jueves, 29 de julio de 2010

LA AMÉRICA DE ORIGEN INGLÉS CONTRA LA AMÉRICA DE ORIGEN ESPAÑOL


por Rufino Blanco Fombona

UN ILUSTRE colaborador de El Liberal, don César Falcón, impugna en este periódico madrileño ciertas apreciaciones que encuentra en mi obra El conquistador español del siglo XVI, respecto a la hostilidad abierta entre la América de origen inglés y la América de origen español.
Yo creo que existe entre las dos Américas una lucha de razas, de civilizaciones, de fronteras; lucha de un país industrial y capitalista contra Estados pobres y pueblos agricultores. Estados Unidos contra Estados Desunidos. Creo que esa antipatía recíproca, que esa pugnacidad creciente entre las dos familias humanas, que parte de la posesión de aquel continente, es, por uno de sus aspectos, la lucha secular entre la gente española y la gente inglesa; entre la cultura latina y católica, por una parte, y la cultura sajona y luterana, por la otra.
Don César Falcón cree que no y aduce buenas razones.
Él no cree que pueda llamarse a la América de lengua castellana un conglomerado de raza española. “Nos hemos acostumbrado demasiado ligeramente –expone Falcón– a decir aquellos de los pueblos españoles de América.”
Y agrega, no refiriéndose ya exclusivamente a América, pero incluyéndola:
“La única lucha de hoy y de mañana es la lucha de clases.
Así, dentro de este concepto, se desarrolla la lucha de los pueblos hispanoamericanos contra los Estados Unidos. No es una riña de raza contra raza, de país contra país. Es de clase contra clase.”
Los argumentos de Falcón, como se advierte, pueden explicarse así:
Primero. Los pueblos americanos no son pueblos de raza española.
Segundo. Son los capitalistas yanquis, que explotan también a las masas yanquis, los que ya solos, ya aliados con plutócratas de Hispanoamérica, explotan a las masas hispanoamericanas.
Ambas razones, dignas de un pensador como César Falcón, me parecen excelentes; pero no invalidan las mías, que abarcan un horizonte más dilatado, desde un plano superior.

* * *

Y contesto:
Primero. Desde el punto de vista antropológico, no existen razas puras. En este sentido, mal podríamos llamar española a nuestra América. Pero ¿son o no son aquellas naciones pueblos de civilización española, de lengua española? ¿No poseen un porcentaje considerable de sangre española? ¿No existe una minoría caucásica, dirigente, de origen español, más o menos puro? La raíz de su actual cultura es exclusivamente española, aunque en las ramas se hayan injertado luego –por fortuna– otras culturas complementarias, que van dando origen y carácter a una cultura propia que nos proponemos crear.
Representamos en América la cultura latina, en su variedad española, con modificaciones propias. Estas modificaciones, cada vez mayores, representarán algún día por sí solas una cultura especialísima: nuestra cultura. Entonces será América, con respecto a España, lo que son la misma España, Francia e Italia con respecto a Roma. Creo esto incontrovertible.
Hoy representamos en América a la gente española, a pesar del coeficiente indígena en unas repúblicas y del coeficiente europeo no español en otras, porque lo español ha absorbido o va absorbiendo lo demás, como puede testificarse con la lengua, que es espíritu. Representamos, pues, con más o menos puridad y excelencia, a la gente española, por nuestras minorías caucásicas, que son las que han impreso e imprimen dirección y carácter político a nuestras repúblicas. Creo también esto incontrovertible.
Los yanquis, a pesar de su heterogeneidad étnica, representan el espíritu, la lengua y la heredada cultura inglesa. Y como los yanquis y nosotros nos aborrecemos cordialmente, puede concluirse, me parece, que al ponernos en contacto, en el Nuevo Mundo, se ha establecido el viejo antagonismo de las razas y culturas que dieron origen a aquellos países.

* * *

Segundo. Creer que la avidez imperialista de los Estados Unidos, que se satisface en América a costa nuestra, es obra de una clase social exclusivamente, y no prurito nacionalista, me parece una candidez. Una candidez peligrosa.
En verdad que los plutócratas yanquis son insaciables; pero recuérdese que gobiernos como el de Wilson, que sofrenó un tiempo la concupiscencia de Wall Street, fue, por aquella misma época, de una gran crueldad con México, con Nicaragua, con Santo Domingo.
No; no es una casta en los Estados Unidos, ni un partido político, como creen otros, ni algunos hombres de presa los enemigos de América, de nuestra América. Todas esas avideces se alían, se traman, se confunden y toman aspecto y carácter nacional. El enemigo de América se llama Estados Unidos.
Hace cosa de un siglo, el Libertador Simón Bolívar, que no dijo ni escribió sino palabras seculares, nos dejó respecto a los Estados Unidos –y cuando todo el mundo estaba deslumbrado por este país– un juicio, que la posteridad corrobora:
“Los Estados Unidos –profetizaba el Libertador– parecen haber sido puestos por la fatalidad en el Nuevo Mundo, para causar daños a América en nombre de la libertad.”
Los yanquis mismos reconocen que su imperialismo presente es una enfermedad de todo el país.
Un escritor independiente, míster John Kenneth Turned, recuenta crímenes del imperialismo nacional yanquilandés, disfrazado ahora de panamericanismo. Míster Kenneth Turned escribe en The Nation, de Nueva York, a propósito de Nicaragua, y asimila la política imperialista de los yanquis a la de los pueblos feroces de Europa y Asia.
“El imperialismo americano –dice– es aprobado por ambos partidos. No se diferencia, por ningún respecto, del imperialismo de Inglaterra, Francia, Alemania, Japón, Italia, en lo que tienen de peor.”
Como se advierte, míster Turned, que sabe lo que dice y lo dice con claridad, echa la culpa del imperialismo no a una clase exclusiva, sino a toda la política de los Estados Unidos; a los dos partidos que allí dirigen, por turnos de elección, el Gobierno; a los ideales nacionales del país: panamericanismo, Doctrina de Monroe, comercio americano, civilización americana, expansión americana, etc.
Esperemos que cambie la modalidad actual de vida política en los Estados Unidos y que el comunismo a la rusa impere en el mundo todo, para saber cómo procederá el hipotético comunismo yanqui, desde el gobierno, con los débiles, sean clases, sean naciones, si existiesen para entonces distintas clases sociales, como las comprendemos ahora, y distintas nacionalidades.
Hasta el presente, los partidos socialistas, llegado el caso del conflicto extranjero, parecen dispuestos en casi todo el mundo a solidarizarse con los gobiernos burgueses. Esto ocurrió en la guerra europea. Ninguna guerra de conquista han impedido hasta ahora. Cuanto al socialismo yanqui, no tiene nada de extremista; y a nuestros ojos de hispanoamericanos se confunde, por varios aspectos, con los partidos burgueses de Europa o de Hispanoamérica.
Los nacionalismos no han muerto. Tienen la vida dura. Debemos contar con ellos y defendernos contra ellos cuando son fuertes y agresivos. Es el caso, en América, de la república lobo contra esa manada inerme de paisesitos corderiles. Corderiles no por mansos, sino por débiles.
Algo más habrá que decir sobre el carácter de la lucha entre ambas Américas.

lunes, 26 de julio de 2010

Frases de Artigas

por José Gervasio Artigas

"La causa de los pueblos no admite la menor demora"
"Que los más infelices sean los más privilegiados"

"Nada podemos esperar si no es de nosotros mismos"
"Con libertad ni ofendo ni temo"
"Sean los orientales tan ilustrados como valientes"
"Tiemblen los tiranos de haber excitado nuestro enojo"
"El despotismo militar será precisamente aniquilado con trabas constitucionales que aseguren inviolable la soberanía de los pueblos"

"La cuestión es solo entre la libertad y el despotismo"
"Todas las provincias tienen igual dignidad e iguales derechos"
"Que los indios en sus pueblos se gobiernen por sí"
"Para mi no hay nada más sagrado que la voluntad de los pueblos"
"En lo sucesivo solo se vea entre nosotros una gran familia"

"Yo no soy vendible, ni quiero más premio por mi empeño que ver libre mi nación"
"No venderé el rico patrimonio de los orientales al vil precio de la necesidad" "Que en modo solemne se exprese la voluntad de los pueblos en sus gobernantes"
"El pueblo es soberano y él sabrá investigar las operaciones de sus representantes"
"Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana"
"Unidos íntimamente, luchamos contra tiranos que intentan profanar nuestros más sagrados derechos"
"Los pueblos de la América del Sur están íntimamente unidos por vínculos de naturaleza e intereses recíprocos"
"No existe un pacto expreso que deposite en otro pueblo de la federación la administración de la soberanía"

jueves, 22 de julio de 2010

Dios y el socialismo


por Carlos Mugica

-Sin embargo, cuando usted eligió ser sacerdote no enarbolaba las mismas banderas.
-En efecto. Ingresé al seminario hace 18 años, en 1951, y vivía en esa época, el catolicismo individualista, fiel al slogan "salva tu alma".
-¿Qué significaba para usted ser sacerdote?
-Salvar mi alma, es decir: ir al Cielo, buscar la felicidad, esa que está en Dios. Evidentemente era bastante egoísta mi actitud, aunque también entonces cambió radicalmente mi vida, porque fue cuando descubrí la alegría de vivir en Dios.
-¿Quién es, qué es Dios?
-Definitivamente, Dios no es una idea sino alguien. Dios es una persona que se entregó totalmente a mí y se dejó matar por mí. Para mí Cristo es mi Señor, mi amigo, mi maestro, mi modelo de vida. Su entrega tiene un valor especialísimo: Dios es un ser que en lugar de servirse del hombre se pone al servicio del hombre y por eso todo hombre que da su vida por los otros -sea un ateo, un marxista o lo que fuere-, ése, verdaderamente se une a Cristo.
-¿Quién consolidó en usted el cambio de actitud que se atribuye?
-Un sacerdote francés, el abate Pierre, de quien todavía recuerdo una frase decisiva: "Antes de hablarle de Dios a una persona que no tiene techo es mejor conseguirle un techo". Es decir que conseguirle techo a una persona ya es hablarle de Dios. No nos olvidemos que Cristo curaba a los enfermos, les daba de comer a los que tenían hambre y de beber a los que teman sed. Y no lo hacía para que después escucharan el sermón sino porque ésa es su manera de amar: agarrando al hombre por entero. Antes de ingresar en el seminario yo tenía una visión maniquea de la existencia. 'El alma era buena y el cuerpo malo. Eso viene de Platón y se metió en la Iglesia con San Agustín; aún perdura esa concepción, sobre todo en lo relativo al sexo. Pero estamos viviendo un amplio proceso de liberación para desterrar esa actitud individualista del seno de la Iglesia. Antes, como muchos de mis compañeros que luego también evolucionaron, yo estaba preocupado por la salvación de mi alma. Luego empecé a preguntarme ¿por qué salvar mi alma y no mi cuerpo cuando esa división no es, precisamente, una actitud cristiana? En la Biblia no se habla nunca de alma y cuerpo; la Biblia es un libro muy carnal, muy concreto, en el cual se define al hombre como polvo que respira.
-¿Qué sucede entonces cuando muere un hombre? Es decir, ¿no es su alma, según las concepciones cristianas, la que asciende al Reino de los Cielos?
-Insisto en la falsedad de esa concepción dual. Ningún teólogo podrá decir nunca que, después de muerto el hombre, el alma queda flotando en algún lugar. Es una visión tonta, materialista, de la resurrección. No sabemos mucho al respecto. Toda imagen que podamos tener después de la muerte de un hombre es muy pobre. Sabemos, sí, que vivirá en Dios. Y suponemos que eso significa que va a estar presente como persona en todos los seres.
-Muchos cristianos siguen aferrados a esa concepción maniquea (alma: buena; cuerpo: malo). Y aún más: persisten en adoptar la posición que usted calificó de individualista. ¿A qué se debe?
-A una visión distorsionada de !a realidad. El cristianismo es esencialmente comunitario. No decimos "padre mío" sino "padre nuestro". Para entender claramente esto basta con acercarse al pueblo. Estar en contacto directo con él. Cuando yo estaba en el seminario iba a un conventillo de la calle Catamarca. Allí viví algo muy especial -trascendente en mi evolución-; precisamente en el contacto con los hermanos míos del conventillo descubrí lo que ahora llamaría el subconsciente de Buenos Aires. El día que cayó Perón fui, como siempre, al conventillo y encontré escrita en la puerta esta frase: "Sin Perón no hay patria ni Dios. Abajo los curas", Mientras tanto, en el barrio Norte se habían lanzado a tocar todas las campanas y yo mismo estaba contento con la caída de Perón. Eso revela la alienación en que vivía, propia de mi condición social, de la visión distorsionada de la realidad que yo tenía entonces, y también la Iglesia en la que militaba, aunque ya por esa época muchos sacerdotes vivían en contacto directo con su pueblo.
-¿Qué papel supone usted que jugó la Iglesia en ese momento?
-Pienso que entonces algunos sectores de la Iglesia estaban identificados con la oligarquía. No digo que la Iglesia volteó a Perón sino que contribuyó a voltearlo. Pero pienso que también había deterioro en las filas peronistas. Creo que el peronismo perdió fuerza revolucionaria desde ia muerte de Evita.
-¿Cuál cree que debe ser su verdadero compromiso con los argentinos, con su pueblo?
-Pienso, siguiendo las directivas del Episcopado, que debo actuar desde el pueblo y con el pueblo: vivir el compromiso a fondo, conocer las tristezas, las inquietudes, las alegrías de mi gente a fondo, sentirlas en carne propia. Todos los días voy a una villa miseria de Retiro, que se llama Comunicaciones. Allí aprendo y allí enseño el mensaje de Cristo.
-¿Qué mensaje?
-Los signos concretos del mensaje de Cristo se pueden detectar cuando El dice: "En esto se conocerá que ustedes son mis amigos, en el amor que se tengan unos a otros". Y el índice de mi adhesión al mensaje de Jesucristo es mi amor real, concreto, palpable, por mis hermanos.
-¿Cómo se manifiesta, cómo se materializa ese amor?
-Es muy significativo que en el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo (versículos del 30 al 46) Cristo hable del Juicio Final en estos términos; "Cuando el hijo del hombre vuelva con sus ángeles a juzgar a los hombres los reunirá a todos en su presencia y va a separar a unos de otros como el pastor separa a las ovejas de los cabritos. Entonces va a decir a los de su derecha: Vengan conmigo, benditos de mi padre". Ahí se puede pensar, bueno, vengan conmigo benditos de mi padre porque fueron a pie a Luján, o porque tuvieron mucha devoción a San Cayetano, o porque hicieron y cumplieron muchas promesas, o porque dieron limosna a la Iglesia. Pero Cristo no va a decir eso. Va a decir: "Vengan conmigo, benditos de mi padre, porque tuve hambre y me dieron de comer, porque tuve sed y me dieron de beber, porque estuve en la cárcel y me vinieron a ver, porque estuve enfermo y me curaron, porque anduve desnudo y me vistieron". Es decir que en el Día del Juicio Final vamos a encontrar a la derecha de Dios a mucha gente que jamás pisó una iglesia y que sin embargo estuvo toda su vida amando a Jesucristo, porque estuvo amando de una manera eficaz a su prójimo, a sus hermanos. Y, lo contrario, Cristo va a decir a los de su izquierda estas palabras terribles: "Apártense de mí, malditos, al fuego eterno". ¿Por qué? Bueno, ahí podríamos pensar que porque no hicieron la comunión pascual, que porque no dieron limosnas. Y sin embargo, no. Cristo va a decirles: "Yo tuve hambre y no me dieron de comer, tuve sed y no me dieron de beber, estuve en la cárcel y no me vinieron a ver. . ." Y lo notable va a ser que algunos preguntarán: 'Pero Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y no te dimos de comer?' Y Cristo responderá: "Cada vez que no lo hicieron con uno de éstos". Y es en ese terreno en el que se manifiesta mi amor, mi compromiso y el de todo hombre.
-¿Quiénes cree usted que no se comprometen a ese nivel?
-Aquellos que ven a un tipo sufrir en la villa miseria y dicen: "Pobre". Aquellos que se compadecen pero pasan de largo y siguen viviendo como burgueses. San Agustín fue muy c!aro al respecto: "Hay muchos que parece que están adentro de la Iglesia y sin embargo están afuera". Es decir: son muchos los que fueron bautizados o tomaron' la comunión pero no tienen amor concreto por su prójimo. Son cristianos muertos, no son cristianos. Por eso hay mucha gente que va a comulgar a misa, cree que comulga pero solamente traga la hostia. Cree que recibe la comunión y no se da cuenta de lo que eso quiere decir. Exactamente: común unión. Y si yo voy a recibir la comunión y soy racista, o sectario, o un explotador que oprime a su hermano, me dice San Pablo: "Ingiero el cuerpo del Señor indignamente; me trago y me bebo mi propia condenación". Porque vivir en el egoísmo, eso es el pecado. Aquel que se la pasa contemplándose el ombligo es un pobre hombre que ya tiene el infierno en vida, que vive en el pecado.
-¿Qué entiende por pecado?
-Pecar es negarse a amar. No hay pecado sexual: hay pecado contra el amor. Uno peca sexualmente cuando utiliza a una persona como cosa, como objeto. Por eso aquellos que pretenden decir: "Ah, bueno, pero yo tuve relaciones con una prostituta, para descargarme...", esos pecan doblemente. Están contribuyendo con su actitud a mantener un estado de esclavitud, aunque sea aceptado por la persona a la que esclavizan.
-Entonces son muchos los cristianos que viven en el pecado, que no aman.
-Son todos aquellos que tienen una imagen desfigurada de Dios. Dios es para ellos el gran super-yo-castrador y viven con El una relación mítica, supersticiosa, mágica. Para ellos es un Dios que justifica la inmovilidad, un Dios que permite preguntas tales como "¿Y? ¿Qué vamos a hacerle si existen pobres y ricos?". Ese es el Dios que ataca Marx, ése el Dios que hace creer a algunos que la religión es el opio de los pueblos. La verdadera fe cristiana, la auténtica fe en Cristo hace trizas esa creencia. Tener fe es amar al prójimo, y eso me moviliza a fondo, tanto como para dar la vida por mis hermanos, tanto como para brindarme íntegramente por ellos.
-¿Inclusive hasta el punto de engendrar la violencia masivamente?
-Ese es un problema demasiado complejo. Toda violencia es consecuencia del pecado del hombre, de su egoísmo. Ahora lo que sucede es esto: en concreto encontramos en América latina -incluso en nuestro país- una situación de violencia institucionalizada. Es la violencia del hambre. Como dice Helder Cámara: "El general Hambre mata cada día más hombres que cualquier guerra". Es decir que existe la violencia del sistema, el desorden establecido. Frente a ese desorden establecido yo, cristiano, tomo conciencia de que algo hay que hacer. Y me encuentro ante dos alternativas igualmente válidas: la de la no violencia en la línea de Luther King o la de la violencia en la línea del Che Guevara; hablando en cristiano, la violencia en la línea de Camilo Torres. Y pienso que las dos opciones son legítimas. Es erróneo tratar de ideologizar el Evangelio. Decir, por ejemplo, como he oído: Cristo es un guerrillero. El, personalmente, no fue violento, sólo en algunos casos concretos cuando echó, por ejemplo, a los mercaderes del templo a latigazos. Es decir que Cristo fue solamente muy violento contra los ricos y los fariseos. Creo que la versión en cine menos alejada de lo que El fue es la que da Pier Paolo Pasolini en su Evangelio según San Mateo.
-¿Pero cuál es, cuál debe ser la actitud del cristiano ante lo que usted llama desorden establecido, la violencia organizada del sistema?
-Del Evangelio no podemos sacar en conclusión que hoy, ante el desorden establecido, el cristiano deba usar la fuerza. Pero tampoco podemos sacar en conclusión que no deba usarla. Cualquiera de las dos posiciones significaría ideologizar el Evangelio, que más que una ideología es un mensaje de vida. Pasará Marx, pasará el Che Guevara, pasará Mao, y Cristo quedará. Por eso pienso que es tan compatible con el Evangelio la posición de un Luther King como la ideología de un Camilo Torres.
-¿En cuál de esas tendencias se enrolaría usted?
-Se me ocurre que actualmente en la de la no violencia. Como dijo monseñor Devoto: "Yo soy no violento, pero no sé qué va a ser de mí si las cosas siguen así". Pero ojo: pienso que hay muchos que exaltan la no violencia ignorando que es. Porque Luther King, uno de sus principales teorizadores, fue asesinado. Es decir: la no violencia no es quedarse en el molde sino denunciar, poner bien de manifiesto la existencia de la violencia institucionalizada. Y para eso también hay que poner el cuero.
Pero que esté claro: si yo ante el desorden establecido enfrento lo que llamo la contraviolencia y logro reducir la violencia total, es legítimo que la use. Pero si sólo exacerbo aún más la violencia del sistema contra el pueblo, no puedo menos que pensar que es contraproducente que la utilice.
-Un cristiano, ¿tiene derecho a matar?
-No lo sé. Lo que sí está claro es que tiene la obligación de morir por sus hermanos. Pienso que tenemos mucho miedo a la violencia por una actitud individualista. De repente nos escandalizamos porque alguien puso una bomba en la casa de un oligarca, pero no nos escandalizamos de que todos los días en las villas miserias o en el interior del país mueran niños famélicos porque sus padres ganan sueldos de archimiseria. La idea fundamental me parece que es ésta: el cristiano tiene que dar la vida por sus hermanos de una manera eficaz. Cada uno verá, de acuerdo con su ideología, de acuerdo con la valoración particular que haga de la realidad, con 1a información que tenga, lo que tiene que hacer.
-¿Cuál debe ser la función de un sacerdote en países desarrollados como Francia, Inglaterra o Italia?
-Sin duda la misma que en la Argentina, en Bolivia o en Paraguay. También hay explotadores y explotados en Francia (el subproletariado argelino, el subproletariado español), hay miseria, hay villas de emergencia. Yo a esos países los llamo sub-desarrollantes, porque son países que viven de los pobres.
-¿Qué piensa que deben hacer los sacerdotes en sociedades socialistas?
-Cumplir con su función habitual: enseñar a amar. Yo no conozco China, pero tengo entendido que allí hay algo positivo: creo que ahora hay 700 millones de chinos que tienen pantalones y antes no sabían qué era usarlos. Lo que me preocupa de China es que pueda haber algo así como una especie de imperialismo cultural. Es decir, no me gusta que los chinos pretendan exportar su modelo de revolución a todo el mundo. Contra eso tendrían que combatir los sacerdotes, contra el dogmatismo político. Con respecto a los llamados países socialistas de Europa, pienso que son naciones que se encaminan cada día más rápido hacia el capitalismo, precisamente porque se metieron con corsés el socialismo. De todas maneras no me cabe la menor duda de que los pueblos son los verdaderos artífices de su destino y, aunque yo personalmente crea que el sistema menos alejado de la moral y del evangelio es el socialismo, se me ocurre que en la Argentina tenemos que hacer nuestra revolución, nuestro socialismo, que no necesariamente debe adaptarse a modelos preestablecidos. Además, estoy seguro de que ese proceso pasa, aquí por el peronismo.
-¿Cuál debe ser para usted la ingerencia de la Iglesia en cuestiones económicas y políticas? ¿Cómo justificar el poder económico, las relaciones de la Iglesia con el dinero?
-No se trata de justificar sino de analizar. El gran escándalo del Concilio Vaticano II fue que se tuviera que hablar allí de la Iglesia de los Pobres, cuando lo natural es que si la Iglesia viviera de acuerdo con la orientación clarísima que le dio Jesucristo, de acuerdo a cómo fue la Iglesia en los primeros siglos, cuando todos poseían sus bienes en común, repartidos según las necesidades de los fieles, no debería haberse mencionado el asunto. El cristianismo empieza a degradarse cuando se desarrolla el espíritu de propiedad, y al reconocerlo Constantino (año 313) como religión oficial del imperio, otorgándole a la Iglesia poder político. Lo natural, insisto, en el Concilio Vaticano, hubiera sido que se levantara un obispo y dijera: "Un momento. ¿Por qué Iglesia de los Pobres? La Iglesia también es de los ricos". ¿Por qué? Porque la Iglesia también tiene que evangelizar a los ricos, entendiendo por evangelizar a los ricos, ayudarlos a dejar de serlo. Lo cual no significa que tire todo por la ventana sino que ponga todos sus bienes al servicio de la comunidad. Es evidente que es un problema, porque si viene un empresario católico y me dice: "Yo me convertí, padre, yo quiero realmente vivir el Evangelio", no me queda otro remedio que contestarle que cambie radicalmente el enfoque de su empresa, dándole participación efectiva en las ganancias a todos los trabajadores. Claro, así la empresa se va a fundir en 15 días porque la competencia la mata. Entonces la otra respuesta para un empresario que quiera vivir realmente el Evangelio está en que se plantee seriamente el problema de la revolución.
-Eso es lo mismo que dejar de ser empresario.
-No necesariamente. Si Alberto J. Armando viene a mí y me dice "yo quiero cambiar" le contesto que bueno, que le saque todo el jugo a los capitalistas que lo rodean y que con su fabulosa inventiva le cree al pueblo situaciones en las que pueda ser realmente protagonista de su destino.
-A usted se lo acusa de pregonar una filosofía de vida casi rayana en el ascetismo, que no coincide con su manera de vivir, .más acorde - se dice- con hombres de su misma extracción social.
-Usted ve donde vivo: es un cuarto en una terraza de una casa de departamentos bacana, pero un cuarto al fin. Además es cierto: yo soy de origen oligarca, y eso tiene sus limitaciones. El hecho de que a mí nunca me haya faltado nada tal vez haya relativizado mi visión de las cosas. Pero también es cierto que a la oligarquía la conozco de adentro y sé, efectiva, concretamente, cuáles son sus corrupciones. De todas maneras, a mí no me falta absolutamente nada, pero trato de que no me sobren cosas.
-¿Cuáles son sus carencias afectivas? ¿No se siente frustrado como hombre?
-No me siento frustrado en absoluto. Pienso que desde el momento en que contraje el compromiso de ser célibe ante Cristo y ante la comunidad, me debo a él. Por supuesto, el celibato presume una lucha cotidiana. No solamente la lucha en cuanto se refiere al impulso sexual sino en cuanto a la soledad. El problema profundo no es el de la ausencia de contacto carnal, sino la soledad, así, simplemente. Esa es una tensión que vivo permanentemente y por la cual tengo que estar muy sobre mí mismo porque fácilmente se puede desvirtuar mi afectividad.
-¿Ese es uno de los principales conflictos que originó el éxodo de sacerdotes de la iglesia?
-Pienso que no, que las raíces de la crisis sacerdotal está en otro lado. Pienso que el sacerdote se siente inútil en muchos lugares; es decir: ha perdido el sentido de su vida. Para mí el sufrimiento más grande que puede tener un ser humano es sentirse de más. Y eso es lo que les pasa a muchos curas: se sienten funcionarios, burócratas, se sienten seres que viven una vida impersonal, se sienten castrados en todas sus posibilidades creadoras. En definitiva pienso que hay dos razones primordiales por las que hay sacerdotes que se van de la Iglesia: primero por el escándalo que les hacen -si ellos tienen alguna inquietud- las jerarquías clericales comprometidas con el dinero, comprometidas con el privilegio, comprometidas con el desorden establecido; segundo: por una crisis personal que no están capacitados para resolver en soledad.
-¿Usted piensa que la causa fundamental de la crisis sacerdotal se produce a raíz de una discutible actitud de los obispos, de las jerarquías eclesiásticas?
-Una reciente encuesta hecha en Brasil confirma eso. La crisis se origina principalmente en la ambigüedad de las posiciones de los obispos. Hay hombres extraordinarios como Helder Cámara comprometidos con su pueblo hasta el final, y hay otros como el cardenal Barros Cámara que, poco menos, está casado con el régimen. Entonces ya son tres las razones de la crisis. Hay una crisis personal: ya no se le encuentran sentido a esto de ser un funcionario Luego, es absurdo pertenecer a una institución que está junto a los privilegiados, y, finalmente, hay un problema real afectivo. La mayoría de los sacerdotes ingresaron muy jóvenes a los seminarios y no pudieron hacer una opción real por la mujer, Yo pienso que un sacerdote antes de hacer el voto de celibato tiene que haber tenido la posibilidad, no teórica, sino real, de enamorarse. Se me ocurre que hay muchos sacerdotes que no tienen relaciones con mujeres, pero sí las tienen con su auto. con e! dinero, con más intensidad todavía que si esos objetos materiales fueran mujeres.
-¿Qué piensa de los hippies?
-Creo que el fenómeno hippie es la manifestación más clara del fracaso de la religión. El hippismo es en el fondo una salida individualista, es reconocer que el sistema capitalista es inconmovible. Entonces yo, hippie, ¿qué hago? Me escapo, porque no creo que lo pueda cambiar. ¿Por qué dije que los hippies eran la evidencia de un fracaso de la religión? Bueno, porque ahora no se usa más la medallita del Sagrado Corazón, se usa el amuleto. El sacerdote se saca la sotana y se la empieza a poner el hippie. Es decir todo e! ritual que la Iglesia paulatinamente deja de lado lo adoptan los jóvenes inconformes. Pero en realidad e! hippismo es una .manifestación de cobardía. Hay una sola cosa positiva: ellos denuncian el sistema. Pero son temerosos, cobardes, aceptan el régimen.
-¿No teme que sus declaraciones molesten a la jerarquía eclesiástica?
-En absoluto. No creo que me traigan ningún problema. Mi actitud encuentra inspiración en la Populorum Progressio de Pablo VI, en los documentos de Medellín y, sobre todo, en los documentos de nuestros obispos, especialmente el Documento de Justicia (abril de 1969), donde se dice textualmente: "Después de un largo proceso histórico, que aún tiene vigencia, se ha llegado en nuestro país a una estructuración injusta. La liberación deberá realizarse, pues, en todos los sectores en que hay opresión: el jurídico, el político, el cultural, el económico y e! social." A estos documentos ciño mi actividad.

jueves, 15 de julio de 2010

Presidencia


por Lázaro Cárdenas

Todo me hace comprender que mi labor será ardua, que encontrare fuertes obstáculos oponiéndose a un programa de moralización, de mejoramiento económico de los trabajadores y de reintegración de las reservas del subsuelo. Pero tengo fe en que podré resolver todo esto apoyado en el pueblo y en la confianza que sepa inspirar al país con mis propios actos.
Las industrias extractivas como la minería y el petróleo, rinden fabulosas utilidades a las compañías extranjeras que se calculan en 300 millones anuales equivalentes al 10 % del capital invertido y en cambio poco contribuyen al beneficio y al progreso económico del País, ya que no existe proporción entre las utilidades obtenidas y los salarios, los que solo alcanzan un promedio del 15,25% del valor de la producción.
Las numerosas adhesiones que de todos los sectores del país he recibido, me obligan a aceptar mi postulación de precandidato a la Presidencia de la Republica que se llevara ante la Convención del Partido Nacional Revolucionario.
Consecuentemente, declaro sin subterfugios que asumiré toda la responsabilidad oficial del gobierno, si llego a presidirlo, aunque para determinar esa responsabilidad tuviese que solicitar la cooperación de la experiencia de los viejos y acreditados jefes de la Revolución ; pues no considero moral, ni justo, eliminar ese factor de encausamiento de las actividades sociales, tan solo en atención a falsos pudores de independencia y a la critica acerba que la torpeza y la necedad invocan como argumentos incontrastables cuando censuran nuestra disciplina de partido y nuestro espíritu de cuerpo, siendo que en el fondo de esa critica no hay mas que el deseo de dividir a los hombres de la Revolución , para debilitar al gobierno proveniente de ella y especular con nuestras disensiones.
Pero para cumplir con este programa en el que están considerados: impulsar la educación del pueblo; explotar las riquezas naturales con nuestros nacionales mismos; elevar el poder adquisitivo de los obreros; las distribución de las tierras a los pueblos que carecen de ellas; y desarrollar la industria del país por medio de la organización cooperativa de los trabajadores, es indispensable que los pueblos se organicen para que las mismas organizaciones sean el mas fuerte sostén de sus propios intereses.
Solo el Estado tiene un interés general y, por eso, solo él tiene una visión del conjunto. La intervención del Estado ha de ser cada vez mayor, cada vez más frecuente y cada vez más a fondo.
Para ayudar a resolver este serio problema, tenemos el reciente programa que aparece en la plataforma del movimiento revolucionario: fomentar y organizar la explotación de nuestros recursos naturales bajo las normas y sistemas de socialización, iniciadas claramente en el plan sexenal.
Debemos combatir al capitalismo, a la escuela liberal capitalista que ignora la dignidad humana en los trabajadores y los derechos de la colectividad; pero el capital que se ajusta a las nuevas normas de justicia distributiva, que garantiza buenos salarios y cumple los derechos esenciales de las clases trabajadoras, ese capital merece las plenas garantías y el estimulo del gobierno.
Intensa campaña se viene haciendo en contra del Gobierno en todo el país por elementos partidarios del general Calles. Estos individuos que con su conducta inmoral han traicionado a la Revolución y al propio general Calles dirigen andanadas de intrigas en contra del Gobierno al sentir que pierden sus posiciones de lucro.

lunes, 12 de julio de 2010

Discurso-programa de su candidatura presidencial (1945)


por Jorge Eliécer Gaitán

Casi todos los movimientos sociales y políticos que han transformado a un país o alterado la historia del mundo han aparecido en forma sorpresiva. Pero estaría equivocado quien obtuviera de tal hecho, la índole de su naturaleza, porque siempre, al profundizar en la investigación histórica, se ha encontrado en cada uno de los grandes actos humanos colectivos una serie de antecedentes metódicos, que pueden seguirse desde su iniciación embrionaria hasta su culminación en la forma definitiva de su fuerza y contenido.
Al contacto de las realidades vividas; de los anhelos destrozados; de las ansiedades legítimas incumplidas; de los clamores de justicia no escuchados; de las afirmaciones de la verdad desconocida o negada; del bien o del amor ultrajados, van formándose, metódica y silenciosamente pero de manera inexorable, nuevas formas de anhelo, distintas concepciones de equilibrio, diversas inquietudes de la voluntad hacia un sistema más adecuado y justo de la vida. Y cuando estos elementos irrumpen en un momento dado, el calor de un pretexto de apariencia exigua pero profundo y demoledor como una chispa sobre materias inflamables, quienes habían creído dotar a su poder; a su dominio, a su sistema, de unas características de apariencia indestructible, son los primeros poseídos por una sensación de sorpresa y desconcierto.
Tal fue lo que experimentaron los poderes que mantenían la hegemonía del mundo ante la presencia de la nueva concepción de vida que aportaba el cristianismo. Y una incredulidad desorientada recibió los primeros indicios de turbión anónimo, desheredado y proscrito que se lanzaba a transformar la política y la filosofía universales en el crisol de la Revolución Francesa.
No ha operado jamás de otra manera el proceso histórico. Nunca en la sucesión de los acontecimientos se han presentado actos milagrosos. En la trayectoria que han seguido todas las civilizaciones y en las tormentas donde se han cumplido transformaciones esenciales, han actuado en dramática y fecunda contraposición, dos fuerzas que culminan en dos estados psicológicos. De un lado aquellos a quienes el poder, como siempre, adormece y estanca; a quienes la embriaguez del dominio recorta y amengua en su ambición creadora; a quienes el ejercicio del mando destruye el impulso de la inconformidad; a quienes por actuar en ambientes de beneficiados se les hace sordo el oído para escuchar el clamor subterráneo que se incuba y vibra como un presagio de tempestad. De otro lado aquellos que producen este mismo clamor; los que fuera, en la escuela, en el rancho desolado del campesino, en el taller sonoro del artesano, en el alma de la madre y en el seno de la juventud; en la mente del industrial y del comerciante, van gestando un nuevo destino de vivir; una nueva ansiedad en la forma y en la organización de la sociedad.
Y como la vida verdadera es dinámica, anhelo de superación, voluntad de progreso, presencia de mejores concepciones, un día, cualquier día, el distanciamiento de esas fuerzas encontradas, la una visible y radiante, la otra culta y adiva, llegan a la saturación y se presentan altivas y batalladoras. Y en medio del silencio narcisista o contra la represión violenta; por encima de la propaganda engañosa que intenta falsear la realidad, de los socavones de la conciencia colectiva van brotando nuevos filones, van poniéndose en circulación nuevas ideas. Sobreviene el choque. Y de él quedan un nuevo sistema y un método nuevo, fundados en la marcha inexorable del progreso humano.
Tal hecho evidente constituye una explicación, siquiera sea muy fugaz, de vuestra presencia en este recinto para expresar el respaldo a un movimiento, que en el presente caso yo encabezo, en la más vasta e imponente de las manifestaciones políticas de que haya noticia en los anales ciudadanos de Colombia.

El destino providencial del hombre

Yo no creo en el destino mesiánico o providencial de los hombres. No creo que por grandes que sean las cualidades individuales, haya nadie capaz de lograr que sus pasiones, sus pensamientos o sus determinaciones sean la pasión, la determinación y el pensamiento del alma colectiva. No creo que exista ni en el pretérito ni en el presente un hombre capaz de actuar sobre las masas como el cincel del artista que confiere caracteres de perennidad a la materia inerte. El dirigente de los grandes movimientos populares es aquel que posee una sensibilidad, una capacidad plástica para captar y resumir en un momento dado el impulso que labora en el agitado subfondo del alma colectiva; aquel que se convierte en antena hasta donde ascienden a buscar expresión, para luego volver metodizadas al seno de donde han salido, las demandas de lo moral, de lo justo, de lo bello, en el legítimo empeño humano de avanzar hacia mejores destinos.
Si tenemos en cuenta las circunstancias en que este movimiento ha podido lograr tan caudaloso impulso, podemos comprobar cuál es su armonía, con el querer de la realidad nacional. No se ha logrado al amparo de una mecánica política que viola acomodaticiamente y en acuerdo con sus intereses los estutos del partido, al cual pertenecen estas masas entusiasmadas; ni halagando en cada municipio y en cada aldea la aspiración personal de los caciques que se constituyen en comités o en directorios; ni falsificando registros electorales; ni gozando del apoyo financiero de especuladores que llegan a la política sin la sagrada ambición de salvar principios, sino con la codicia de realizar inversiones provechosas; ni al amparo de convenciones y directivas que falsean la opinión popular; ni con el patrocinio de la prensa opulenta sino más bien luchando contra su engaño o contra su silencio; ni con las influencias oficiales que directa o indirectamente coaccionan el espíritu de los ciudadanos en municipios y departamentos.
No ha contado este movimiento con nada de este artificio que constituye y sostiene el país político. Lejos de ello, marcha contra la existencia y el aprovechamiento de esos recursos para adulterar la verdad democrática y buscar restaurar los principios y los fundamentos de esa verdad, sometidos a la alquimia de la simulación.
En frente de este movimiento cuya realización representa el clímax de un largo proceso, algunos podrán preguntarse cuál es la causa que lo ha producido y cómo se ha verificado el hecho insólito de que los poseedores de todas las preeminencias y de todos los privilegios se encuentren solitarios, en tanto que aquellos a quienes se suponía solitarios se hallen en tan poderosa campaña. Y no podrán, ni ellos ni quienes traten de encontrar una explicación eventual, hallar otra distinta a la de que él interpreta el angustioso anhelo de mirar hacia el porvenir, con el pensamiento y la acción que agitan a la mayoría absoluta de los hombres que hemos tenido la fortuna de nacer en esta patria grande, noble e ideal.

Restauración moral de la República

Nos ha bastado proclamar que aspiramos a la restauración moral y democrática de la República. Y esa fórmula diáfana y sencilla ha sido entendida por las gentes de Colombia con toda la fuerza real y trascendente que encierra su contenido. Solo los que integran y especulan con el país político no encuentran en ella mérito ni sustancia, unos por dañada intención y otros por culpable ceguera. Con fundamento sólido los pensadores y exégetas del mundo presente, cuya misión consiste en organizar los elementos dispersos de que se compone la verdad social de un país, nos recuerdan con énfasis que el primordial de los problemas que confronta la actualidad es el problema moral. Y cuando dicen problema moral no enuncian una frase vana de significación teórica, ni una simple norma de carácter doméstico para la convivencia entre los miembros de la familia, ni aun la simple pulcritud en el manejo de los bienes públicos. Ellos saben, y nosotros lo sabemos también, que la moral, socialmente entendida, es todo eso y algo más que todo eso. Cuando decimos moral, definimos la fuerza específica de la sociedad.
Las leyes de la vida exigen para su conservación que los organismos mantengan el régimen de equilibrio que les es propio entre sus elementos componentes. Y si a la sociedad se la ha considerado como un organismo es porque en ella actúan diferentes elementos, a veces contrapuestos, que en su equilibrio le dan unidad, sostienen su existencia y permiten su progreso. La moral es la más evidente, real y concreta de todas las realidades sociales. Porque es un derivado, una culminación de experiencias, de rectificaciones y de ensayos, de angustias rechazadas y de alegrías conseguidas, que en la intensidad de un largo proceso llegan a constituir la norma de la conducta, el método de hombres que viven en común, sobre la base de limitar sus designios, conservar sus derechos, impedir los abusos, santificar la verdad y desarrollar el trabajo en una escala ascendente de compensaciones merecidas. Cuando estas normas se quebrantan o se amenguan, se produce como consecuencia inexorable la anarquía. La moral, unidad de conducta en el tiempo y en el espacio hacia un fin determinado de civilización y de cultura, se extiende a todas las relaciones entre los hombres, desde las materiales hasta las que se desarrollan en el más alto plano de la espiritualidad.
No es de esperar que los hombres que tienen de la política una concepción simplemente mecánica; que gozan de la sensualidad del mando por el mando mismo; del poder por el poder mismo y de la ganancia por la ganancia en sí, puedan sentirse impresionados por la consideración o el respeto de estos principios, porque su buen éxito depende de la inexistencia de estas normas.
Basta recordar la época crepuscular de los diversos ciclos de la civilización humana para descubrir que esos ocasos han sido señalados por el quebrantamiento de las normas de la moral; lo mismo en la agonía de la civilización egipcia que en las postrimerías del Imperio Romano; en la decadencia del Renacimiento lo mismo que en la desaparición de las monarquías absolutas.

Período de transformación de la civilización humana

A los hombres de las actuales generaciones nos ha correspondido el doloroso privilegio de asistir a la transformación de uno de los períodos de la civilización humana. Es doloroso, porque la crueldad y la violencia, que son propias de estas transformaciones, martirizan y desangran a la humanidad que las padece; pero es privilegio porque con fe actuante en un destino mejor, nos es dable convertimos en el eslabón que vincule las buenas cosas ganadas en el pasado, a costa de luchas cruentas, con las ventajas que el futuro debe traer a la humanidad.
Las democracias acaban de librar victoriosamente, en sangrientos campos de batalla, con denuedo y sacrificio increíbles, la más dramática y heroica contienda de la historia contra el más estruendoso sistema de descomposición moral de nuestro tiempo sintetizado en el nazismo y el fascismo. La abominable ostentación de estas cristalizaciones del mal no radicaba propiamente en su estructura material, en su organización, en sus nombres, en sus grandes equipos militares, en la acumulación de elementos destructores. Todo ese poderío no era sino el instrumento para lograr la victoria de la violencia contra las normas morales de la civilización cristiana. El hombre, según esos principios bárbaros, no representa un valor por sus atributos intelectuales sino por su impersonal aceptación del dominio y el sentimiento de los detentadores del poder. La honradez no es una cualidad indispensable en el mismo grado que la habilidad y la sumisión al servicio del sectarismo. La ciencia no representa una luz en el descubrimiento de la verdad, sino un elemento utilizable para las perversas intenciones de la política predominante. A su servicio, la prensa ignora maliciosamente la realidad del mundo o desfigura los hechos con el solo criterio de la utilidad que tal conducta representa para las fuerzas imperantes. La piedad humana se convierte en una sensiblería, indicio de debilidad. Lo importante no es la doctrina sino la táctica. La mecánica política del estado significa más que los principios éticos, los cuales se convierten en un bagaje irrisorio. La sinceridad es un impedimento y la hipocresía un invencible instrumento de lucha. La doctrina es un pretexto y la obra una simulación. Todo se convierte para aquellas fuerzas del mal en un medio para conspirar contra la clemencia, para destruir la igualdad de las razas, para desconocer el derecho de los débiles, para encadenar la libertad de los espíritus, para demoler la lealtad familiar, para tergiversar la verdad científica, para adulterar la expresión sincera del arte. Todo se utiliza con los principios morales, o sea contra las normas de conducta, conquistadas por la humanidad al cabo de profundos afanes y varoniles luchas para transitar decorosamente por el camino de la vida.
Dicha dramática situación ha sido el natural epílogo de la utilización impiadosa que las fuerzas minoritarias hicieron de las grandes conquistas logradas por la ciencia y por la técnica en el iluminado siglo XIX. Los extraordinarios valores que la civilización aportó; la obra persistente y prodigiosa de la química, la mecánica, la electricidad; de los descubrimientos biológicos, de las comunicaciones, fueron usufructuados sin obedecimiento a consideraciones de moral social ninguna y con el único objetivo de dar mayor ventaja a los grupos preponderantes. De ahí que descubrimientos y conquistas que han debido aligerar la carga de desventuras que soporta la humanidad, se trocaran en fuentes de mayor sufrimiento, mayor explotación y mayor miseria.
Cuando la codicia sin nombre necesitó provocar guerras, la sangre de los hombres tuvo que pagar su tributo. Si los fabricantes de la muerte en un país tenían que unirse con los fabricantes adversarios, así lo hacian. Si las lujuriosas fuerzas del oro en Inglaterra encontraban ventajoso el aceitar con su dinero la homicida maquinaria germana, no había vacilación para proceder.
No existiendo sino la perspectiva del usufructo de las pequeñas minorías oligárquicas, sin obedecimiento a una conducta interior presidida por los principios inmanentes de bien, de derecho y de verdad, las fuerzas dominadoras se limitaron en un principio a negar la legitimidad de los reclamos de la necesidad humana, guardando silencio sobre los problemas sociales. No sirviendo de valla este silencio, impotente como todos los silencios contra la voz de las gentes que reclaman justicia, vino la represión violenta; insuficiente ésta para apagar el fuego interno de las conciencias ofendidas, se empleó la simulación. Y así el mundo presenció el espectáculo de un fascismo y un nazismo sostenidos, estimulados y mantenidos por el apoyo de los más afanosos ganadores de bienes con el menor esfuerzo, que hacían alarde de principios socialistas, no porque tal fuera el propósito, sino porque el disfraz servía para el mejor aprovechamiento de las fuerzas renovadoras por la lujuria de su empeño.
Todo ese proceso culminó con el poderío material sin precedentes que produjo el cataclismo guerrero y la empresa de destrucción más grande que la historia haya contemplado. El instrumento material fue destruido, pero queda la tarea, quizás más ardua, de empeñarse contra las causas de desajuste social que lo engendraron.
Y como se trata de un proceso de carácter histórico; y, como el pueblo colombiano vive dentro de la historia, aun cuando hasta nuestro suelo no hubieran llegado las fortalezas móviles de acero, los síntomas de la universal descomposición que va más allá de los hombres y de la estructura externa de los partidos se han hecho sentir en la conciencia nacional. Por todo ello podemos afirmar que nuestro programa no encuentra su sola base en las: simples afirmaciones circunstanciales para fines del momento. Nuestro objetivo interpreta esa expresión de fuerzas defensivas que cada país moviliza cuando siente en peligro sus virtudes esenciales, con el mismo tesón con que el organismo individual, sin casuística ni vanas alegaciones, apresta sus defensas y organiza sus ejércitos contra los elementos que tratan de perderlo en esa gran contienda silenciosa que a cada hora y a cada instante se libra entre la vida y la muerte.
También así queda explicado por qué nunca hemos entendido que el tremendo desajuste que de tiempo atrás registra la vida colombiana pueda ser circúnscrito a causas simplemente transitorias, anecdóticas o efímeras, sino que es el resultado de una abominable realidad histórica que no puede ser corregida con ardides estratégicos, con jugadas circunstanciales, con habilidades curialescas, con simples enmiendas burocráticas, sino abocándola en conjunto, con un cambio de frente, con la creación de un clima distinto.
No pueden tener carácter circunstancial, anecdótico o personal los síntomas del ambiente que contemplamos y cuyas más visibles demostraciones son la impresionante inversión de las jerarquías intelectuales y morales en la dirección o la gerencia de la cosa pública, y el desplazamiento de todos los valores por el repugnante héroe electoral. Ni el químico, ni el agricultor, ni el ingeniero, ni el mecánico, ni el electricista, ni el agrónomo, ni el médico, ni el industrial, ni el técnico, pueden ocupar por sí mismos sitio en la dirección pública del país a pesar de ser las verdaderas fuentes creadoras. El ganador de elecciones impera sobre los fueros de la capacidad y se ha convertido en la verdadera fuente de influencias ante las más altas dignidades. Una atmósfera desoladora de miserias cotidianas ha ido desbastando en el ánimo de las juventudes el ímpetu de la ambición creadora, el goce de la seria investigación científica, la paciencia en la preparación que exige una victoria merecida. El Estado en sus aspectos varios es mirado como botín de guerra hasta por el más modesto empleado, quien ve en el cargo una remuneración a su transeúnte tarea eleccionaria, pero no un sitio de servicio.
De todo ello proviene la opacidad de las fuerzas del ideal que todos advierten y que constituyen el venero insustituible de toda realización, sin que haya necesidad de ponderarlas pues todos saben en qué consisten aunque no puedan definirlas, como no es posible definir ninguna de las entidades fundamentales de la especie, ni el amor, ni la vida, ni la muerte. Impera un maridaje inadmisible entre política y negocios, el cual contradice el sentido que los colombianos tenemos de aquélla, pues bien sabemos que cuando las altas dignidades se otorgan solamente como premio al esfuerzo y a la virtud, resultan compensación mucho más seductora que la misma del dinero. La corrupción interna de los partidos se ha elevado a niveles que causan desconcierto. El proceso de selección de los escogidos a través de asambleas, convenciones y comités está convertido en bolsa negra de todas las concupiscencias, retrayendo de la política, o sea del servicio público a quienes por tener profesiones y oficios no quieren arriesgarse en ajetreos para los cuales se sienten cohibidos por la dignidad de su vida.

La corrupción electorera

Una propaganda aviesa ha reemplazado el convencimiento y convertido en capitanes de revolución a satisfechos gozadores de la cosa pública y en agentes reaccionarios a los hombres de avanzada. El respeto a la Constitución y a la ley está suplantado por la habilidad para los pretextos tendientes a justificar su violación. De este caos surgen militares que olvidan nuestra incancelable devoción por las normas de la vida civil y pretenden hacernos retroceder a tiempos primitivos con mengua de nuestras costumbres cívicas, y quienes aplican sanciones con desprecio de normas constitucionales y legales de universal acatamiento en el mundo civilizado. La obra y la realización son sustituidas por el fatigante método de las promesas. La mayoría ciudadana está ausente del deber de intervenir en las elecciones, mientras en algunos lugares los políticos intentan la corrupción por medio de la compra del voto, y en otros establecen el imperio de los mismos vicios de fraude de ayer y anteayer. Se habla espectacularmente de la defensa de los hogares obreros y de la clase media, al mismo tiempo que las entidades públicas desarrollan la más escandalosa labor de propaganda alcohólica y de estímulo al juego. Los funcionarios se ufanan de su creciente triunfo en el comercio de tósigos embriagantes que la raza paga al precio de su degeneración. En fin, es innecesario continuar enumerando lo que todos sabemos y todos confesamos, con la diferencia de que unos lo decimos en público y otros practican la táctica de callarlo, pues juzgan más importante la conservación de sus privilegios, que reposan sobre la santidad de la mecánica política.

Un movimiento afirmativo

De aquí la diferencia que para cualquier observador resulta patente entre el objetivo de la literatura política de hoy y la que inspiraba la de los grandes varones de la nacionalidad. El encomio, estímulo y defensa de las virtudes primordiales del hombre, que eran esencia en las admoniciones políticas de un Santiago Pérez, de un Miguel Antonio Caro, o de un Rafael Uribe Uribe, tendría hoy el valor de una ingenua y cándida impertinencia. Y, sin embargo, ¿qué vale en un país de incipiente formación como el nuestro, hablar de reformas en la mecánica administrativa, de cambio en la conformación de la estructura del Estado, de logro de posiciones para uno u otro partido, si el gran valor de donde arranca y en donde confluye todo el empeño de la actividad pública, o sea el hombre, se mueve en un ambiente que no sólo es propicio sino que antes perjudica las bondades fundamentales de donde lo demás proviene? Si el clima no es estimulante y apto para formar la voluntad tenaz e indomable; para acrecentar la noción de las obligaciones contraídas con la comunidad, no hablemos de obra fundamental ninguna, pues sólo el hombre concebido en la plenitud de sus atributos físicos, morales e intelectuales, es capaz de realizar el ideal de un pueblo disciplinado, justiciero y fuerte.
Por eso a quienes nos inculpan de que hacemos una obra negativa de censura, les decimos que como este es un movimiento que arranca de los orígenes de un gran problema nacional y de un delicado momento histórico, incapaz de satisfacerse con el solo tratamiento localizado de hechos que son efecto y no causa, la forma al parecer negativa, representa un valor afirmativo de muy definidos perfiles. Quien sólo tiene como perspectiva de acción la objetividad limitada, puede emplear la sola forma positiva. Pero cuando la concepción es orgánica, cuando se aspira a interpretar la modalidad funcional de un estado social entonces el método de expresión tiene que ser otro, por la vastedad de lo contemplado. De ahí que el derecho emplee un modo al parecer negativo cuando establece que todo lo que no está prohibido por la ley es permitido. De ahí que el decálogo cristiano, resumen esencial de una civilización, se exprese en forma aparentemente negativa al decir: no matarás, no robarás. Cuando nosotros censuramos hechos, procedimientos y actitudes, pretendemos afirmar que debemos hacer todo lo contrario y que tenemos la sensación de poderlo realizar.

Un movimiento en marcha

Se me podría observar que en medio de ese desorden se han hecho cosas buenas y con gusto lo reconozco. Pero afirmo que en la concepción de la lucha por el Estado no puede prevalecer la psicología del avaro que se regodea con las riquezas obtenidas, sino la del navegante que deja atrás el camino recorrido y sólo se preocupa por vencer el escollo que obstaculiza su ruta, poniendo todos los medios para salvar las dificultades futuras, con el ansia permanente de llegar al puerto perseguido.
Y como siempre se ha dicho que la mejor manera de probar el movimiento es la de moverse, puedo afirmar que nuestra lucha ha tenido la fortuna de poner en función su programa, casi apenas iniciada. ¿No estamos acaso dando el ejemplo de que sí hay medios capaces para luchar contra el grave mal de la indolencia ciudadana respecto de los grandes problemas públicos? ¿No estamos demostrando a la juventud, con la más práctica y por eso más fecunda de las lecciones, que en política la sinceridad y la verdad no conducen al fracaso? ¿Que se puede ser leal consigo mismo, que el triunfo en la vida no hay que esperarlo del caprichoso patrocinio de nadie, sino de la propia energía acumuladora, cuando la conciencia arde como una llama en permanente holocausto a la verdad? ¿Que ante la conciencia pública el prestigio de los hombres depende del historial de su propia existencia y no del alzamiento o el vituperio dispensados sin acato a una valorización de méritos intrínsecos? ¿Y no es por sí misma una saludable revolución de las viciadas costumbres políticas ésta de que estamos dando ejemplo ahora, según la cual la designación de los mandatarios de un pueblo dejó de ser patrimonio exclusivo de reducidas asociaciones que laboran en el camino de la maniobra, lejos de la voluntad popular que apenas simulan respetar?

La verdadera democracia

Porque la otra sencilla enunciación que hemos hecho es la del sentido democrático auténtico de la República. Restaurar la democracia hemos dicho. En lo político, la democracia se expresa por la libertad que exista para hacer oposición a las fuerzas que tienen la personería del Estado.
En un régimen democrático la existencia de la oposición no se explica ni por generosidad, ni por benevolencia de la fuerza gobernante. Es apenas expresión del funcionamiento de la democracia, que así limita, contiene y estimula al que manda, sustrayéndolo a la posibilidad de cualquier abuso. Ello quiere decir que la oposición no puede estar condicionada a las necesidades del gobierno, sino que en presencia de los actos de éste determina las fuerzas de contrapeso que en su entender sean justas; que lo serán si los actos del gobierno dan base a su éxito, o sufrirán el descrédito por inocuas cuando resulten infundadas o pérfidas.
Y en el funcionamiento del Estado esas fuerzas de equilibrio están representadas por la autonomía de las funciones que son propias a cada una de las ramas del poder público, el ejecutivo, el legislativo y el judicial, en orden a la armonía de un Estado de derecho. Cuando sus determinaciones se hallan influidas por quienes llevan la personería del ejecutivo, la fuerza equilibrante, esencial a la democracia, sufre rudo quebranto y los males en la práctica pasan a ser ilimitados. Nadie en Colombia puede negar de buena fe que no es urgente dar efectividad a dicha norma. Por su parte el órgano legislativo necesita recuperar su dignidad y la autonomía que le es propia. Congresos que aparezcan como simples emisarios de la voluntad del ejecutivo según casos que todos conocemos, atentan contra la sustancia de la democracia. No puede haber pretexto, razón, ni causa para que existan parlamentos que no se inspiren en su propia conciencia sino en el halago o el temor para subordinarse a las decisiones del órgano ejecutivo. El país sabe que esa autonomía funcional del Parlamento no actúa y que debe se restaurada.

También hemos invitado a las gentes a la defensa de la democracia como realidad actuante y no como simulación verbal, porque los colombianos saben que la vida del municipio, base de todo desarrollo armónico, se halla bajo el imperio de gamonalatos de cuyo dañado albedrío dependen los bienes municipales, sin otro propósito que el de obtener ventajas en el orden burocrático o en el orden económico para el grupo predominante de turno, o para los suyos, o para quienes les proporcionan la ayuda electoral. De ahí que los repugnantes gamonalatos, a pesar del desprecio unánime que por ellos se siente, sean tratados por el país político con todos los miramientos, en forma que de su voluntad ignara depende el nombramiento y la estabilidad de nuestros empleados y funcionarios y hasta la propia orientación de las obras públicas. Naturalmente que todo esto y mucho más, parte del presupuesto de que haya la energía suficiente y la decisión inquebrantable de hacer coincidir la obra con las intenciones enunciadas. Porque en el solo plano de los propósitos y de los programas, entendidos como una enumeración catalogada, nadie en Colombia tiene derecho a quejarse. Esa queja logra fundamento cuando se pide que las intenciones se concreten en realidades y los programas en hechos. Mucho hemos hablado del problema de la tierra, pero las buenas intenciones no corresponden a la realidad operante, pues al contrario, nadie ignora que las normas legales expedidas sólo lograron colocar en peor situación a trabajadores y propietarios.
Mucho se ha hablado del órgano judicial, pero lo cierto es que después de tanto esfuerzo verbal sigue vigente la existencia de un cuerpo dependiente de la intriga personal o política, con la sola variante del sitio en donde ésta debe hacerse. La justicia sigue confinada en sucios recintos, que le roban todo respeto a la grandeza de su cometido y sus servidores carecen de instrumentos de trabajo y de seguridad en el porvenir.
Con no menor énfasis se ha hablado de la necesidad de una carrera diplomática y por ahí existen unas leyes inoperantes por sobre las cuáles actúan el capricho, el regalo amistoso o la necesidad de satisfacer con este ramo, olvidos, supresiones e incompetencias. Todo en mengua del prestigio internacional del país, que no puede fundarse ni sostenerse con la imprevisión y el azar característicos de nuestra diplomacia. Y esto sucede a la hora en que la mayor parte de las naciones suramericanas lograron ya organizar sus cancillerías con la tendencia de fijar una política internacional coherente y de prestar apreciables servicios en lo interno por la eficacia de sus departamentos técnicos. Tampoco ha sido escasa la literatura sobre una carrera administrativa, pero lo cierto es que las normas logradas no cambiaron en mucho la esencia del problema y que continúa sometida al mismo criterio de la recomendación y el capricho.
Los ciudadanos quieren y necesitan una administración fácil, rápida, eficaz no entrabada por el papeleo inútil ni por el molondrismo enmarañado que convierte en problema heroico la resolución de sus pedimentos o demandas. Y esto no puede lograrse con teóricas normas llamadas a enriquecer los polvorientos archivos, sino con una dinámica humana, con el ejemplo real de los jefes, con el ascenso para el que trabaja y es capaz, con la exclusión de los ineptos. Muy abundosos en la expresión verbal hemos sido en relación con el problema de la inmigración extranjera. Otros países de nuestra América han derivado inmensos beneficios de ella y los han logrado por tener un sistema y poseer un objetivo. En cambio nosotros la hemos dejado en brazos del azar, sin método y condicionada también al mercado de las influencias. Nosotros, lo mismo que los demás pueblos jóvenes, necesitamos el aporte de una inmigración que desarrolle actividades técnicas y creadoras; que ofrezca posibilidades de adaptación estable y de compenetración con nuestro medio. Pero en nada nos favorece la afluencia de elementos que permanezcan como extraños; que representen una simple especulación interna, diaria e improductiva; que desalojen a los connacionales de las actividades que desarrollaron con su propio esfuerzo, que utilicen medios de corrupción para su medro, o que lleguen con el solo ánimo de hacer rápida fortuna mediante la explotación de nuestros trabajadores humildes, a quienes tratan con insolencia que contrasta con el servilismo empleado ante quienes gozan de influencias y poder.
Nadie podrá olvidar lo mucho que se ha hablado sobre reforma penal y carcelaria, pero a pesar de las buenas medidas teóricamente concebidas y dictadas, continúa en pie una gran tarea de realizaciones que logren la solución de este problema, el que en la práctica es ejemplo de adefesios y símbolo de innoble barbarie. La consigna del mundo moderno en administración pública se resume en la eficiencia y ésta no puede existir sin la organización; y la organización es fruto de un empeño real, decisivo y humano, no producto de la simple enunciación. No son pocos los dineros que gastamos en educación, higiene y labores agrícolas, pero ello no da el rendimiento que podía esperarse, por falta de una adecuada armonía entre los órganos y entidades que los tienen a su cargo, con los fines que deben proponerse. Para impedir las saludables rectificaciones saltará siempre el mundillo de los caciques, de los intereses y los interesados del país político. Más importante que la obra, que para ellos sólo representa un halago electoral, les resulta el controlar la facultad de hacer nombramientos, de dispensar contratos, que son la base esencial de su indigno poder.
No puedo acompañar a quienes piensan que la capacidad ejecutiva del mandatario; la energía que utiliza para vencer obstáculos y saltar sobre los prejuicios; la decisión de no esquivar el cuerpo a los problemas, constituye un serio indicio de temperamento dictatorial. Esa ha sido la concepción y la propaganda de las dictaduras modernas contra la democracia. Pero el pueblo no puede seguirla. Ella es fórmula decadente, inepta para las realizaciones, fácil para el desgreño, ausente de seriedad, rica de verbalismo. Yo tengo el concepto de que la democracia, repudiando la escoria de los ineptos que a su sombra pretenden alimentar su pereza, es un sistema que puede ser más eficiente que la dictadura.

viernes, 9 de julio de 2010

Las dos políticas


por Enrique Rivera

Concluimos nuestra nota anterior haciendo referencia a la "federalización o capitalización de Buenos Aires", lograda en 1880 por la fuerza de las armas, con la cual se cierra el terrible y sangriento período de la "organización nacional", iniciado el día siguiente de la batalla de Caseros. Precisamente en torno a la "Cuestión Capital" se produjo el primer enfrentamiento entre la oligarquía de Buenos Aires y el General Urquiza. Este, que había ya convocado a los gobernadores de provincias a reunirse en San Nicolás, citó a un grupo de notables porteños pocos días antes con el propósito de allanar cualesquiera diferencias que pudiesen malograr aquella convocatoria. La conversación se llevó a cabo el 5 de marzo de 1852, en la quinta de San Benito de Palermo, que había pertenecido a Rosas. En la oportunidad se dió lectura a un proyecto preparado por el Dr. Juna Pujol, un correntino asesor de Urquiza, el que sería puesto a consideración de los gobernadores.
Uno de los artículos del proyecto declaraba a la ciudad de Buenos Aires capital de la Confederación y otro nacionalizaba "su territorio. propiedades públicas, su Aduana, establecimientos y empleados". Todos los participantes porteños de la reunión hicieron conocer su opinión absolutamente contraria a sus artículos. Coincidieron en ello hombres que habían militado en las filas del Rosismo (como el general Guido y el Dr. Vélez Sarsfield y el Dr. Valentín Alsina (jefe del partido unitario y rivadavianao convencido). También otros pertenecientes a la nueva generación como el Dr. Vicente Fidel López, el Dr. José Benjamín Gorostiaga y Francisco Rico. Pujol se quedó solo con su proyecto.
La actitud del Dr. Valentín Alsina pudiera parecer especialmente sorprendente si agregamos que el proyecto de capitalización que leyó Pujol no era otro que la ley sancionada por el ex presidente Rivadavia y el unitarismo en 1826. La explicación de la paradoja es sencilla. El país estaba gobernado de hecho por el vencedor de Caseros, un provinciano.
El unitarismo había capitalizado Buenos Aires en 1826 cuando el poder le pertenecía para potenciarlo mediante la posesión de la renta aduanera del puerto único.
En cambio, aceptar ahora la federalización implicaba que el tesoro y el crédito público fueran a manos de Urquiza primero y del gobierno que después resultare del congreso constituyente nacional.

Unitario y federal

Durante muchos años se atribuyó a José Hernández la paternidad de un célebre folleto intitulado Las dos políticas, que ha sido considerado como "el alegato más formidable" en la defensa de la unidad nacional y publicado en 1866. La crítica histórica reivindicó posteriormente la autoría para el poeta entrerriano Olegario Andrade. Pero la atribución no era caprichosa. Ambos, con ligeros matices, sostuvieron las mismas ideas, que no son otras que las expresadas por Juan Bautista Alberdi, teórico de esa generación.
Vale la pena reproducir aquí algunos párrafos de Las dos políticas, cuya lucidez no deja nada que desear y que muestran la política bifronte de la oligarquía bonaerense, unitaria o "federal", según las circunstancias.
"La historia dirá algún día que ha existido en Buenos Aires un partido localista y retrógrado que se ha llamado Unitario, que ha sido el apóstol fervoroso de la "unidad indivisible"... hasta que se convenció de la impotencia de sus afanes por la absorción de las soberanías locales en una sola soberanía nacional. Y que se ha llamado Federal, que ha proclamado la federación pura, que ha querido organizar el país por medio de una simple alianza de territorios independientes, cuando ha comprendido que esta federación importaba la ausencia de un gobierno supremo, y eternizaba de este modo el provisoriato de nuestra legislación comercial, ponía en manos de Buenos Aires la renta de la Nación y la dirección de la política exterior.
"Unitario, hasta que la fuerza de las armas obligó a firmar a Buenos los tratados domésticos de 1820 y 1831, en que reconocía como igual en derechos políticos a cualquier otra provincia argentina, prometiendo a los pueblos vencedores que la navegación fluvial iba a ser arreglada en el interés de toda la Nación, promesa retardada indefinidamente bajo frívolos y caprichosos pretextos, hasta que la espada de Caseros cortó las cadenas que cerraban la embocadura de nuestros grandes ríos.
"Federal mientras este sistema ha significado el aislamiento, que convertía en propiedad de una provincia el territorio y la capital de las otras (referencia a la ciudad de Buenos Aires) mientras este sistema significaba los beneficios de un gobierno regular en Buenos Aires y el desquicio y la desolación de las demás provincias, sistema consagrado en los pactos y convenios interprovinciales, en la constitución local de Buenos Aires de 1854, en la célebre ley de 1833, en la autorización dada al general Rosas para ejercer la suma de poder público, sin más limitaciones que no atentar contra la religión ni alterar el sistema federal establecido.
"¡Partido de mercaderes políticos, que ha negociado con la sangre y los sufrimientos de la República! ¡Partido sin fe, sin dogma, sin corazón, que mientras azuzaba a los pueblos a que se despedazacen en el ensangrentado circo para divertir a los Césares, ha estado haciendo los cálculos del provecho que le produce la desunión y el desquicio de la República".

El estado de Buenos Aires

Urquiza, al advertir la unánime oposición a los artículos que disponían la federalización de Buenos Aires y la aduana, resolvió no insistir en ello para no echar al traste su política, tendiente a una conciliación y optó por dejar que el problema quedara en definitiva a resolución del futuro congreso constituyente. Confiaba que en el seno de este la rica y orgullosa Buenos Aires se avendría a concertar con sus hermanas más pobres la organización nacional. Pero esta no fue sino una ilusión del caudillo entrerriano. La oligarquía bonaerense, sin distinción de colores políticos, ex rosistas y unitarios rechazó el acuerdo sinado en San Nicolás y siguiendo una táctica inveterada acusó a Urquiza, designado Director provisorio de la Confederación por las provincias, de querer erigirse en dictador. El 11 de setiembre de 1852 la oligarquía dió un golpe por el cual Buenos Aires se separó del resto del país y recuperó el control de la aduana, que Urquiza había nacionalizado unos días antes. La provincia fue declarada Estado independiente y soberano y hasta mantuvo relaciones exteriores propias. La unidad nacional no interesaba a Buenos Aires sino tenía en ella preeminencia. Los unitarios practicaban un federalismo que les hubiera envidiado el propio Artigas.

La corriente nacional

Sin embargo no todos los emigrados que habían retornado del destierro compartían la política antinacional de la oligarquía, no todos los federales bonaerenses sellaron una alianza con los unitarios. En la propia Buenos Aires se formó un movimiento que reivindicó la unidad nacional y demandó el retorno al seno de la Confederación.
Como expresión de esa corriente se produjo el 1° de diciembre de 1852 la sublevación del comandante de la campaña bonaerense, coronel Hilario Lagos, quien lanzó como consigna la incorporación de la provincia a la Confederación, apoyo al Congreso Constituyente de Santa Fé y exigió la renuncia del gobernador Alsina. Encontró inmediato apoyo en jefes y oficiales del ejército de Buenos Aires, entre ellos del coronel Pedro Rosas y Belgrano, hijo adoptivo de Juan Manuel de Rosas y compadre del jefe sublevado.
La extensión del movimiento determina que Alsina renuncie y se designe como gobernador interino al General Pinto, presidente de la Legislatura, quien forma gobierno con Lorenzo Torres, el general Angel Pacheco y Francisco de las Carreras. Tanto Torres como Pacheco habían sido notorios rosistas y aparecen ahora enfrentados a jefes como Lagos. el coronel Jerónimo Costa y otros, que habían combatido en Caseros contra Urquiza. Este es un testimonio fehaciente de la división política que se había producido en la provincia: el ala popular del federalismo rosista hace causa común con el interior del país contra la oligarquía porteña.

La batalla de San Gregorio

El coronel Pedro Rosas y Belgrano que inicialmente había adherido a Lagos, cambio su posición y resolvió concurrir con fuerzas del sur de la provincia en apoyo del bloqueado gobierno porteño. Lo hace juntamente con los coroneles Faustino Velazco y Agustín Acosta. El 22 de enero de 1853, en San Gregorio, al sur del río Sanborombón, a unos 50 kilómetros de Chascomús, milicianos, gauchos e indios comandados por el hijo adoptivo de Juan Manuel se baten contra los efectivos del coronel Gregorio Paz, lugarteniente de Lagos. Entre aquellos se halla José Hernández que cuenta 18 años de edad. Rosas y Belgrano es derrotado y capturado. Los restos de su fuerza emprenden la huída. El coronel Velazco es apresado y degollado y Acosta se ahoga al cruzar el Salado. Los dispersos - "una flor de cardo que lleva el viento"- han pasado por las tierras donde mora el futuro escritor Guillermo Enrique Hudson, que rememora el episodio en su libro Allá lejos y hace tiempo. En vano solicitan caballos que les son negados, probablemente por temor a las represalias. Entre los perseguidos que logran salvar la vida se encuentra el muchacho Hernández.
Algunos autores efectuan disquisiciones con motivo de la participación de Hernández en las fuerzas de Rosas y Belgrano y llegan a asignarle una posición política favorable a la causa separatista porteña, que estaría en contradicción con su trayectoria posterior en el campo federal.
Sin embargo, es razonable no atribuir aún a Hernández una posición política formada y militante a los 18 años. Simplemente, al igual que otros miembros de la milicia a la que había ingresado, acataba las órdenes de Rosas y Belgrano que tenía cierto prestigio en la campaña bonaerense. Por otra parte, según hemos visto, el escenario político estaba sumamente quebrado y confuso. Muchas personas habían cambiado la casaca. Tendencias que hoy, analizadas retrospectivamente nos parecen claras, no debían serlo entonces. Pero importa anotar un hecho, José Hernández ha ingresado como actor temprano en nuestras guerras civiles. La mano de la historia lo ha superado y no lo soltará.

jueves, 1 de julio de 2010

¡Adentro!


por Miguel de Unamuno

In interiore hominis habitat veritas.

La verdad, habríame descorazonado tu carta, haciéndome temer por tu porvenir, que es todo tu tesoro, si no creyese firmemente que esos arrechuchos de desaliento suelen ser pasajeros, y no más que síntomas de la conciencia que de la propia nada radical se tiene, conciencia de que se cobra nuevas fuerzas para aspirar a serlo todo. No llegará muy lejos, de seguro, quien nunca sienta cansancio.
De esa conciencia de tu poquedad recogerás arrestos para tender a serlo todo. Arranca como de principio de tu vida interior del reconocimiento, con pureza de intención, de tu pobreza cardinal de espíritu, de tu miseria, y aspira a lo absoluto si en lo relativo quieres progresar.
No temo por ti. Sé que te volverán los generosos arranques y las altas ambiciones y de ello me felicito y te felicito.
Me felicito y te felicito por ello, sí, porque una de las cosas que peor traer nos traen - en España sobre todo – es la sobra de codicia unida a la falta de ambición. ¡Si pusiéramos en subir más alto el ahínco que en no caer ponemos, y en adquirir más tanto mayor cuidado que en conservar el peculio que heramos! Por cavar en tierra y esconder en ella el solo talento que se nos dio, temerosos del Señor que donde no sembró siega y donde no esparció recoge, se nos quitará ese único nuestro talento, para dárselo al que recibió más y supo acrecentarlo, porque “al que tuviere le será dado y tendrá aún más, y al que no tuviere, hasta lo que tiene le será quitado” (Mat. XXV). No seas avaro, no dejes que la codicia ahogue a la ambición en ti; vale más que en tu ansia por perseguir a cien pájaros que vuelan te broten alas, que no el que estés en tierra con tu único pájaro en mano.
Pon en tu orden, muy alta tu mira, lo más alta que puedas, más alta aún donde tu vista no alcance, donde nuestras vidas paralelas van a encontrarse: apunta a lo inasequible. Piensa cuando escribas, ya que escribir es tu acción, en el público universal, no en el español tan sólo, y menos en el español de hoy. Si en aquél pensasen nuestros escritores, otros serían sus ímpetus, y por lo menos habrían de poner, hasta en cuanto al estilo, en lo íntimo de éste, en sus entrañas y redaños, en el ritmo del pensar, en lo traductible a cualquier humano lenguaje, el trabajo que hoy los más ponen en su cáscara y vestimenta, en lo que sólo al oído español halaga. Son escritores de cotarro, de los que aspiran a cabezas de ratón; la codicia de gloria ahoga en ellos a la ambición de ella; cavan en la tierra patria y en ella esconden su único talento. Pon tu mira muy alta, más alta aún, y sal de ahí, de esa Corte, cuanto antes. Si te dijesen que ese es tu centro, contéstales: ¡mi centro está en mí!
Ahí te consumes y disipas sin el debido provecho, ni para ti ni para los otros, aguantando alfilerazos que enervan a la larga. Tienes ahí que indignarte cada día por cosas que no lo merecen. ¿Crees que puede un león defenderse de una invasión de hormigas leones? ¿Vas a matar a zarpazos pulgas?
Sal pronto de ahí y aíslate por primera providencia; vete al campo, y en la soledad conversa con el universo si quieres, habla a la congregación de las cosas todas. ¿Qué se pierde tu voz? Más vale que se pierdan tus palabras en el cielo inmenso a no que resuenen entre las cuatro paredes de un corral de vecindad, sobre la cháchara de las comadres. Vale más ser ola pasajera en el océano, que charco muerto en la hondonada.
Hay en tu carta una cosa que no me gusta, y es ese empeño que muestras ahora por fijarte un camino y trazarte un plan de vida. ¡Nada de plan previo, que no eres edificio! No hace el plan a la vida, sino que ésta lo traza viviendo. No te empeñes en regular tu acción por tu pensamiento; deja más bien que aquélla te forme, informe, deforme y transforme éste. Vas saliendo de ti mismo, revelándote a ti propio; tu acabada personalidad está al fin y no al principio de tu vida; sólo con la muerte se te completa y corona. El hombre de hoy no es el de ayer ni el de mañana, y así como cambias, deja que cambie el ideal que de ti propio te forjas. Tu vida es ante tu propia conciencia la revelación continua, en el tiempo, de tu eternidad, el desarrollo de tu símbolo; vas descubriéndote conforme obras. Avanza, pues, en las honduras de tu espíritu, y descubrirás cada día nuevos horizontes, tierras vírgenes, ríos de inmaculada pureza, cielos antes no vistos, estrellas nuevas y nuevas constelaciones. Cuando la vida es honda, es poema de ritmo continuo y ondulante. No encadenes tu fondo eterno, que en el tiempo se desenvuelve, a fugitivos reflejos de él. Vive al día, en las olas del tiempo, pero asentado sobre tu roca viva, dentro del mar de la eternidad; al día en la eternidad, es como debes vivir.
Te repito, que no hace el plan a la vida, sino que ésta se lo traza a sí misma, viviendo. ¿Fijarte un camino? El espacio que recorras será tu camino; no te hagas, como planeta en su órbita, siervo de una trayectoria. Querer fijarse de antemano la vía redúcese en rigor a hacerse esclavo de la que nos señalen los demás, porque eso de ser hombre de meta y propósitos fijos no es más que ser como los demás nos imaginan, sujetar nuestra realidad a su apariencia en las ajenas mentes. No sigas, pues, los senderos que a cordel trazaron ellos; ve haciéndote el tuyo a campo traviesa, con tus propios pies, pisando sus sementeras si es preciso. Así es como mejor les sirves, aunque otra cosa crean ellos. Tales caminos, hechos así a la ventura, son los hilos cuya trama forma la vida social; si cada cual se hace el suyo, formarán con sus cruces y trenzados rica tela, y no calabrote.
¿Orientación segura te exigen? Cualquier punto de la rosa de los vientos que de meta te sirva te excluye a los demás. Y ¿sabes acaso lo que hay más allá del horizonte? Explóralo todo, en todos sentidos, sin orientación fija, que si llegas a conocer tu horizonte todo, puedes recogerte bien seguro en tu nido.
Que nunca tu pasado sea tirano de tu porvenir; no son esperanzas ajenas las que tienes que colmar. ¿Contaban contigo? ¡Que aprendan a no contar sino consigo mismos! ¿Qué así no vas a ninguna parte, te dicen? Adonde quiera que vallas a dar será tu todo, y no la parte que ellos te señalen. ¿Qué no te entienden? Pues que te estudien o que te dejen; no has de rebajar tu alma a sus entendederas. Y, sobre todo en amarnos, entendámonos o no, y no en entendernos sin amarnos, estriba la verdadera vida. Si alguna vez les apaga la sed el agua que de tu espíritu mana, ¿a qué ese empeño de tragarse el manantial? Si la fórmula de tu individualidad es complicada, no vallas a simplificarla para que entre en su álgebra; más te vale ser cantidad irracional que guarismo de su cuenta.
Tendrás que soportar mucho porque nada irrita al jacobino tanto como el que alguien se le escape de sus casillas; acaba por cobrar odio al que no se pliega a sus clasificaciones, disputándole de loco o de hipócrita. ¿Qué te dicen que te contradices? Sé sincero siempre, ten en paz tu corazón y no hagas caso, que si fueses sincero y de corazón apaciguado, es que la contradicción está en sus cabezas y no en ti.
¿Qué te hinchas? Pues que te hinches, que si nos hinchamos todos, crecerá el mundo. ¡Ambición, ambición, y no codicia!
Te repito que te prepares a soportar mucho, porque los cargos tácitos que con nuestra conducta hacemos al prójimo son los que más en lo vivo le duelen. Te atacan por lo que piensas; pero les hieres por lo que haces. Hiéreles por amor. Prepárate a todo, y para ello toma al tiempo de aliado. Morir como Icaro vale más que vivir sin haber intentado volar nunca, aunque fuese con alas de cera. Sube, pues, para que te broten alas, que deseando volar te brotarán. Sube; pero no quieras una vez arriba arrojarte desde lo más alto del templo para asombrar a los hombres, confiado en que los ángeles te lleven en sus manos, que no debe tentarse a Dios. Sube sin miedo y sin temeridad. ¡Ambición, y nada de codicia!
Y, entretanto, resignación, resignación activa, que no consiste en sufrir sin luchar, sino en no apesadumbrarse por lo pasado, ni acongojarse por lo irremediable; en mirar al porvenir siempre. Porque ten en cuenta que sólo el porvenir es reino de libertad; pues así que algo se vierte al tiempo, a su ceñidor queda sujeto. Ni lo pasado puede ser más que como fue, ni cabe que lo presente sea más que como es; el puede ser es siempre futuro. No sea tu pesar por lo que hiciste más que propósito de futuro mejoramiento; todo otro arrepentimiento es muerte, y nada más que muerte. Puede creerse en el pasado; fe sólo en el porvenir se tiene, sólo en la libertad. Y la libertad es ideal y nada más que ideal, y en serlo está precisamente su fuerza toda. Es ideal e interior, es la esencia misma de nuestro posesionamiento del mundo, al interiorizarlo. Deja a los que creen en Apocalipsis y milenarios que aguarden que el ideal les baje de las nubes y tome cuerpo a sus ojos y puedan palparlo. Tú, créelo verdadero ideal, siempre futuro y utópico siempre, utópico, esto es: de ningún lugar, y espera. Espera, que sólo el que espera vive; pero teme el día en que se te conviertan en recuerdos las esperanzas al dejar el futuro, y para evitarlo, haz de tus recuerdos esperanzas, pues porque has vivido vivirás.
No te metas entre los que en la arena del combate luchan disparándose a guisa de proyectiles afirmaciones redondas de lo parcial. Frente a su dogmatismo exclusivista, afírmalo todo, aunque te digan que es una manera de todo negarlo, porque aunque así fuera, sería la única negación fecunda, la que destruyendo crea y creando destruye. Déjales con lo que llaman sus ideas cuando en realidad son ellos de las ideas que llaman suyas. Tú mismo eres idea viva; no te sacrifiques a las muertas, a las que se aprenden en papeles. Y muertas son todas las enterradas en el sarcófago de las fórmulas. Las que tengas, tenlas como los huesos, dentro, y cubiertas y veladas con tu carne espiritual, sirviendo de palanca a los músculos de tu pensamiento, y no fuera y al descubierto y aprisionándote como las tienen las almas-cangrejos de los dogmáticos, abroqueladas contra la realidad que no cabe en dogmas. Tenlas dentro sin permitir que lleguen a ellas los jacobinos que, educados en la paleontología, nos toman de fósiles a todos, empeñándose en desarrollarnos y descuartizarnos para lograr sus clasificaciones conforme al esqueleto.
No te creas más, ni menos, ni igual que otro cualquiera, que no somos los hombres cantidades. Cada cual es único e insustituible; en serlo a conciencia, pon tu principal empeño.
Asoma en tu carta una queja que me parece mezquina. ¿Crees que no haces obra porque no la señalen tus cooperativos? Si das el oro de tu alma, correrá aunque se le borre el cuño. Mira bien si no es que llegas al alma e influyes en lo íntimo de aquellos ingenios que evitan más cuidadosamente tu nombre. El silencio que en son de queja me dices que te rodea, es un silencio solemne; sobre él resonarán más limpias tus palabras.
Déjales que jueguen entre sí al eco y se devuelvan los saludos. Da, da, y nunca pidas, que en cuanto más des más rico serás en dádivas.
No te importe el número de los que te rodeen, que todo verdadero beneficio que hagas a un solo hombre, a todos se lo haces; se lo haces al Hombre. Ganará tu eficacia en intensidad lo que en extensión pierda. Las buenas obras jamás descansan; pasan de unos espíritus a otros, reposando un momento en cada uno de ellos para restaurarse y recobrar sus fuerzas. Haz cada día por merecer el sueño, y que sea el descanso de tu cerebro preparación para cuando tu corazón descanse; haz por merecer la muerte.
Busca sociedad; pero ten en cuenta que sólo lo que de la sociedad recibas será la sociedad en ti y para ti, así como sólo lo que a ella des será tu en la sociedad y para ella. Aspira a recibir de la sociedad todo, sin encadenarte a ella, y a darte a ella por entero. Pero ahora, por el pronto al menos, te lo repito, sal de ese cotarro y busca a la Naturaleza, que también es sociedad, tanto como es la sociedad Naturaleza. Tú mismo, en ti mismo, eres sociedad, como que, de serlo cada uno, brota la que así llamamos y que camina a personalizarse, porque nadie da lo que no tiene. Hasta carnalmente no provenimos de un solo ascendiente, sino de legión, y a legión vamos; somos un modo de la trama de las generaciones.
Todos tus amigos son a aconsejarte: “ve por aquí”, “ve por allí”, “no te desparrames”, “concentra tu acción”, “oriéntate”, “no te pierdas en la inconcreción”. No les hagas caso, y da de ti lo que más les moleste, que es lo más que les conviene. Ya te lo tengo dicho: no te aceptarán de grado lo tuyo; querrán tus ideas, que no son en realidad tuyas.
No quieras influir en eso que llaman la marcha de la cultura, ni en el ambiente social, ni en tu pueblo, ni en tu época, ni mucho menos en el progreso de ideas, que andan solas. No en el progreso de las ideas, no, sino en el crecimiento de las almas, en cada alma, en una sola alma y basta. Lo uno es para vivir en la Historia; para vivir en la eternidad, lo otro. Busca antes las bendiciones silenciosas de pobres almas esparcidas acá y allá, que veinte líneas en las historias de los siglos. O más bien, busca aquello y se te dará esto de añadidura. No quieras influir sobre el ambiente ni en eso que llaman señalar rumbos a la sociedad. Las necesidades de cada uno son las más universales, porque son las de todos. Coge a cada uno, si puedes, por separado y a solas en su camarín, e inquiétalo por dentro, porque quien no conoció la inquietud jamás conocerá el descanso. Sé un confesor más que un predicador. Comunícate con el alma de cada uno y no con la colectividad.
¡Que alegría, que entrañable alegría te mecerá el espíritu cuando vallas solo, solo entre todos, solo en tu compañía, contra el consejo de tus amigos, que quieren que hagas economía política o psicología fisiológica o crítica literaria! La cosa es que no des tu espíritu, que lo ahogues, porque les molestas con él. Has de darles tu inteligencia tan sólo, lo que no es tuyo, has de darles el escarchado del ambiente social sobre ti, sin ir a hurgarles el rinconcito de la inquietud eterna; no has de comulgar con tres o cuatro de tus hermanos, sino traspasar ideas coherentes y lógicas a trescientos o cuatrocientos, o treinta mil o cuarenta mil que no pueden, o no quieren o no saben afrontar el único problema. Esos consejos te señalan tu camino. Apártate de ellos. ¡Nada de influir en la colectividad! Busca tu mayor grandeza, la más honda, la más duradera, la menos ligada a tu país y a tu tiempo, la más universal y secular, y será como mejor servirás a tus compatriotas coetáneos.
Busca sociedad, sí, pero ahora, por de pronto, chapúzate en Naturaleza, que hace serio al hombre. Sé serio. Lleva seriedad, solemne seriedad a tu vida, aunque te digan los paganos que eso es ensombrecerla, que la haces sombría y deprimente. En el seno de eso que como lúgubres depresiones se aparecen al pagano, es donde se encuentran las más regaladas dulzuras. Toma la vida en serio sin dejarte emborrachar por ella; sé su dueño y no su esclavo, porque tu vida pasa y tú te quedarás. Y no hagas caso a los paganos que te digan que tú pasas y la vida queda… ¿La vida? ¿Qué es la vida? ¿Qué es una vida que no es mía, ni tuya, ni de otro cualquiera? ¡La vida! ¡Un ídolo pagano, al que quieren que sacrifiquemos cada uno nuestra vida! Chapúzate en el dolor para curarte de su maleficio; sé serio. Alegre también; pero seriamente alegre. La seriedad es la dicha de vivir tu vida asentada sobre la pena de vivirla y con esta pena cansada. Ante la seriedad que las funde y al fundirlas las fecunda, pierden tristeza y alegría su sentido.
Otra vez más: ahora corre al campo, y vuelve luego a sociedad para vivir en ella; pero de ella despegado, desmundanizado. El que huye del mundo sigue del mundo esclavo, porque lo lleva en sí; sé dueño de él, único modo de comulgar con tus hermanos en humanidad. Vive con los demás, sin singularizarte, porque toda singularización exterior en vez de preservar, ahoga a la interna. Vive como todos, siente como tú mismo, y así comulgarás con todos y ellos contigo. Haz lo que todos hagan, poniendo, al hacerlo, todo tu espíritu en ello, y será cuanto hagas original por muy común que sea.
Sólo en la sociedad te encontrarás a ti mismo; si te aíslas de ella no darás más que con un fantasma de tu verdadero sujeto propio. Sólo en la sociedad adquieres tu sentido todo, pero despegado de ella.
Me dices en tu carta que, si hasta ahora ha sido tu divisa, ¡adelante!, de hoy en más será, ¡arriba! Deja eso de adelante y atrás, arriba y abajo, a progresistas y retrógrados, ascendentes y descendentes, que se mueven en el espacio exterior tan sólo, y busca el otro, tu ámbito interior, el ideal, el de tu alma. Forcejea por meter en ella al universo entero, que es la mejor manera de derramarte en él. Considera que no hay dentro de Dios más que tú y el mundo y que si formas parte de éste porque te mantiene, forma también él parte de ti, porque en ti lo conoces. En vez de decir, pues, ¡adelante! o ¡arriba!, di: ¡adentro! Reconcéntrate para irradiar; deja llenarte para que rebases luego, conservando el manantial. Recógete en ti mismo para mejor darte a los demás todo entero e indiviso. –Doy cuanto tengo – dice el generoso; - doy cuanto valgo – dice el abnegado; - doy cuanto soy – dice el héroe; - me doy a mí mismo – dice el santo; y di tú con él, al darte: - Doy conmigo el universo entero -. Para ello tienes que hacerte universo, buscándolo dentro de ti. ¡Adentro!