento, o sea, de Perón. ¿Habría hecho yo todo lo que hecho en la Fundación, si Perón no nos hubiese salvado de la oligarquía?
¿Habría hecho yo todo el bien que hago a los humildes de la Patria, la colaboración que les presto a los gremios del país, si Perón no hubiera hecho en nuestro país esta revolución social tan extraordinaria, independizándonos de la oligarquía, dándonos, además, la justicia social, la independencia económica, la soberanía política y su maravillosa doctrina? ¿Existiría Eva Perón si no hubiera venido Perón? No. Por eso yo digo que el peronismo empieza con Perón, sigue a Perón y termina en Perón.
Ni aun después podrán desplazar al General, porque el General Perón no será desplazado jamás del corazón del pueblo. El día en que alguno, en su ambición y en sus intereses mezquinos y bastardos, piense que él puede ser bandera del movimiento, ese día él habrá terminado.
Por eso yo digo que no tenemos nada más que a Perón, y nosotros, para consolidar y colaborar en su obra, debemos ser buenos predicadores de su doctrina.
Cuando alguien se enoja y se lamenta de errores entre los católicos, yo les contesto que la doctrina cristiana es lo más grande que hay, que los malos son los predicadores y no la doctrina. Aquello es eterno. En esto, que es terrenal, tenemos que tener además de buenos predicadores, también buenos realizadores.
La doctrina de Perón es genial; los malos seremos nosotros, ya que de barro somos, pero tenemos que tratar de ser cada día más superiores y más dignos del maravilloso pueblo y del ilustre apellido de argentinos. Por eso es que nosotros
aspiramos, cada día más, a ser buenos y mejores predicadores de la doctrina de General, pero no sólo buenos en la prédica, sino también en la práctica. Para lograrlo, el peronista debe ser siempre de una gran humildad, reconocer que él no significa nada y que Perón y el pueblo lo son todo.